Heyyyy!!
Houuuu.
(Capítulo 15)
-Creo que ya
podemos ir a buscar a Kioni. O intentarlo, al menos.
Ignorando su
tono lúgubre, el joven se levantó rápidamente.
-Genial. Yo
voy.
-No, Ángel...
-¿Por qué no?-
espetó con incredulidad y rabia-. Fui yo el que estuvo vigilando y el que se
enteró de que iban a poner una bomba.
-Es cierto-
observó Marco antes de que el mayor pudiera reaccionar. Este le lanzó una
mirada furibunda a su ayudante durante un segundo, aunque después titubeó-. Venga.
Está claro que es capaz de defenderse solo. Llegó a pie a la cueva después de
sortear a los guardias. Y, al fin y al cabo, nos ha salvado a todos.
El muchacho le
lanzó una mirada de agradecimiento y el otro le sonrió.
-Está bien-
concedió Raúl, sacudiendo la cabeza-. Pero irás con él.
Mientras el
corpulento alado se encogía de hombros con una mueca, Ángel resopló. Entonces
el primero afirmó:
-Yo haré lo que
quieras, pero creo que pasa más desapercibido uno que dos.
El líder
entrecerró los ojos un instante, pensativo. Entonces inspiró hondo e hizo un
gesto con la mano.
-De acuerdo.
Que vaya solo. Pero más vale que no metas la pata, chico- añadió, señalándolo
severamente con un dedo. A continuación se volvió hacia su segundo al mando-.
Ármalo bien. No queremos que le pase nada malo, ¿verdad?
El aludido
asintió y, acto seguido, se volvió hacia el chico con una sonrisa.
-¿Te has
acostumbrado ya a la ballesta?- Ángel asintió en silencio-. Perfecto. Es mejor
que acostumbrarte a una pistola. Y más silencioso.
Le pasó
susodicha arma y le dio la espalda, dispuesto a hacer cualquier otra cosa.
Colgándose el arma con la correa de cuero que tenía, insistió:
-¿Tienes alguna
navaja o cuchillo? ¿Algo que corte?
Marco le dio la
cara y, durante un instante, la incertidumbre cruzó su mirada. Una mueca de
nerviosa preocupación se pintó en su rostro, a pesar de que asintió con
seguridad.
-Por supuesto.
Esperemos que no llegue a ese punto, pero sí, sería muy conveniente. Siento que
no se me haya ocurrido antes.
Dicho aquello,
se volvió hacia una de las muchas bolsas que habían transportado, una que
estaba especialmente llena de armas, y le sacó una espada corta envuelta en una
funda improvisada. Al tiempo que se la tendía, informó con seriedad:
-Deberías saber
usarla. De lo contrario, podría volverse en tu contra.
Con una mano
sujetando el mango, Ángel titubeó, aunque finalmente asintió.
-No tengo mucha
experiencia, pero en el Ojo, Bicho me enseñó algunas técnicas básicas de
defensa personal.
-Fantástico.
Esperemos que todo salga bien.
Se dedicaron
una última sonrisa, ligeramente amarga, antes de recuperar el semblante grave.
El joven se despidió del resto con varios movimientos de cabeza. Entonces
desplegó las alas y se alzó con fuerza y firmeza, una única sacudida suficiente
para levantarlo varios metros del suelo.
La lluvia
comenzó a caer en una fina cortina cinco minutos después, haciendo que
suspirara con paciencia y algo de preocupación. No le gustaba que se le
empapara la ropa. Le hacía coger frío, y sus defensas no eran las mejores. Aun
así, tampoco podía pedirlo todo. Si tenía que encontrar a Kioni, no podía
esperar a que escampara. Además, había pasado por cosas peores.
Durante
veintitrés largos minutos rastreó la zona de su antiguo hogar en vano.
Comenzaba a frustrarse - una vez más -. ¿Dónde demonios se había metido la
chica? La habían buscado por toda Murcia, debería haber vuelto ya. ¿Acaso no
había encontrado los suministros todavía?
No había nada.
Ni pruebas de su paso por el bosque, ni restos de una hoguera - por supuesto,
tenía experiencia en pasar desapercibida -. Nada.
Fue entonces
cuando escuchó algo. Era extraño. Como el roce de las hojas, junto con...
con... Parecían... pasos pesados en la hierba. Un sonido suave amortiguado. A
medida que se acercaba, el crujido de la vegetación se hacía más obvio. De
repente, un ruido seco, como un golpe sordo. Y luego el sonido de una
respiración pesada se hizo audible. Una exclamación ahogada y una inspiración
brusca.
Sintiendo que
se le aceleraban las pulsaciones, el joven se deslizó ágil y veloz entre las
copas de los árboles. El suave ruido que producía al rozar el ramaje era
amortiguado por la lluvia y el viento. Además, la escena que no tardó en
divisar le hizo dudar que se preocuparan mucho por su presencia en aquel
momento. De todas formas, nunca se sabía si iba a haber refuerzos en la
cercanía, y la precaución no estaba de más.
En cuanto
aterrizó en una rama gruesa y estable, analizó la situación. Pudo distinguir la
piel negra de la joven, que estaba en constante movimiento; en aquel momento
dirigía sus manos hacia un cinturón y sacaba una pistola. Se fijó en que había
un arco en el suelo. «¿En serio?» pensó el joven, haciendo una mueca - si
hubiera disparado con el arma de fuego antes, no le habría costado tanto
encontrarla -. Por su parte, el soldado
que había enfrente tenía un inmenso fusil, claramente diseñado para hacer daño
de forma brutal y precisa, y un brazo extendido de manera pacificadora, y
parecía estar cubierto por una gruesa armadura y un casco. O bien no había
disparado, o tenía un silenciador particularmente potente.
Ángel cogió
aire, entre aliviado, emocionado y nervioso. Podía hacerlo. Podía ayudarla. No
se habían dado cuenta de su presencia. Sin embargo, aquella protección...
Distinguió un
leve murmullo, como el de pies cambiando de posición. Cambió su objetivo. Con
ojos entrecerrados, escrutó los alrededores hasta que dio con lo que buscaba.
Un soldado oculto, con su arma apuntando directamente a la joven, a una pierna,
aparentemente. Pero Kioni no paraba de moverse, y el muchacho no tardó en
comprender que lo hacía a propósito, previniendo justamente eso.
¿Por qué no le
disparaban? Enseguida llegó a la conclusión de que querían mantenerla con vida,
para que les proporcionara información. Sin embargo, su constante movimiento
hacía imposible asegurar la puntería. Aun así, la chica no podría aguantar para
siempre.
Inspiró. Sacó
la ballesta y apuntó silenciosamente al francotirador. No había tiempo para
pensárselo, tenía que hacerlo. Sintió que todos sus músculos se tensaban, tiró
del gatillo y... Y...
Nada. Apretaba
el gatillo, pero no sucedía absolutamente nada. Estaba estropeada. La maldita
ballesta estaba estropeada. Y no tenía ningún otro arma de tiro.
Yayyy. Cliffhangers for the win.