miércoles, 23 de julio de 2014

Fragmentos: Con la vista hacia el cielo (VI)

La historia continúa ^-^ Os digo lo mismo de siempre: comentarios, opiniones, todo se agradece; ahora mismo me centraré en esta novela y en el relato en inglés, y también en la sección de poemas. Si tenéis sugerencias, estoy abierta a ellas ;)

(Capítulo 6)
Habían caminado durante, al menos, seis horas seguidas, sin detenerse siquiera a comer ni a beber, sino que, ante la insistencia de la joven, lo hacían mientras continuaban su recorrido. No habían descansado ni un solo segundo, excepto en caso de tener que cubrir las necesidades básicas, claro.
Al final, cuando la noche era bien cerrada - Ángel ni siquiera sabía si el día había acabado ya  -, tuvieron que detenerse para relajar un poco los músculos, que ambos, aunque en ningún momento se quejaron, sentían pesados y cansados. Escogieron un terreno que era entre rocoso y frondoso  (al menos, todo lo que podía serlo en un lugar como aquel). Una vez hubieron retirado ramas y hojas para acomodarse al terreno, Kioni se quitó su bolsa y la colocó en el suelo. La abrió, rebuscó en ella y encontró lo que quería. Sacó un pequeño cilindro de tela con una fina base de metal. A continuación, le dio a un botón y lo dejó rápidamente en el suelo, retrocediendo de un salto.
El metal de la base se extendió en distintas direcciones, revelando las capas de tela a las que estaba sujeto, provocando su expansión. Al final, tras apenas unos segundo, quedó en pie una pequeña cúpula, que mantenía su forma gracias a unos finos alambres que se plegaban tan fácilmente como sostenían el tejido, gracias a sus muchas articulaciones. El muchacho quedó estupefacto ante tan clara muestra de desarrollo. Aquello era, sin lugar a dudas, extremadamente caro. Ni siquiera se podía imaginar lo que había costado. La tela, sin duda, era la misma que la de su capa, que para la gente de clase baja ya resultaba prácticamente inalcanzable. Por otro lado, la tecnología del despliegue era... Bueno, era asombrosamente perfecta.
No pudo evitar compararla con las del lugar de donde provenía. Habían sido desarrolladas, sí, pero era, sin duda alguna, una adquisición viable para casi todo el mundo. Había aprendido que era un método por el cual la tela estaba enroscada gracias a unos alambres (muchos más baratos) en un círculo. Para abrirla, solo había que retorcerla un poco. Cerrarla era otra historia, claro; no obstante, el truco de la caravana era que nunca se cerraban.
-¿De... De dónde... has sa... sacado esto?- tartamudeó el muchacho a duras penas.
Su compañera extrajo un fuego artificial portátil de su bolsa. No daba tanta luz ni tanto calor, pero en un lugar como aquel, era suficiente. Sobre todo porque no hacía, precisamente, frío.
-Unos excursionistas se toparon conmigo- replicó tranquilamente, encogiéndose de hombros-. Iban con ropa demasiado cara para ser aventureros corrientes. Ricachones que se estaban dando un caprichito. Me choqué sin querer con uno de ellos y se le cayó casualmente.
-Vamos, que la robaste- replicó en tono acusador, mirándola significativamente.
-Tampoco es para tanto. No es que la fueran a echar de menos, la verdad. Seguramente tenían de repuesto; o más bien, estaban de vuelta.
A continuación cogió dos paquetes de su bolsa. Uno lo reconoció como comida de acampadas. Una sopa con carne y verduras que se colocaba directamente encima del fuego, sobre una especie de trípode que o bien te lo improvisabas tú, o bien te lo comprabas - Kioni lo había improvisado con unas cuantas ramas -. Después de unos tres minutos, estaba listo para comer.
El otro paquete eran pipas. La chica se sentó, lo abrió y peló unas cuantas. Entonces extendió una mano mientras contemplaba el fuego, apoyándose en un tronco que tenía detrás. El alado se quedó un rato quieto, confuso, sin comprender qué significaba aquello. Entonces Líber dio un silbido, se bajó de su hombro y revoloteó hasta la mano de la joven, que permanecía impasible.
