miércoles, 18 de junio de 2014

Historias perdidas: Cuando la llama arda (II)

¡Holaholahola! Hoy os traigo una buena noticia: he vuelto porque por fiiiiiiiiiiiiin he acabado los exámenes :'D Ahora podré dedicaros más tiempo, a vosotros, a escribir y a mis libritos :3 Yyyy *chanchanchanchanchaaaan redoble de tambores xD Vale no ¬¬* os traigo una agradable sorpresa, lo que sé que llevabais esperando todo este tiempo, ¡¡LA SEGUNDA PARTE DE CUANDO LA LLAMA ARDA!!
Vale ya me he motivado...

La verdad es que no es sorpresa porque lo dice el título de la entrada, pero bueno, así soy yo xD Y yaaa me callo y os dejo el textito, espero no tener fallillos, si hay erratas o algo perdón, no he tenido ocasión de corregirlo xP:

Segunda parte: Fuego
Solo nos han dado un explosivo. Y ni siquiera estaba montado, Miguel había tenido que encargarse de eso. Madre mía, cómo me quedé cuando vi que sabía montar explosivos. Flipando. Con la boca abierta. Sabía que no debía hacerlo, pero se lo pregunté:
"-¿Cómo demonios sabes montar ese cacharro?"
Él se quedó mirándome un rato, ocultando la irritación, antes de seguir con lo suyo. Supuse que no me contestaría, y no lo culpaba - era el trato -, y a pesar de todo lo hizo:
"-Fui policía. Uno muy joven y durante poco tiempo. Me expulsaron por un tema de conducta. Ya sabes, lo que se puede considerar moral y eso...- Se encogió de hombros-. Al caso, para desmontar uno de estos, hay que saber montarlo."
Y no dijo más. Sabía un poco más de su pasado, mientras que él no sabía nada del mío. No estaba muy segura de cómo debía sentirme, pero no era bien. No debíamos compartir esas cosas... Y por otra parte me ayudó a quererlo un poco más. Todavía no estoy segura de si es el efecto causado por la confianza o otra cosa, una muestra de comprensión por aquello que se añora y que se perdió demasiado rápido.
«Verónica, concéntrate. Te estás desviando.» La voz suena frustrada. Mis divagaciones me distraen, y eso me frustra.
Decidimos que teníamos que hacer algo. El tema es que hay que eliminar unos documentos que hay en el despacho del inspector jefe de la ciudad. Obviamente, hay que distraerlo, sacarlo de su pequeña madriguera para poder saquearla. Y no basta con un explosivo porque, para evitarnos problemas de búsqueda y esas cosas, habíamos pensado - o más bien nos han indicado - que lo mejor será volar la habitación entera. La bomba no tiene potencia para más que eso, una habitación, pero aun así es peligrosa.
Él ha dicho que nadie resultará dañado.
Sin más dilación, hice una sugerencia, aunque él se negó rápidamente porque requería de mis... habilidades. Por fin le demostré que estoy perfectamente (en la última semana me ha dado tiempo a recuperarme bastante bien) y que, claramente, tenía razón. No tardó en darse cuenta. Es muy listo.
Ahora estamos comprobando el cableado de la comisaría, escondidos entre unos arbustitos en el exterior. Tengo un petardo en la mano que voy a tener que dejar al lado de los cables, ya que Miguel no quiere que me acerque ni que salga de mi escondite. Vaya rollo.
Ese es otro problema. Si me dejara participar directamente, no tendría que actuar desde la lejanía, y podría evitarme las desagradables consecuencias. Sigue considerando que es peor que me pillen, y supongo que tiene razón.
Por fin se aparta.
-Vale, creo que funcionará. Vamos a repasarlo: tú te quedas aquí, escondida, y cuando escuches el silbido, activas el petardo y te cargas los cables. Por cómo van supongo que se encargan de todo el sistema, así que el ruido y el apagón harán que, con suerte, se pregunten qué demonios ha pasado y salgan a ver. Entonces será mi oportunidad. Y si alguien entra, me lo dejas a , ¿vale? Será menos sospechoso si tú te quedas fuera del embrollo.
No veo la lógica de lo que dice, pero asiento. Va a colocarse en su posición, escondido detrás de la escalera de entrada, al otro lado de donde yo estoy. Me retiro y me coloco detrás de unos arbustos, bien agazapada y bien escondida con mi ropa oscura.
Pasan unos quince minutos hasta que escucho el silbido - madre mía, imita tan bien a un puñetero pájaro que casi me lo paso -. Para entonces, mi corazón va como a doscientos por hora, y ni siquiera lo pienso cuando genero una llamita con mis dedos y, con la mente, la dirijo hacia el petardo que hay junto al cableado. Me debilita mucho más que antes pero, por suerte, lo consigo al primer intento. Al menos se ha encendido el hilito y la llama se va acercando al cuerpo.
Me concentro. Lo levanto del suelo y lo acerco a los cables y entonces... ¡Bum! Un estallido que casi hace que caiga de espaldas por el respingo. A pesar de que me he tapado los oídos con todas mis fuerzas, me pitan.
