¡Holaholahola! Hoy os traigo una buena noticia: he vuelto porque por fiiiiiiiiiiiiin he acabado los exámenes :'D Ahora podré dedicaros más tiempo, a vosotros, a escribir y a mis libritos :3 Yyyy *chanchanchanchanchaaaan redoble de tambores xD Vale no ¬¬* os traigo una agradable sorpresa, lo que sé que llevabais esperando todo este tiempo, ¡¡LA SEGUNDA PARTE DE CUANDO LA LLAMA ARDA!!
Vale ya me he motivado...
La verdad es que no es sorpresa porque lo dice el título de la entrada, pero bueno, así soy yo xD Y yaaa me callo y os dejo el textito, espero no tener fallillos, si hay erratas o algo perdón, no he tenido ocasión de corregirlo xP:
Segunda
parte: Fuego
Solo nos han dado un explosivo. Y ni
siquiera estaba montado, Miguel había tenido que encargarse de eso. Madre mía,
cómo me quedé cuando vi que sabía montar explosivos. Flipando. Con la boca
abierta. Sabía que no debía hacerlo, pero se lo pregunté:
"-¿Cómo demonios sabes montar ese
cacharro?"
Él se quedó mirándome un rato,
ocultando la irritación, antes de seguir con lo suyo. Supuse que no me
contestaría, y no lo culpaba - era el trato -, y a pesar de todo lo hizo:
"-Fui policía. Uno muy joven y
durante poco tiempo. Me expulsaron por un tema de conducta. Ya sabes, lo que se
puede considerar moral y eso...- Se encogió de hombros-. Al caso, para
desmontar uno de estos, hay que saber montarlo."
Y no dijo más. Sabía un poco más de su
pasado, mientras que él no sabía nada del mío. No estaba muy segura de cómo
debía sentirme, pero no era bien. No debíamos compartir esas cosas... Y por
otra parte me ayudó a quererlo un poco más. Todavía no estoy segura de si es el
efecto causado por la confianza o otra cosa, una muestra de comprensión por
aquello que se añora y que se perdió demasiado rápido.
«Verónica, concéntrate. Te estás
desviando.» La voz suena frustrada. Mis divagaciones me distraen, y eso me
frustra.
Decidimos que teníamos que hacer algo.
El tema es que hay que eliminar unos documentos que hay en el despacho del
inspector jefe de la ciudad. Obviamente, hay que distraerlo, sacarlo de su
pequeña madriguera para poder saquearla. Y no basta con un explosivo porque,
para evitarnos problemas de búsqueda y esas cosas, habíamos pensado - o más
bien nos han indicado - que lo mejor será volar la habitación entera. La bomba
no tiene potencia para más que eso, una habitación, pero aun así es peligrosa.
Él ha dicho que nadie resultará
dañado.
Sin más dilación, hice una sugerencia,
aunque él se negó rápidamente porque requería de mis... habilidades. Por fin le
demostré que estoy perfectamente (en la última semana me ha dado tiempo a
recuperarme bastante bien) y que, claramente, tenía razón. No tardó en darse
cuenta. Es muy listo.
Ahora estamos comprobando el cableado
de la comisaría, escondidos entre unos arbustitos en el exterior. Tengo un
petardo en la mano que voy a tener que dejar al lado de los cables, ya que
Miguel no quiere que me acerque ni que salga de mi escondite. Vaya rollo.
Ese es otro problema. Si me dejara
participar directamente, no tendría que actuar desde la lejanía, y podría
evitarme las desagradables consecuencias. Sigue considerando que es peor que me
pillen, y supongo que tiene razón.
Por fin se aparta.
-Vale, creo que funcionará. Vamos a
repasarlo: tú te quedas aquí, escondida, y cuando escuches el silbido,
activas el petardo y te cargas los cables. Por cómo van supongo que se encargan
de todo el sistema, así que el ruido y el apagón harán que, con suerte, se
pregunten qué demonios ha pasado y salgan a ver. Entonces será mi oportunidad.
Y si alguien entra, me lo dejas a mí,
¿vale? Será menos sospechoso si tú te quedas fuera del embrollo.
