domingo, 11 de septiembre de 2016

Fragmentos: Con la vista hacia el cielo (XXXI)

Heyyyy!!

Houuuu.


(Capítulo 15)

-Creo que ya podemos ir a buscar a Kioni. O intentarlo, al menos.
Ignorando su tono lúgubre, el joven se levantó rápidamente.
-Genial. Yo voy.
-No, Ángel...
-¿Por qué no?- espetó con incredulidad y rabia-. Fui yo el que estuvo vigilando y el que se enteró de que iban a poner una bomba.
-Es cierto- observó Marco antes de que el mayor pudiera reaccionar. Este le lanzó una mirada furibunda a su ayudante durante un segundo, aunque después titubeó-. Venga. Está claro que es capaz de defenderse solo. Llegó a pie a la cueva después de sortear a los guardias. Y, al fin y al cabo, nos ha salvado a todos.
El muchacho le lanzó una mirada de agradecimiento y el otro le sonrió.
-Está bien- concedió Raúl, sacudiendo la cabeza-. Pero irás con él.
Mientras el corpulento alado se encogía de hombros con una mueca, Ángel resopló. Entonces el primero afirmó:
-Yo haré lo que quieras, pero creo que pasa más desapercibido uno que dos.
El líder entrecerró los ojos un instante, pensativo. Entonces inspiró hondo e hizo un gesto con la mano.
Resultado de imagen de crossbow handmade-De acuerdo. Que vaya solo. Pero más vale que no metas la pata, chico- añadió, señalándolo severamente con un dedo. A continuación se volvió hacia su segundo al mando-. Ármalo bien. No queremos que le pase nada malo, ¿verdad?
El aludido asintió y, acto seguido, se volvió hacia el chico con una sonrisa.
-¿Te has acostumbrado ya a la ballesta?- Ángel asintió en silencio-. Perfecto. Es mejor que acostumbrarte a una pistola. Y más silencioso.
Le pasó susodicha arma y le dio la espalda, dispuesto a hacer cualquier otra cosa. Colgándose el arma con la correa de cuero que tenía, insistió:
-¿Tienes alguna navaja o cuchillo? ¿Algo que corte?
Marco le dio la cara y, durante un instante, la incertidumbre cruzó su mirada. Una mueca de nerviosa preocupación se pintó en su rostro, a pesar de que asintió con seguridad.
-Por supuesto. Esperemos que no llegue a ese punto, pero sí, sería muy conveniente. Siento que no se me haya ocurrido antes.
Dicho aquello, se volvió hacia una de las muchas bolsas que habían transportado, una que estaba especialmente llena de armas, y le sacó una espada corta envuelta en una funda improvisada. Al tiempo que se la tendía, informó con seriedad:
-Deberías saber usarla. De lo contrario, podría volverse en tu contra.
Con una mano sujetando el mango, Ángel titubeó, aunque finalmente asintió.
-No tengo mucha experiencia, pero en el Ojo, Bicho me enseñó algunas técnicas básicas de defensa personal.
-Fantástico. Esperemos que todo salga bien.
Se dedicaron una última sonrisa, ligeramente amarga, antes de recuperar el semblante grave. El joven se despidió del resto con varios movimientos de cabeza. Entonces desplegó las alas y se alzó con fuerza y firmeza, una única sacudida suficiente para levantarlo varios metros del suelo.
La lluvia comenzó a caer en una fina cortina cinco minutos después, haciendo que suspirara con paciencia y algo de preocupación. No le gustaba que se le empapara la ropa. Le hacía coger frío, y sus defensas no eran las mejores. Aun así, tampoco podía pedirlo todo. Si tenía que encontrar a Kioni, no podía esperar a que escampara. Además, había pasado por cosas peores.
Durante veintitrés largos minutos rastreó la zona de su antiguo hogar en vano. Comenzaba a frustrarse - una vez más -. ¿Dónde demonios se había metido la chica? La habían buscado por toda Murcia, debería haber vuelto ya. ¿Acaso no había encontrado los suministros todavía?
No había nada. Ni pruebas de su paso por el bosque, ni restos de una hoguera - por supuesto, tenía experiencia en pasar desapercibida -. Nada.
Fue entonces cuando escuchó algo. Era extraño. Como el roce de las hojas, junto con... con... Parecían... pasos pesados en la hierba. Un sonido suave amortiguado. A medida que se acercaba, el crujido de la vegetación se hacía más obvio. De repente, un ruido seco, como un golpe sordo. Y luego el sonido de una respiración pesada se hizo audible. Una exclamación ahogada y una inspiración brusca.
Sintiendo que se le aceleraban las pulsaciones, el joven se deslizó ágil y veloz entre las copas de los árboles. El suave ruido que producía al rozar el ramaje era amortiguado por la lluvia y el viento. Además, la escena que no tardó en divisar le hizo dudar que se preocuparan mucho por su presencia en aquel momento. De todas formas, nunca se sabía si iba a haber refuerzos en la cercanía, y la precaución no estaba de más.
Resultado de imagen de lluvia bosqueEn cuanto aterrizó en una rama gruesa y estable, analizó la situación. Pudo distinguir la piel negra de la joven, que estaba en constante movimiento; en aquel momento dirigía sus manos hacia un cinturón y sacaba una pistola. Se fijó en que había un arco en el suelo. «¿En serio?» pensó el joven, haciendo una mueca - si hubiera disparado con el arma de fuego antes, no le habría costado tanto encontrarla  -. Por su parte, el soldado que había enfrente tenía un inmenso fusil, claramente diseñado para hacer daño de forma brutal y precisa, y un brazo extendido de manera pacificadora, y parecía estar cubierto por una gruesa armadura y un casco. O bien no había disparado, o tenía un silenciador particularmente potente.
Ángel cogió aire, entre aliviado, emocionado y nervioso. Podía hacerlo. Podía ayudarla. No se habían dado cuenta de su presencia. Sin embargo, aquella protección...
Distinguió un leve murmullo, como el de pies cambiando de posición. Cambió su objetivo. Con ojos entrecerrados, escrutó los alrededores hasta que dio con lo que buscaba. Un soldado oculto, con su arma apuntando directamente a la joven, a una pierna, aparentemente. Pero Kioni no paraba de moverse, y el muchacho no tardó en comprender que lo hacía a propósito, previniendo justamente eso.

¿Por qué no le disparaban? Enseguida llegó a la conclusión de que querían mantenerla con vida, para que les proporcionara información. Sin embargo, su constante movimiento hacía imposible asegurar la puntería. Aun así, la chica no podría aguantar para siempre.
Inspiró. Sacó la ballesta y apuntó silenciosamente al francotirador. No había tiempo para pensárselo, tenía que hacerlo. Sintió que todos sus músculos se tensaban, tiró del gatillo y... Y...
Nada. Apretaba el gatillo, pero no sucedía absolutamente nada. Estaba estropeada. La maldita ballesta estaba estropeada. Y no tenía ningún otro arma de tiro.

Yayyy. Cliffhangers for the win.

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