-Líber no se acerca a nadie- anunció el chico, entre receloso y mordaz. La otra volvió a encogerse de hombros.
-Yo no soy como los demás. ¿Sabes? Me gustan los pájaros. Aunque me dan un poco de envidia. Tienen tanta libertad... Pueden volar por kilómetros y kilómetros por el cielo. Como vosotros.
-Eh, eh, un momento. Yo no puedo volar.
-De momento no. Pero no te preocupes- añadió, indulgente-, cuando lleguemos te enseñarán enseguida.
-¿Y quién ha dicho que yo quiera volar?
Kioni lo contempló con los ojos entrecerrados, recelosa y desconfiada.
-¿No quieres volar?
El chico miró hacia todos lados, inseguro y avergonzado. Se mordió la lengua y la mejilla. Finalmente, cuando comprobó que la muchacha no iba a retirar la mirada ni a cambiar de tema, suspiró y admitió:
-No... me gustan las alturas, ¿vale?
-¿Tienes vértigo?
Su voz sonaba entre incrédula, divertida y compasiva. Ángel le lanzó una mirada fulminante, pensando que se estaba riendo de él.
-No me gustan las alturas- reiteró-. Ya está. ¿Además, a ti qué te importa?
-Oye, relájate- espetó ella, irritada-. No te estaba diciendo nada malo. Solo... me ha sorprendido, nada más. Tampoco es imposible que suceda algo así, la verdad- añadió, esbozando una sonrisa. El alado se dio cuenta de que estaba intentando hacer que se sintiera mejor-. Mirándolo por el lado bueno, así no tengo que tenerte envidia. Habría sido bastante molesto.
-Ja, ja.
Kioni comenzó a reírse a carcajadas, pero se detuvo ante la expresión de fastidio del otro. Entonces se puso seria, aunque no pudo reprimir la sonrisa que afloró en su rostro, bajo las sombras de la capucha.
-Bueno, ¿qué? ¿Vas a sentarte algún día?
Resignado, Ángel ocupó un lugar enfrente de la muchacha, observando cómo la bolsa se inflaba poco a poco sobre el fuego. En aquel mismo instante, la chica la recogió.
-Espero que tengas tu comida. Yo he cogido la justa para la ida y la vuelta.
-Claro- murmuró entonces el chico, quitándose la bolsa y rebuscando en ella.
Sacó agua y comida y puso la primera a hervir. Luego le añadió zanahorias, guisantes y un poco de carne envasada, con sal añadida, que Zorro le había dado. Quizás no era tan fácil de preparar como la comida de la otra, aunque por lo menos le daba algo con lo que entretenerse.
-De todas formas, él querrá que aprendas a volar.
Sorprendido, el joven levantó la vista. Los oscuros ojos de Kioni reflejaban el fuego, que formaba sombras en su rostro, dándole un aspecto imponente. Entonces se quedó sin aire durante un segundo, porque hasta aquel momento no había visto su rostro de verdad. Sus pómulos eran altos y marcados, sus labios gruesos y oscuros. Su nariz era grande y chata. Quizás no fuera perfecta; tenía las orejas un poco pequeñas y los rasgos demasiado angulosos para su aspecto. Además, cuando abría la boca se le veía un diente un poco torcido. Aun así, todo aquello parecía una nimiedad comparada con la realidad. Y la realidad era que le pareció bellísima.
El joven se repuso rápidamente, aclarando la mente como Bicho le había enseñado para poder disparar una pistola.
-¿Có... Cómo dices?- respondió por fin, dándose cuenta de que se había olvidado de lo que le había dicho. La otra exhaló.
-Él es el jefe del clan. Aún no quiero revelarte su nombre por si... Por si acaso- concluyó-. El caso es que te hará volar. Lo siento, pero es así. Ten en cuenta que vuestras alas son una ventaja. Podéis escapar con mayor facilidad de los demás. Y... Bueno, es lo que sois. No podéis evitarlo. Ni rechazarlo.
El joven bufó con fastidio, sin embargo, no añadió nada más. Ya se enfrentaría a ese tal "él". Vería lo que le diría. No podía obligarlo a volar. ¿Qué pensaba hacer? ¿Tirarlo por un precipicio? Lo recorrió un escalofrío. Realmente deseaba que no fuera así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Comentas? *oo* I shall be forever grateful

Pokemon - Vulpix