Ya se escucha revuelo en el interior. Las luces parpadean. Mierda, no se han roto del todo... Pero puedo encargarme de eso. Hago acopio de toda mi habilidad mental y, a pesar de que la protección de los cables es considerablemente fuerte, consigo que termine de desgarrarse, rompiendo así el circuito que mantenía las luces encendidas. Hay incluso gritos.
Hemos escogido un domingo. Apenas hay gente en la comisaría los domingos, solo los que están de guardia. Así que todos salen a ver qué ha pasado, tal y como hemos predicho.
Mientras me mantengo escondida, veo una sombra veloz escabullirse hacia la puerta cuando la última persona sale del edificio. Menos mal que he hecho que todas las cámaras  de la calle estén mirado oportunamente hacia otro lado. Ahora solo queda esperar, y mirar sin ser descubierta. Me he desplazado hasta un punto en el que, por mucho que busquen, no lograrán distinguirme, porque además soy bastante pequeña. Los cabrones tienen montada una maldita selva aquí atrás.
Se quedan aquí hablando como unos diez minutos, intentando averiguar quién ha sido el capullo que ha tirado un petardo y se ha cargado su iluminación, probablemente uno de esos adolecentes malcriados. No había cámaras apuntando a esa zona. No encuentran a nadie sospechoso alrededor, y cuando preguntan a la gente que pasaba, no obtienen nada. Por fin llaman a los electricistas.
Una mujer se remueve, incómoda. Me doy cuenta de que es la inspectora. Y sé que no va a tardar mucho más aquí fuera. Está sospechando. Me tengo que mover.
Ignorando las indicaciones de Miguel, me deslizo fuera de mi escondite lo más sigilosamente posible. Si escuchan algo, creerán que soy un gato o un pájaro. Cuando por fin me libro de todas las ramas, que se me enganchaban como garras, corro hacia la puerta de la comisaría - fijándome en que no me miran, claro - y entro.
Y casi suelto un grito.
-¿Verónica?- espeta el otro, incrédulo y enfadado. Después suspira y susurra-: Ya debí suponer que no me harías caso.
-Estabas tardando y...
-Un pequeño fallo técnico. Venga, salgamos de aquí, la bomba está a punto de...
No me da tiempo a avisarle antes de que se escuche la puerta abriéndose. El hombre me arrastra hacia las sombras sin dar siquiera una oportunidad a mis reflejos.
Una silueta femenina y segura se adentra en la oscuridad. Es la inspectora. Se dirige a su despacho. Deberíamos salir de allí antes de que nos descubran, pero no nos movemos. Sabemos lo que va a ocurrir. Sé lo que va a ocurrir - le he escuchado soltando una palabrota en voz baja -. Y no hay tiempo para evitarlo.
Estoy demasiado lejos, pero puedo ver cómo se mueve. Y me imagino la mano de la mujer dirigiéndose hacia el pomo. Solo se me ocurre una reacción.
-¡NO!
Se detiene y se vuelve. No se acerca más, no entra. Pero tampoco se aleja.
Y ambos lo vemos, un segundo pasando a cámara lenta. El estallido, la mujer cubriéndose rápidamente a la vez que una lluvia de cristales y escombros le cae encima, como intentando abrazarla. El humo negro saliendo de la habitación que, sin duda, habrá quedado destrozada. Las pruebas que los que han chantajeado a Miguel querían borrar están, sin duda, eliminadas.
Igual que lo estará la vida de la mujer si no hago nada.
-Pero... ¿Qué demonios...? ¡Vero!
No consigue detenerme. No consigue impedir que corra hacia la inspectora, me agache a su lado e inspeccione sus heridas. No lo entiende. ¿Por qué no lo entiende? Es como cuando lo encontré a él. También está en muy malas condiciones. Necesita mi ayuda.
Lo hago casi sin pensarlo. Pongo mi mano sobre su piel, tan suave, que ha quedado surcada por un montón de cortes y magulladuras bastante feos. Su muñeca se tuerce en una posición extraña. A cualquiera le habría mareado. Sin embargo, a mí no. No soy consciente de lo debilitada que estoy, de lo mucho que necesito descansar. Solo me doy cuenta de la tranquilidad que me envuelve, que va desde mi interior hacia ella...
Su cuerpo expulsa los trozos de cristal que se habían quedado incrustados en su carne y, de repente, está como nueva. Sus células se han regenerado. Cuando despierta, parece confundida.
Entonces me doy cuenta. Obviamente, la explosión ha hecho que los demás entren. Uno apunta a Miguel con una pistola, y él tiene los brazos en alto. Me mira con horror. «¿Qué has hecho?» preguntan sus ojos, y la voz en mi cabeza. La inspectora se levanta rápidamente, aunque trastabilla. Me tiene miedo, a pesar de que acabo de salvarle la puñetera vida.
Veo como todos me miran, como si fuera un monstruo. Y es entonces cuando comprendo que él tenía razón. No lo soy. Si lo fuera, habría salido corriendo antes de que la bomba explotase, sin mirar atrás.
Y ahora lo he pagado caro, poniéndonos en peligro a los dos. Todo por hacer lo correcto. Debería ser un monstruo.