No veo la lógica de lo que dice, pero
asiento. Va a colocarse en su posición, escondido detrás de la escalera de
entrada, al otro lado de donde yo estoy. Me retiro y me coloco detrás de unos
arbustos, bien agazapada y bien escondida con mi ropa oscura.
Pasan unos quince minutos hasta que
escucho el silbido - madre mía, imita tan bien a un puñetero pájaro que casi me
lo paso -. Para entonces, mi corazón va como a doscientos por hora, y ni
siquiera lo pienso cuando genero una llamita con mis dedos y, con la mente, la
dirijo hacia el petardo que hay junto al cableado. Me debilita mucho más que
antes pero, por suerte, lo consigo al primer intento. Al menos se ha encendido
el hilito y la llama se va acercando al cuerpo.
Me concentro. Lo levanto del suelo y
lo acerco a los cables y entonces... ¡Bum! Un estallido que casi hace que caiga
de espaldas por el respingo. A pesar de que me he tapado los oídos con todas
mis fuerzas, me pitan.
Ya se escucha revuelo en el interior.
Las luces parpadean. Mierda, no se han roto del todo... Pero puedo encargarme
de eso. Hago acopio de toda mi habilidad mental y, a pesar de que la protección
de los cables es considerablemente fuerte, consigo que termine de desgarrarse,
rompiendo así el circuito que mantenía las luces encendidas. Hay incluso
gritos.
Hemos escogido un domingo. Apenas hay
gente en la comisaría los domingos, solo los que están de guardia. Así que
todos salen a ver qué ha pasado, tal y como hemos predicho.
Mientras me mantengo escondida, veo
una sombra veloz escabullirse hacia la puerta cuando la última persona sale del
edificio. Menos mal que he hecho que todas las cámaras de la calle estén mirado oportunamente hacia
otro lado. Ahora solo queda esperar, y mirar sin ser descubierta. Me he
desplazado hasta un punto en el que, por mucho que busquen, no lograrán
distinguirme, porque además soy bastante pequeña. Los cabrones tienen montada
una maldita selva aquí atrás.
Se quedan aquí hablando como unos diez
minutos, intentando averiguar quién ha sido el capullo que ha tirado un petardo
y se ha cargado su iluminación, probablemente uno de esos adolecentes
malcriados. No había cámaras apuntando a esa zona. No encuentran a nadie
sospechoso alrededor, y cuando preguntan a la gente que pasaba, no obtienen
nada. Por fin llaman a los electricistas.
Una mujer se remueve, incómoda. Me doy
cuenta de que es la inspectora. Y sé que no va a tardar mucho más aquí fuera.
Está sospechando. Me tengo que mover.
Ignorando las indicaciones de Miguel,
me deslizo fuera de mi escondite lo más sigilosamente posible. Si escuchan
algo, creerán que soy un gato o un pájaro. Cuando por fin me libro de todas las
ramas, que se me enganchaban como garras, corro hacia la puerta de la comisaría
- fijándome en que no me miran, claro - y entro.
Y casi suelto un grito.
-¿Verónica?- espeta el otro, incrédulo
y enfadado. Después suspira y susurra-: Ya debí suponer que no me harías caso.
-Estabas tardando y...
-Un pequeño fallo técnico. Venga,
salgamos de aquí, la bomba está a punto de...
No me da tiempo a avisarle antes de
que se escuche la puerta abriéndose. El hombre me arrastra hacia las sombras
sin dar siquiera una oportunidad a mis reflejos.
Una silueta femenina y segura se
adentra en la oscuridad. Es la inspectora. Se dirige a su despacho. Deberíamos
salir de allí antes de que nos descubran, pero no nos movemos. Sabemos lo que
va a ocurrir. Sé lo que va a ocurrir - le he escuchado soltando una palabrota
en voz baja -. Y no hay tiempo para evitarlo.
Estoy demasiado lejos, pero puedo ver
cómo se mueve. Y me imagino la mano de la mujer dirigiéndose hacia el pomo.
Solo se me ocurre una reacción.
-¡NO!
Se detiene y se vuelve. No se acerca
más, no entra. Pero tampoco se aleja.
