Sí, por fin os traigo la continuación. Como siempre, comentad, que me hace feliz, y si queréis ver el resto de partes id a la página Fragmentos.
(Capítulo 8)
Ángel permaneció
un par de minutos observando fijamente el techo. A continuación, comenzó a
escuchar pasos en el exterior. Con toda su fuerza de voluntad y con la ayuda de
un poco de adrenalina, se volvió hacia la puerta justo a tiempo para ver cómo
Kioni entraba con un hombre. Era mayor, el pelo le caía ensortijado, entre
grisáceo y negro, alrededor de la cara, y sus ojos oscuros eran duros. Su
expresión, en general, era como un trozo de mármol, cubierta por una sombra
permanente.
Cuando clavó su
mirada en él, sintió un escalofrío. Parecía que le estuviera atravesando,
leyendo en su interior sin contemplaciones. Era una figura imponente, no
obstante, y se sentía seguro en su presencia. No le costó mucho comprender que
era el cabecilla del grupo.
-Ángel.- La
chica parecía algo incómoda, casi tan temblorosa como él-. Este es Raúl. Es...
ejem... quien lo controla todo, básicamente, y quería verte.
El muchacho se
quedó con la mirada enganchada en la del hombre, tan negra, tan profunda, tan
intimidante. Al cabo de un rato, creyó comenzar a distinguir sentimientos, como
si intentara pescar criaturas resbaladizas y ágiles de aguas turbias y frías,
pero en ese momento el hombre habló.
-Una cara
bonita. Pero alas inútiles. ¿A qué se debe eso?
Abrió la boca
para hablar, para protestar quizás, pero se dio cuenta de que no tenía muy
claro qué decir. Frunció el ceño, clavando la mirada en un punto infinito,
intentando pensar. Porque eso era lo que aquel hombre, Raúl, le estaba
haciendo: pensar. Porque nunca antes, jamás, se le había ocurrido, al menos no
de una forma seria. ¿Por qué no servían sus alas? Siempre le había dado
demasiado miedo pensarlo.
-Quizás...
tenga un problema con ellas- murmuró, en un tono casi inaudible, aunque Raúl no
le hizo repetirlo en voz más alta-. No me funcionan o... Yo que sé, ni siquiera
me han enseñado, quizás eso influya.
-Quizás-
concedió el otro-. Probablemente. Pero el problema no es ese. El problema es
que no te atreves a aceptar las alas como una parte de ti.- Se acercó a la cama
y Ángel contuvo el impulso de arrastrarse lejos-. Créeme, el gen está bien
marcado. El fallo no está en tus alas, sino en ti.
El joven
intentó enfadarse, verlo como una acusación de la que tenía que defenderse.
Pero el hecho era que no era el caso. Lo había pronunciado como un dato más,
como algo que solucionar, no como una ofensa a sus habilidades. Se quedó otro
rato mirando a la cara a aquella persona tan peculiar, que en tan poco tiempo
lo tenía tan confundido. Porque no era, precisamente, un libro abierto. Entonces
desvió la vista.
-Piénsalo,
chico. No vamos a dejar que te quedes aquí así como sí. Tienes que aprender a
volar. Ve asumiéndolo.
Aquella
afirmación lo aterró tanto que no fue capaz de responder. El otro tampoco
parecía esperar que lo hiciera, pues se dio la vuelta para marcharse. Entonces
Ángel se dio cuenta de una cosa. La chaqueta de cuero estaba ligeramente
abultada por detrás pero, sobre todo... Un puñado de plumas blancas asomaban
por debajo.
Inmediatamente,
el joven soltó un grito de sorpresa mientras se incorporaba lo más bruscamente
que podía. Los otros dos lo miraron con el ceño fruncido, alterados por su
reacción.
-¿Qué demonios
te pasa, chico?
-Tienes...-
tartamudeó-. Tienes alas.
-Claro. ¿Qué
creías?
Miró entonces a
Kioni de forma acusadora. Ella se encogió de hombros y levantó los brazos, a la
defensiva.
-¡Yo se lo
dije!
Raúl volvió su
mirada hacia él. Parecía bastante irritado.
-Entonces es
obvio que no se entera. Annie, la chica que te ha estado cuidando, también las
tiene. Que no te hayas fijado es algo muy distinto.
-O sea... que
no es solo Marco- murmuró, sintiendo que palidecía.
-¡Claro que no!
-Aquí todos
menos yo las tienen- intervino en el mismo instante la muchacha. Su mirada
mostró rabia y celos durante un instante tan breve que pensó que se lo había
imaginado. Luego esbozó una sonrisa irónica-. Por eso me usan de recadera. Que
gente-pollo fuera por la calle tranquilamente sería muy raro.
Fue lo último
que dijo antes de que el hombre le hiciera un gesto de cabeza hacia la puerta,
susurrando algo como:
-Dejémosle
descansar. Tiene que empezar a acostumbrarse a no ser especial.
Sus palabras
parecían duras, pero no sonaban como tal. Raúl era una persona bastante
extraña. Parecía plantear hechos de forma fría, insensible, despreocupada. Pero
no de forma ofensiva ni irritante, tan solo objetiva.
Y cuando
salieron de la habitación, comenzó a darse cuenta de que era cierto lo que
decía. Ya no era especial. De hecho,
sorprendentemente, Kioni, que encajaba perfectamente bien con el resto del
mundo, era la única que estaba fuera de lugar en aquel sitio. Durante un breve
instante, la esperanza lo embargó. Y luego recordó que tenían que esconderse.
Que los buscaban, fuera lo que fuese lo que querían hacerles - probablemente
nada bueno -. Que eran los apestados, los que nadie quería, los que todos
temían, tan despreciados que ni siquiera podían aparecer en las calles.
¡Un beso a todos!