Y por fin sé qué es lo que tengo que hacer. Me da miedo. No lo he hecho desde hace demasiado tiempo. Pero es la única forma de salir de aquí. No quiero más sacrificios. No quiero que a él lo envíen a la cárcel y no quiero que a mí me diseccionen como a un alienígena. Quiero ser libre y quiero vivir mi vida. Con él.
Pienso en avisar primero. Se han quedado estupefactos, y el único que ha sacado su arma es el que apunta a Miguel. No quiero que eso cambie, y sé que si digo algo, otro me apuntará y, probablemente, me disparará sin pensárselo dos veces. Así que, sin razonarlo mucho más, creo una bola de fuego que se expande más y más en mi mano. En un gesto rápido, la lanzo mentalmente a los sitios más inflamables, que tienen madera: puertas, mesas, sillas...
En pocos minutos el incendio ha sembrado el pánico, incluso está a punto de dejarme paralizada a mí. El del arma la ha bajado, y mi compañero se la quita de delante con un golpe rápido. Unos cuantos consideran sacar su pistola; no obstante, parecen razonarlo y deciden que lo mejor es salir de este maldito horno.
-¡Vamos!- escucho la voz grave y ronca de Miguel. Sé que va dirigida a mí.
Corro detrás de él. No va hacia la puerta, por allí van todos los policías y secretarios. Vamos hacia una ventana. La rompe rápidamente con una silla y le da patadas a los filos para intentar dejar el marco lo menos dañino posible. Aun así eso no evita que, cuando salimos, los dos nos llevemos unos buenos cortes.
-Corre, Verónica- me urge el otro, tirando de mí e ignorando mis heridas. La verdad es que no puedo pedirle que se preocupe por eso ahora.
Ya salimos a la carrera lejos de allí, esperando poder llegar lo más lejos posible, cuando parece que la inspectora decide que todos sus compañeros están perfectamente a salvo y que hay que detener a los puñeteros criminales que acaban de salvarle la maldita vida. Lo digo porque no tardamos en escuchar unos disparos seguros y certeros. El primero me roza la pierna. El segundo lo esquiva Miguel por los pelos. Y, finalmente, el tercero cumple su cometido.
Un dolor intenso, desgarrador, comienza en mi muslo y se expande por toda mi pierna, haciendo que suelte un grito y trastabille. Caigo al suelo con un golpe seco, aunque mi compañero intenta suavizar la caída. Se agacha rápidamente a mi lado y me ayuda a levantarme, susurrándome palabras de ánimo y consuelo que están teñidas de preocupación.
Se me saltan las lágrimas. Es demasiado, no puedo seguir corriendo...
-¡Venga, Vero! ¡Por favor...!
-¡Manos arriba! ¡Deteneos!
Por fin consigo ponerme en pie. Nos volvemos hacia ellos. Miguel está haciendo de escudo, lo puedo ver. No está completamente delante de mí, pero sí considerablemente. No me gusta, y sin embargo tampoco puedo hacer nada.
-¡Quedáis detenidos por asaltar una comisaría y atentar contra...!
-¡Ese he sido yo!- espeta de repente el hombre. Está furioso, angustiado. Por mí-. Ella no ha hecho nada.
-Aun así, debe estar bajo inspección...
-¡Te ha salvado la puñetera vida! ¿Por qué cojones le disparas? ¡Joder!
Veo que está conteniendo las lágrimas. Eso parece hacer que duden. Él sí parece humano, yo no. Y eso sí consigue que comiencen a comprender un poco, aunque no por ello son menos hostiles. En ningún momento bajan sus armas. Me lanza una mirada de reojo. Después le lanza otra a un coche que hay a nuestra derecha.
Comprendo. Me concentro y, disimuladamente, comienzo a abrir las puertas, levantando los pestillos. La inspectora se acerca cautelosamente a nosotros, vigilando nuestros movimientos. El tema es que no me estoy moviendo.
-¡Ahora!
-¡No!
Miguel abre bruscamente la puerta del conductor y una bala rebota en ella. Me meto rápidamente y me deslizo al asiento del copiloto, soltando un grito de dolor. Él se sienta a mi lado.
-¿Puedes hacer que esto arranque antes de que dispare a las ruedas?
Lo único que se me ocurre es acercar el dedo al contacto y generar un hilillo de electricidad (lo que mi cuerpo me permite). El motor ronronea y los paneles se encienden. Hoy estoy que me salgo. Siempre que estoy desesperada me pasa.
Cuando salimos de la plaza rozamos bastante al otro coche - de hecho, nos cargamos su retrovisor -, aunque lo importante es que salgamos de allí cagando leches. En ningún momento la mujer ha dejado de dispararnos, y enseguida empieza a apuntar el cañón hacia la goma de las ruedas. Miguel, el pobre, hace lo que puede, y yo tengo la mandíbula tensa. Me sujeto la pierna e intento convencerme a mí misma de que el dolor no existe. Sin mucho éxito, la verdad.
-Le va a dar de un momento a otro...
Cierro los ojos con fuerza y creo un campo a nuestro alrededor. Las balas comienzan a rebotar en él. Es más de lo que puedo soportar... Pero no hay otra opción. Así que aguanto hasta que salimos de allí.