Y ambos lo vemos, un segundo pasando a
cámara lenta. El estallido, la mujer cubriéndose rápidamente a la vez que una
lluvia de cristales y escombros le cae encima, como intentando abrazarla. El
humo negro saliendo de la habitación que, sin duda, habrá quedado destrozada.
Las pruebas que los que han chantajeado a Miguel querían borrar están, sin duda,
eliminadas.
Igual que lo estará la vida de la
mujer si no hago nada.
-Pero... ¿Qué demonios...? ¡Vero!
No consigue detenerme. No consigue
impedir que corra hacia la inspectora, me agache a su lado e inspeccione sus
heridas. No lo entiende. ¿Por qué no lo entiende? Es como cuando lo encontré a
él. También está en muy malas condiciones. Necesita mi ayuda.
Lo hago casi sin pensarlo. Pongo mi
mano sobre su piel, tan suave, que ha quedado surcada por un montón de cortes y
magulladuras bastante feos. Su muñeca se tuerce en una posición extraña. A
cualquiera le habría mareado. Sin embargo, a mí no. No soy consciente de lo
debilitada que estoy, de lo mucho que necesito descansar. Solo me doy cuenta de
la tranquilidad que me envuelve, que va desde mi interior hacia ella...
Su cuerpo expulsa los trozos de
cristal que se habían quedado incrustados en su carne y, de repente, está como
nueva. Sus células se han regenerado. Cuando despierta, parece confundida.
Entonces me doy cuenta. Obviamente, la
explosión ha hecho que los demás entren. Uno apunta a Miguel con una pistola, y
él tiene los brazos en alto. Me mira con horror. «¿Qué has hecho?» preguntan
sus ojos, y la voz en mi cabeza. La inspectora se levanta rápidamente, aunque
trastabilla. Me tiene miedo, a pesar de que acabo de salvarle la puñetera vida.
Veo como todos me miran, como si fuera
un monstruo. Y es entonces cuando comprendo que él tenía razón. No lo soy. Si
lo fuera, habría salido corriendo antes de que la bomba explotase, sin mirar
atrás.
Y ahora lo he pagado caro, poniéndonos
en peligro a los dos. Todo por hacer lo correcto. Debería ser un monstruo.
Y por fin sé qué es lo que tengo que
hacer. Me da miedo. No lo he hecho desde hace demasiado tiempo. Pero es la
única forma de salir de aquí. No quiero más sacrificios. No quiero que a él lo
envíen a la cárcel y no quiero que a mí me diseccionen como a un alienígena.
Quiero ser libre y quiero vivir mi vida. Con él.
Pienso en avisar primero. Se han
quedado estupefactos, y el único que ha sacado su arma es el que apunta a
Miguel. No quiero que eso cambie, y sé que si digo algo, otro me apuntará y,
probablemente, me disparará sin pensárselo dos veces. Así que, sin razonarlo
mucho más, creo una bola de fuego que se expande más y más en mi mano. En un
gesto rápido, la lanzo mentalmente a los sitios más inflamables, que tienen
madera: puertas, mesas, sillas...
En pocos minutos el incendio ha
sembrado el pánico, incluso está a punto de dejarme paralizada a mí. El del
arma la ha bajado, y mi compañero se la quita de delante con un golpe rápido.
Unos cuantos consideran sacar su pistola; no obstante, parecen razonarlo y
deciden que lo mejor es salir de este maldito horno.
-¡Vamos!- escucho la voz grave y ronca
de Miguel. Sé que va dirigida a mí.
Corro detrás de él. No va hacia la
puerta, por allí van todos los policías y secretarios. Vamos hacia una ventana.
La rompe rápidamente con una silla y le da patadas a los filos para intentar
dejar el marco lo menos dañino posible. Aun así eso no evita que, cuando
salimos, los dos nos llevemos unos buenos cortes.
-Corre, Verónica- me urge el otro,
tirando de mí e ignorando mis heridas. La verdad es que no puedo pedirle que se
preocupe por eso ahora.
Ya salimos a la carrera lejos de allí,
esperando poder llegar lo más lejos posible, cuando parece que la inspectora
decide que todos sus compañeros están perfectamente a salvo y que hay que
detener a los puñeteros criminales que acaban de salvarle la maldita vida. Lo
digo porque no tardamos en escuchar unos disparos seguros y certeros. El
primero me roza la pierna. El segundo lo esquiva Miguel por los pelos. Y,
finalmente, el tercero cumple su cometido.
