viernes, 8 de agosto de 2014

Fragmentos: Con la vista hacia el cielo (VII)

Pues nada, aquí os dejo otra parte :D Si queréis ver el resto, mirad en la página Fragmentos. Los comentarios siempre se agradecen ;)


(Capítulo 7)

-¡Alto!- ordenó una voz potente, grave, que hizo que se detuvieran en un instante.
Ambos volvieron la cabeza y se encontraron - bueno, más bien él se encontró - con una mirada fría y calculadora. Había un hombre joven, de unos veinte años, bastante musculado y, aun así, postrado ligeramente sobre una rama, como si no fuera más que un pajarillo. Y no era un pajarillo, pero tenía dos enormes protuberancias blancas y emplumadas a su espalda, y las abría ligeramente, en la posición perfecta para mantener el equilibrio. Dejó al chico, que en su vida había visto a alguien como él, completamente estupefacto.
Lo más increíble de todo era que los estaba apuntando con una ballesta. O, mejor dicho, a él, otra vez; no tardó ni medio segundo en levantar los brazos. Kioni parecía completamente tranquila, tan solo alzaba levemente las manos en un gesto conciliador. El otro la miraba de reojo, con una pregunta en la mirada: "¿Está limpio?" La joven asintió, sin pronunciar palabra.
-¿Lo has comprobado?- preguntó el otro, con la tensión reflejada en su tono de voz. Kioni hizo un gesto de cabeza hacia Ángel, con las cejas alzadas, como invitándolo a corroborarlo por sí mismo.
El hombre, que se encontraba a dos metros del suelo, saltó y planeó suavemente, abriendo las alas apenas cincuenta centímetros, hasta llegar a donde estaban. Durante unos segundos, permaneció enfrente del muchacho, mirándolo fijamente a los ojos, como intentando descubrir algún secreto en su expresión. Este intentó mantener la calma, aunque por dentro temblaba de miedo: seguían apuntándolo con un arma, al fin y al cabo.
-No tienes cara de psicópata- dijo por fin, colocándose a su espalda-. O actúas mejor que Roger Harrison, porque pareces acojonado.
-¿Quién es Roger Harrison?- preguntó, dubitativo, mientras dejaba que le subiera la camiseta. Frunció el ceño, irritado. Estaba harto de que le examinaran las alas, como si fueran de plástico.
-Oh, empezamos bien. ¿Cómo es posible que...? Espera, ¿qué es esto?- inquirió con irritación.
Kioni quiso detenerlo, pero antes de que ninguno pudiera hacer ni decir nada, el hombre descargó una flecha y con ella cortó el cinturón que mantenía las alas del joven sujetas, haciendo que resbalaran y cayeran al suelo con un golpe suave, amortiguado por las blandas plumas. Aun así, eso no evitó la exclamación de protesta de Ángel.
-Vaya, qué raro- musitó el otro, entre confuso y desconfiado. Le lanzó una mirada suspicaz al chico, que se había vuelto rápidamente y se había puesto a la defensiva, intentando ocultar tristemente las alas tras él-. Creía que te las habían amarrado para que no pudieras volar. Los muy capullos suelen hacerlo.
-¿Y no crees que si hubiera sido así, ya lo habría cortado yo?
-Eh, podía ser que no tuvieras material para hacerlo- se defendió el hombre.
-¿Sí? ¿No conoces lo suficiente a tu amiguita para saber que siempre lleva una hoja afilada encima?
El otro frunció el ceño, irritado por la razón del chico, y aun así se dispuso a replicar. Sin embargo, Kioni lo interrumpió.
-No sabe volar, Marco.
Eso hizo que el tal Marco diera un brinco, sorprendido. Miro a su compañera, y luego al muchacho que iba con ella, sin mucha seguridad.
-¿Eso no es un poco raro? ¿De dónde has sacado a este tipo, Kioni?- añadió entonces, con más enfado que otra cosa.
-¡Eh, que me lo presentaron en el Ojo Negro! No sé qué le han hecho.
-No me han hecho nada- protestó el chico, alejándose un par de pasos-. Lo que pasa es que no he tenido el privilegio de tener a alguien que me enseñe.
-Por suerte, no es necesario que nadie nos enseñe- rebatió Marco, con los ojos entrecerrados-. ¿Por qué no recoges las alas?
-No puedo.
-¿Que no puedes?- repitió, dubitativo-. Entonces quizás sea algo nervioso... Si te toco...
Se acercó un paso a Ángel y este se apartó rápidamente, mohíno, intentando proteger sus alas con las manos.
-Sí, lo noto perfectamente.
El hombre alado pareció relajarse. Le quitó importancia con un gesto de mano, dejando que su irritación se reflejara en su rostro.
-Entonces solo es algo psicológico. Presión social, o algo así.
-No le gustan las alturas- aportó la joven tranquilamente, como si no fuera ninguna molestia para Ángel que desvelaran uno de sus secretos peor guardados-. Palabras textuales.
Marco enarcó las cejas. Entonces comenzó a reírse a carcajadas. El muchacho, que había permanecido en silencio, pálido como el papel mientras esperaba exactamente esa reacción, le lanzó una mirada furibunda a Kioni. Esta se puso completamente roja, o se habría puesto, porque el color oscuro de su piel ocultaba completamente su rubor. Eso era algo que le venía bien.
-Vaya, eso es algo nuevo- observó alegremente el hombre-. Es como un pingüino al que le da miedo el agua.
Y siguió riéndose. No paró hasta un par de minutos más tarde, en los que el chico permaneció callado, cruzado de brazos y enfurruñado, sin ser capaz de ocultar su vergüenza como lo hacía la joven. Mientras, esta fruncía ligeramente el ceño y se arrepentía de haber abierto la boca, pues debería haberse imaginado lo que iba a suceder. Había comprendido que el tema de las alturas era algo de lo que a Ángel no le gustaba hablar, y conocía a Marco. Sabía que era indiscreto y bastante chismoso. En definitiva, la había liado.
-Bueno, más vale que nos pongamos en marcha- dijo por fin, sin dejar que una sonrisa burlona desapareciera de su cara-. A Raúl le va a interesar mucho...
El chico miró dubitativo a su compañera, pero esta se limitó a acercarse a Marco, dispuesta a seguirlo, sin ni siquiera molestarse en lanzarle una sonrisa de ánimo o, por lo menos, una mirada de confirmación. Eso lo irritó bastante.
-¡Corre, es por aquí!
La sangre se heló en las venas de los presentes. Cruzaron miradas de pánico, miradas sombrías. Sin una palabra, el hombre cogió en brazos a la joven y desplegó sus enormes alas. A continuación, clavó su mirada, fría y seria, en la de Ángel.
-Lo siento, pero no puedo con los dos. No puedo obligarte a volar, aunque te lo recomiendo.
Aquellas fueron sus últimas palabras antes de agitar sus extrañas articulaciones, produciendo un suave revoloteo, y alejarse sigilosamente de allí, ocultándose entre el frondoso - o lo más frondoso que podía ser en aquella época - ramaje. Y él se quedó allí, solo, observando estupefacto el lugar por el que habían desaparecido. Haciendo algo que supuestamente él debería poder hacer.
Pero no podía. No sabía. Y estaba solo. Lo único que le quedaba de su supuesta compañera era una oscura mirada, llena de preocupación y culpabilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Comentas? *oo* I shall be forever grateful

Pokemon - Vulpix