Me he desmayado en cuanto hemos salido de la ciudad. Cuando me despierto, compruebo que mi compañero ha parado un momento a hacerme un torniquete. No es muy profesional, pero sí es lo suficientemente bueno. Se nota que ha trabajado para la poli.
Aun así, me sigue doliendo. Al moverme un poco, veo las estrellas. Suelto un gruñido.
-Verónica- suspira el otro-. Menos mal que estás bien. Creía... Te he forzado mucho allí atrás, ¿sabes? No debería haberlo hecho. Has tenido que... Lo siento tanto...
-Déjalo, ¿vale? No pasa nada. En serio.
Pero tiene razón. No me he dado cuenta hasta ahora, porque he estado demasiado concentrada en otras cosas. Pero ahora lo noto. La jaqueca, horrible, catastrófica. Demasiados movimientos con la mente. El fuego me ha dejado... helada, como si estuviera en pleno invierno. La vida de esa mujer me ha costado cara, ahora tengo fiebre también. Incluso la electricidad que he usado para arrancar el coche ha hecho que ahora esté... No sé, lenta.
Y todo después de despertar del coma que me provocó la explosión. Genial.
«Tienes que dejar de llevarte al límite», me indica la voz en mi cabeza. Ya es raro escucharla. La mayoría de las veces lo tengo a él. Y sé que tiene razón, ella también, porque piensa igual que Miguel. En el fondo, pienso igual que Miguel, aunque parezca que soy una insensata. Es solo que... no había otra forma de salir de allí.
No es tarde. Me encuentro como una patada en el culo. Me duele todo. Creo que voy a morir. Pero no es tarde, y lo sé. Todavía me queda una oportunidad de salir de este maldito sitio, ir lejos, con él.
-Vamos a ir a recoger nuestras cosas en casa de Rafa. Después nos marcharemos. Te llevaré lo más lejos que pueda, pero...- Suspira. Sé cómo quiere continuar y no quiero escucharlo-. Tengo que dejarte marchar, Verónica. Si no fuera por mí... No debería haberte traído. Mírate, acabas de despertar de un coma, te estabas recuperando y ya estás hecha mierda. Y guárdate las ironías- añade hoscamente. Me guardo las palabras que estaba a punto de soltar-. Te dejaré en un sitio seguro. Lo más seguro posible. Te lo prometo. Pero no puedo...
-¡Por favor!
-¡Cállate! ¿Vale? Mira: el incendio, la telequinesis, la inspectora, el motor... Todo eso por mi culpa. Te la habrías apañado mejor si no estuvieras conmigo. Y ahora ellos también se enterarán, y eso es lo peor, querrán usarte como arma...
-¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? En serio, Miguel, estoy empezando a dudar...
-¡Una maldita revolución! Están hartos del sistema. Me tienen tirria por un viejo asunto. Da igual, ese no es el caso.
-¿Re... volución? Aquel hombre quería matarte...
-No todos los revolucionarios son héroes, ¿sabes? Son personas con intereses, como cualquier otro. A cambio de dejarme con vida, tenía que destruir información del Departamento de Policía. Y cuando pongan en las noticias lo que has hecho... Te querrán para ellos, y yo no podré defenderte, igual que no pude defenderme a mí mismo. No puedo hacer nada...- Sacude la cabeza. Después le da un puñetazo al volante. Doy un brinco-. ¿Por qué no ves que soy un inútil, que estarías mejor sin mí?
-Porque no es cierto.
-¡Y un cuerno que no! Verónica, esto no tiene vuelta de tuerca. Te vas a ir, y punto.
-¿Por qué? ¿Por qué no puedo decidir por mí misma?
Estoy a punto de llorar. Al cuerno el dolor, al cuerno la fiebre, al cuerno todo. No me quiere a su lado. Me desprecia, como todos los demás, solo quiere deshacerse de mí.
-Esto no es algo que debas decidir. Es por tu bien, corres pelig...
-¡Otra vez!- acabo gritando-. ¡Otra vez! ¡Siempre lo mismo: "es por tu bien"! ¡Estoy harta! ¿Me oyes? ¡Harta! De no poder decidir, de tener que conformarme, de tener que huir... No quiero seguir huyendo. Es lo que he hecho hasta ahora. Huir.
-Vero...
-¿Sabes qué me pasó, por qué estoy aquí? La primera vez que conocí mis poderes, no hace mucho, mis padres me quisieron llevar al médico. Me asusté. Sabía lo que la ciencia querría de mí, no me chupaba el dedo, ya tenía una edad. Y le prendí fuego a la casa. No a propósito, claro. Igualmente, fue lo suficientemente intenso para provocar un incendio. Mi hermano murió sin ninguna culpa. Mis padres también. Tuve que dejar a mi novio atrás, y créeme, lo quería, no era ningún estúpido amor adolescente.
»Yo sobreviví. Y huí. Seguía viva, pero me faltaba algo. No tenía familia, no tenía amigos, no tenía nada. Y aun así, era mucho más que eso. Un motivo, es lo que faltaba. Un motivo para vivir. Y por fin lo encontré cuando comprendí que, quizá, solo quizá, había alguien que veía algo de humanidad en mí.
-Verónica...
-Necesito que alguien me trate como si de verdad fuera una persona. Quizá no lo sea, aunque deseo con todas mis fuerzas serlo.
-Eres una persona.
-Pues demuéstramelo. Demuestra que respetas mi decisión como la de cualquier otra persona. Mi decisión de quedarme contigo. Y si soy una carga, déjate de gilipolleces y dímelo.
Me doy cuenta de que estoy llorando. Lo odio. Intento parar y no puedo. Durante un par de minutos, Miguel no para de lanzarme miradas inseguras, con el ceño fruncido, sin dejar de vigilar la carretera. Por fin extiende un brazo hacia mí, y yo me envuelvo en él, aliviada, enterrando la cara en el hueco de su cuello. Ahogándome entre sollozos.
-Nunca serás una carga. Eres el único motivo por el que todavía estoy vivo.
Es una declaración más que suficiente para mí. No me había vuelto a sentir amada desde que los poderes me destrozaron la vida, saliendo de la nada como una serpiente venenosa. Inocente y, sin embargo, letal. Nunca lo pedí. Y de todas formas, no hacía falta que lo hiciera.
Creía que toda esperanza estaba perdida hasta que lo conocí a él. La recuperé gracias a él. Y ahora que he estado a punto de volver a perderla, él me ha apartado del precipicio.