Un dolor intenso, desgarrador,
comienza en mi muslo y se expande por toda mi pierna, haciendo que suelte un
grito y trastabille. Caigo al suelo con un golpe seco, aunque mi compañero
intenta suavizar la caída. Se agacha rápidamente a mi lado y me ayuda a
levantarme, susurrándome palabras de ánimo y consuelo que están teñidas de
preocupación.
Se me saltan las lágrimas. Es
demasiado, no puedo seguir corriendo...
-¡Venga, Vero! ¡Por favor...!
-¡Manos arriba! ¡Deteneos!
Por fin consigo ponerme en pie. Nos
volvemos hacia ellos. Miguel está haciendo de escudo, lo puedo ver. No está
completamente delante de mí, pero sí considerablemente. No me gusta, y sin
embargo tampoco puedo hacer nada.
-¡Quedáis detenidos por asaltar una
comisaría y atentar contra...!
-¡Ese he sido yo!- espeta de repente
el hombre. Está furioso, angustiado. Por mí-. Ella no ha hecho nada.
-Aun así, debe estar bajo
inspección...
-¡Te ha salvado la puñetera vida! ¿Por
qué cojones le disparas? ¡Joder!
Veo que está conteniendo las lágrimas.
Eso parece hacer que duden. Él sí parece humano, yo no. Y eso sí consigue que
comiencen a comprender un poco, aunque no por ello son menos hostiles. En
ningún momento bajan sus armas. Me lanza una mirada de reojo. Después le lanza
otra a un coche que hay a nuestra derecha.
Comprendo. Me concentro y,
disimuladamente, comienzo a abrir las puertas, levantando los pestillos. La
inspectora se acerca cautelosamente a nosotros, vigilando nuestros movimientos.
El tema es que no me estoy moviendo.
-¡Ahora!
-¡No!
Miguel abre bruscamente la puerta del
conductor y una bala rebota en ella. Me meto rápidamente y me deslizo al
asiento del copiloto, soltando un grito de dolor. Él se sienta a mi lado.
-¿Puedes hacer que esto arranque antes
de que dispare a las ruedas?
Lo único que se me ocurre es acercar
el dedo al contacto y generar un hilillo de electricidad (lo que mi cuerpo me
permite). El motor ronronea y los paneles se encienden. Hoy estoy que me salgo.
Siempre que estoy desesperada me pasa.
Cuando salimos de la plaza rozamos
bastante al otro coche - de hecho, nos cargamos su retrovisor -, aunque lo
importante es que salgamos de allí cagando leches. En ningún momento la mujer
ha dejado de dispararnos, y enseguida empieza a apuntar el cañón hacia la goma
de las ruedas. Miguel, el pobre, hace lo que puede, y yo tengo la mandíbula
tensa. Me sujeto la pierna e intento convencerme a mí misma de que el dolor no
existe. Sin mucho éxito, la verdad.
-Le va a dar de un momento a otro...
Cierro los ojos con fuerza y creo un
campo a nuestro alrededor. Las balas comienzan a rebotar en él. Es más de lo
que puedo soportar... Pero no hay otra opción. Así que aguanto hasta que
salimos de allí.
Me he desmayado en cuanto hemos salido
de la ciudad. Cuando me despierto, compruebo que mi compañero ha parado un
momento a hacerme un torniquete. No es muy profesional, pero sí es lo
suficientemente bueno. Se nota que ha trabajado para la poli.
Aun así, me sigue doliendo. Al moverme
un poco, veo las estrellas. Suelto un gruñido.
-Verónica- suspira el otro-. Menos mal
que estás bien. Creía... Te he forzado mucho allí atrás, ¿sabes? No debería
haberlo hecho. Has tenido que... Lo siento tanto...
-Déjalo, ¿vale? No pasa nada. En
serio.