El sacrificio puede parecer algo bello. Creedme, no lo es. Al menos, cuando la persona que se va a sacrificar es alguien a quien amas. Cuando lo haces tú, te alegras, te convences a ti mismo de que la otra persona estará mejor gracias a ti. No lo estará. Quizás al final un poco sí. No obstante, los primeros años, o incluso más, bastante más, serán un suplicio. Y será una herida que no termina de cerrarse hasta el día de la muerte.
Por eso nos hemos prometido en silencio no volver a sacrificarnos el uno por el otro. La primera vez fue catastrófica, y ninguno de los dos quiere enfrentarse a las consecuencias. Ninguno de los dos quiere que el otro se sacrifique.
Aun así supongo que, cuando llegue el momento de la verdad, nos daremos cuenta de que todo es una mentira. Me imagino que, si él corriese peligro, me sacrificaría sin dudarlo dos veces, como aquella primera vez. Considera que tiene más derecho a vivir que yo, y él creerá lo contrario.
Así somos los humanos. Cabezotas y mentirosos. A lo mejor no es lo mejor que se puede esperar, pero hace que me sienta un poco más vinculada a este mundo, a esta vida. Huimos. Pero no estamos solos. Tenemos un motivo para huir.
Por otro lado, eso no significa que no seamos capaces de luchar. Porque lucharemos. El uno por el otro. Para aferrarnos a esta vida con uñas y dientes, patalearemos, golpearemos y nos protegeremos. Hasta ahora, solo he llegado a comprender una cosa, a aprender una cosa: por muchos seres queridos que pierdas, debes encontrar algo que te mantenga de pie, porque es lo que la vida pide de los fuertes. Y, al final, el pilar más estable no es el dinero, ni las posesiones. Todo se asienta sobre el amor, ya sea de una clase o de otra, a la familia, a los amigos, o a tu gato.
El amor me ha enseñado una cosa: si me tratas con respeto, como se debe tratar a una persona, haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte. Ahora bien... si se te ocurre hacernos daño a Miguel o a mí, estarás jugando con fuego. Y, cuando la llama arda, ya no habrá vuelta atrás.

A los que todavía os quede esa carrerilla final, mucho ánimo, que ya está cerca el veranito :P ¡¡Un beso a todos!!

4 comentarios:

  1. ¡Hola Irene! Está muy bien, como de costumbre y la verdad es que no me esperaba que fueras a terminarlo como lo has hecho (aunque debí haberlo supuesto ¬¬)
    Bueno, la cosa es que está genial así que sigue subiendo cositas :D
    Un beso :3

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Graciaaas :D La verdad no sé cómo esperabas que terminase jajaja (no iba a matar a nadie... aunque lo pense ewe pero me pareció demasiado cruel xDxD)
      Seguiré escribiendo poemillas y la novela, supongo que dentro de poco subiré otro fragmento :3
      Un besoo!! ^-^

      Eliminar
    2. No, si a lo que me refiero es que debí haber supuesto ciertas cosas, no todo.
      ¡Eso es verdad! ¡Hace mucho que no me desesperas con los fragmentos de la novela! Dx
      Es hay que cambiarlo, ¿eh? xDD
      Un beso :)

      Eliminar
    3. Jajaja ah ok xP
      Vale, vale, no me pegues por favor <3 Prontito subiré otro poco ;)
      Un bezoo :3

      Eliminar

¿Comentas? *oo* I shall be forever grateful

Pokemon - Vulpix