Pero tiene razón. No me he dado cuenta
hasta ahora, porque he estado demasiado concentrada en otras cosas. Pero ahora
lo noto. La jaqueca, horrible, catastrófica. Demasiados movimientos con la
mente. El fuego me ha dejado... helada, como si estuviera en pleno invierno. La
vida de esa mujer me ha costado cara, ahora tengo fiebre también. Incluso la
electricidad que he usado para arrancar el coche ha hecho que ahora esté... No
sé, lenta.
Y todo después de despertar del coma
que me provocó la explosión. Genial.
«Tienes que dejar de llevarte al
límite», me indica la voz en mi cabeza. Ya es raro escucharla. La mayoría de
las veces lo tengo a él. Y sé que tiene razón, ella también, porque piensa
igual que Miguel. En el fondo, pienso igual que Miguel, aunque parezca que soy
una insensata. Es solo que... no había otra forma de salir de allí.
No es tarde. Me encuentro como una
patada en el culo. Me duele todo. Creo que voy a morir. Pero no es tarde, y lo
sé. Todavía me queda una oportunidad de salir de este maldito sitio, ir lejos,
con él.
-Vamos a ir a recoger nuestras cosas
en casa de Rafa. Después nos marcharemos. Te llevaré lo más lejos que pueda,
pero...- Suspira. Sé cómo quiere continuar y no quiero escucharlo-. Tengo que
dejarte marchar, Verónica. Si no fuera por mí... No debería haberte traído.
Mírate, acabas de despertar de un coma, te estabas recuperando y ya estás hecha
mierda. Y guárdate las ironías- añade hoscamente. Me guardo las palabras que
estaba a punto de soltar-. Te dejaré en un sitio seguro. Lo más seguro posible.
Te lo prometo. Pero no puedo...
-¡Por favor!
-¡Cállate! ¿Vale? Mira: el incendio,
la telequinesis, la inspectora, el motor... Todo eso por mi culpa. Te la
habrías apañado mejor si no estuvieras conmigo. Y ahora ellos también se
enterarán, y eso es lo peor, querrán usarte como arma...
-¿Ellos?
¿Quiénes son ellos? En serio, Miguel,
estoy empezando a dudar...
-¡Una maldita revolución! Están hartos
del sistema. Me tienen tirria por un viejo asunto. Da igual, ese no es el caso.
-¿Re... volución? Aquel hombre quería
matarte...
-No todos los revolucionarios son
héroes, ¿sabes? Son personas con intereses, como cualquier otro. A cambio de
dejarme con vida, tenía que destruir información del Departamento de Policía. Y
cuando pongan en las noticias lo que has hecho... Te querrán para ellos, y yo
no podré defenderte, igual que no pude defenderme a mí mismo. No puedo hacer
nada...- Sacude la cabeza. Después le da un puñetazo al volante. Doy un
brinco-. ¿Por qué no ves que soy un inútil, que estarías mejor sin mí?
-Porque no es cierto.
-¡Y un cuerno que no! Verónica, esto
no tiene vuelta de tuerca. Te vas a ir, y punto.
-¿Por qué? ¿Por qué no puedo decidir
por mí misma?
Estoy a punto de llorar. Al cuerno el
dolor, al cuerno la fiebre, al cuerno todo. No me quiere a su lado. Me
desprecia, como todos los demás, solo quiere deshacerse de mí.
-Esto no es algo que debas decidir. Es
por tu bien, corres pelig...
-¡Otra vez!- acabo gritando-. ¡Otra
vez! ¡Siempre lo mismo: "es por tu bien"! ¡Estoy harta! ¿Me oyes? ¡Harta! De no poder decidir, de tener que
conformarme, de tener que huir... No quiero seguir huyendo. Es lo que he hecho
hasta ahora. Huir.
-Vero...
-¿Sabes qué me pasó, por qué estoy
aquí? La primera vez que conocí mis poderes, no hace mucho, mis padres me
quisieron llevar al médico. Me asusté. Sabía lo que la ciencia querría de mí,
no me chupaba el dedo, ya tenía una edad. Y le prendí fuego a la casa. No a
propósito, claro. Igualmente, fue lo suficientemente intenso para provocar un
incendio. Mi hermano murió sin ninguna culpa. Mis padres también. Tuve que
dejar a mi novio atrás, y créeme, lo quería, no era ningún estúpido amor
adolescente.
»Yo sobreviví. Y huí. Seguía viva,
pero me faltaba algo. No tenía familia, no tenía amigos, no tenía nada. Y aun
así, era mucho más que eso. Un motivo,
es lo que faltaba. Un motivo para
vivir. Y por fin lo encontré cuando comprendí que, quizá, solo quizá, había
alguien que veía algo de humanidad en mí.
-Verónica...
-Necesito que alguien me trate como si
de verdad fuera una persona. Quizá no lo sea, aunque deseo con todas mis
fuerzas serlo.
-Eres una persona.
-Pues demuéstramelo. Demuestra que
respetas mi decisión como la de cualquier otra persona. Mi decisión de quedarme
contigo. Y si soy una carga, déjate de gilipolleces y dímelo.
Me doy cuenta de que estoy llorando.
Lo odio. Intento parar y no puedo. Durante un par de minutos, Miguel no para de
lanzarme miradas inseguras, con el ceño fruncido, sin dejar de vigilar la
carretera. Por fin extiende un brazo hacia mí, y yo me envuelvo en él,
aliviada, enterrando la cara en el hueco de su cuello. Ahogándome entre
sollozos.
-Nunca serás una carga. Eres el único
motivo por el que todavía estoy vivo.
Es una declaración más que suficiente
para mí. No me había vuelto a sentir amada desde que los poderes me destrozaron
la vida, saliendo de la nada como una serpiente venenosa. Inocente y, sin
embargo, letal. Nunca lo pedí. Y de todas formas, no hacía falta que lo
hiciera.
Creía que toda esperanza estaba
perdida hasta que lo conocí a él. La recuperé gracias a él. Y ahora que he
estado a punto de volver a perderla, él me ha apartado del precipicio.
El sacrificio puede parecer algo
bello. Creedme, no lo es. Al menos, cuando la persona que se va a sacrificar es
alguien a quien amas. Cuando lo haces tú, te alegras, te convences a ti mismo
de que la otra persona estará mejor gracias a ti. No lo estará. Quizás al final
un poco sí. No obstante, los primeros años, o incluso más, bastante más, serán
un suplicio. Y será una herida que no termina de cerrarse hasta el día de la
muerte.
Por eso nos hemos prometido en
silencio no volver a sacrificarnos el uno por el otro. La primera vez fue
catastrófica, y ninguno de los dos quiere enfrentarse a las consecuencias.
Ninguno de los dos quiere que el otro se sacrifique.
Aun así supongo que, cuando llegue el
momento de la verdad, nos daremos cuenta de que todo es una mentira. Me imagino
que, si él corriese peligro, me sacrificaría sin dudarlo dos veces, como
aquella primera vez. Considera que tiene más derecho a vivir que yo, y él creerá
lo contrario.
Así somos los humanos. Cabezotas y
mentirosos. A lo mejor no es lo mejor que se puede esperar, pero hace que me
sienta un poco más vinculada a este mundo, a esta vida. Huimos. Pero no estamos
solos. Tenemos un motivo para huir.
Por otro lado, eso no significa que no
seamos capaces de luchar. Porque lucharemos. El uno por el otro. Para
aferrarnos a esta vida con uñas y dientes, patalearemos, golpearemos y nos
protegeremos. Hasta ahora, solo he llegado a comprender una cosa, a aprender
una cosa: por muchos seres queridos que pierdas, debes encontrar algo que te
mantenga de pie, porque es lo que la vida pide de los fuertes. Y, al final, el
pilar más estable no es el dinero, ni las posesiones. Todo se asienta sobre el
amor, ya sea de una clase o de otra, a la familia, a los amigos, o a tu gato.
El amor me ha enseñado una cosa: si me
tratas con respeto, como se debe tratar a una persona, haré todo lo que esté en
mi mano para ayudarte. Ahora bien... si se te ocurre hacernos daño a Miguel o a
mí, estarás jugando con fuego. Y, cuando la llama arda, ya no habrá vuelta
atrás.
A los que todavía os quede esa carrerilla final, mucho ánimo, que ya está cerca el veranito :P ¡¡Un beso a todos!!