viernes, 30 de mayo de 2014

Fragmentos: Con la vista hacia el cielo (IV)

¡Qué hay! Espero que aquellos que tengáis puente lo estéis pasando genial, y a los demás bueno, mañana es finde ;P (ufff qué nervios, tengo un examen de inglés D'x) Sé que no me estoy pasando mucho por aquí, pero teniendo en cuenta que tengo que estudiar OTRA VEZ porque mi cole no deja de ponerme EXÁMENES y más EXÁMENES, no es que haya mucho más que pueda hacer :S

Hoy os dejo un poco más de la continuación del libro este que estoy escribiendo, aparte del relato, espero que os guste :3


Capítulo 4
Murcia, 7 de enero de 4001

Después de dos días de viaje y con escaso descanso – tanto por su parte como por la de su recién adquirida yegua, que sin duda alguna se había esforzado –, llegó a una ciudad que, por las señales que había visto, había supuesto que era Murcia. Antes de entrar en la ciudad, se vio obligado a amarrar a su montura a un tronco, en la arboleda más cercana a la periferia que logró encontrar. Intentó dejarla en un lugar tranquilo, frondoso, por el que no parecía que pasase gente, situado al lado de un arroyo. Comprobó que, por poco, las riendas daban espacio suficiente para que el animal se acercara a beber.
Le daba un poco de lástima dejar a la yegua allí sola, pero no podía arriesgarse a llamar la atención entrando en la ciudad a caballo, por muy discreto que intentara ser. Aún así, tampoco podía arriesgarse a liberarla, pues no sabía si la volvería necesitar. Así que, hasta nuevo aviso, prefería mantener las cosas como estaban.
Guardándose la pereza y el miedo que le suponía caminar hasta el lugar, comenzó su trayecto. Era cierto también que, en los tiempos que corrían, nadie solía entrar en otras ciudades sobre sus propios pies, pero se dijo a sí mismo que lo haría a escondidas, de forma que nadie se percatara de que había un habitante más entre ellos, y nada corriente además. El gorrión, como siempre, lo acompañaba; había decidido llamarlo Líber, porque sonaba mucho mejor que Libre, que había sido su primera idea.
Salió a una explanada, demasiada abierta para su gusto, aunque vacía, en la que se veía la autopista, a unos setenta metros de distancia. El alado inspiró aire, resignado, como quien inspira valentía, y se acercó a paso rápido a la carretera, deseando camuflarse lo mejor posible.
Por suerte, cuando llegó, al cabo de unos minutos, comprobó que había, en los bordes de la autopista, unos cuantos arbustos, matojos y pequeños árboles, entre los que decidió ocultarse. Así avanzó hasta la ciudad, cuyos altos y modernos edificios se veían desde la distancia, sin llegar a internarse en la carretera, sino siguiendo las señales que en ella había.
La impresión que obtuvo al acercarse lo dejó sin aire. Edificios enormes, blancos y negros, llenos de cristales, luces y carteles. Vehículos que se movían velozmente de un lado a otro sobre vías luminosas sin tocar el suelo, y una masa de peatones apresurados e impacientes por las grandes avenidas. Mantuvo la boca abierta casi todo el trayecto, tan estupefacto como estaba.
Cuando llegó junto a los primeros edificios, se ocultó rápidamente bajo sus sombras, creyendo – acertadamente – que si se movía así no tardaría en dar con el mercado negro. En efecto, aunque le llevó unas cuantas horas, acabó encontrando un edificio aparentemente abandonado, pero que en el interior bullía de actividad. Era como un zumbido lejano, oculto tras una enorme puerta metálica, vieja y oxidada. Podría considerarse un truco de la imaginación, sin embargo ahí estaba, sin duda alguna.
Dio un par de golpes en la puerta, que hicieron que el edificio entero, irreprochablemente antiguo, vibrase. De repente, el zumbido del interior se detuvo, lo cual confirmó que no habían sido imaginaciones suyas, pues la diferencia, aunque nimia, resultaba grotesca. Confiando en que hubiera alguien tras la puerta que le oyese, susurró, en un tono lo suficientemente alto como para ser escuchado:
-Por favor, déjenme entrar.
Tuvo que recordarse a sí mismo el hablar en español, tan acostumbrado como estaba a hablar aragonés. Una voz burda y ronca le contestó desde el interior:
-No has llamado bien. Si no hay contraseña, no hay entrada.
-¡Venga ya! Voy solo y soy inofensivo.
Alguien soltó una especie de bufido irónico desde el interior.
-¿Y cómo sabemos que no eres de la pasma?
-Primero, si lo fuera, vuestro comportamiento ya resultaría muy sospechoso e indiscreto de por sí.
-¡Como si eso importara!- se burló-. La gran mayoría de polis saben lo que se cuece por este lugar. Pero no seré yo quien les dé pruebas.
-Segundo, por eso mismo, si fuera poli como dices, traería un escuadrón y tiraría la puerta abajo. Creedme, no me interesa tener a los policías cerca.
La persona del interior del edificio pareció dudar. Entonces, con algo de reticencia contestó:
-De acuerdo, vamos a abrir. Pero levanta las manos, y si llevas armas, déjalas en el suelo.
Ángel quedó confuso ante sus palabras, aunque hizo lo que le pedían, alzando lentamente los brazos. Por suerte, no llevaba armas, pues eso le habría quitado puntos de confianza. «No necesariamente», comprendió entonces. Comenzó a pensar que quizás sí debería haber cogido algún instrumento que le sirviera para defenderse, a pesar de que eso podría llevarlo a meterse en más problemas. No obstante, el bueno del padre Javier no había tenido la idea de armarlo con nada, ni siquiera con el cuchillo que había pensado emplear para asesinarlo.
La puerta se abrió bruscamente, deslizándose hacia arriba con un molesto chirrido metálico. El joven hizo una mueca y esperó con expectación a ver lo que se encontraba detrás.
Cuando sus ojos se hicieron a la penumbra del interior, únicamente remediada por unas cuantas ventanas cubiertas de polvo y algunas luces débiles y parpadeantes, le pareció un portal a otro mundo. Mesas llenas de objetos, ocupando espacio de forma desorganizada y caótica. Gente detrás de las mismas (los vendedores) y delante (los clientes), todos ellos vueltos hacia él en ese preciso instante, observando con curiosidad, recelo y temor. El silencio reinaba en el lugar, obviando los murmullos que solían rebotar en cada esquina.
Se sentía intimidado y durante un instante de pánico, la frase del cura le vino a la mente. «No llames la atención.» Desde luego, no era así como se hacía.
Se tranquilizó, recordando que aquella gente evitaba a la policía y a los cuerpos gubernamentales tanto como él; lo cual no impidió que el corazón siguiera latiéndole a mil por hora. Intentando ignorar aquella desagradable sensación de animal acorralado, se volvió hacia el hombre que le había abierto la puerta, escrutándolo con serenidad. Alto, robusto y musculoso, con bastante vello corporal y facial, maduro, de cabello negro entrecano y ropa informal, para nada desgastada y roída, como él se esperaba. No le costó imaginar que era el guardaespaldas del lugar, sobre todo porque lo estaba apuntando con una antigua – pero seguramente eficaz – pistola.
Cuando el hombre reparó en la condición del muchacho, un adolescente perdido, desarmado y completamente inofensivo, suspiró, bajó el arma y asomó la cabeza a uno y otro lado antes de arrastrarlo al interior. Luego cerró rápidamente la puerta pulsando un botón.
Se volvió hacia él con irritación.
-Podrían haberte seguido, pequeño idiota. Últimamente van detrás de los que pasan por aquí.- Iba a replicar, aunque no se lo permitió, sino que añadió hoscamente-: Bernardo, pero aquí me llaman Bicho.
-¿Bicho?- repitió el chico, confuso, aunque el otro lo ignoró.
-Bueno, ¿me vas a decir por qué estás perdiendo mi tiempo?
La pregunta le hizo dudar, lo cual quizá demostró que no estaba preparado para comenzar una nueva vida, y menos una así, después de haberse aplicado con tanto esmero en las clases. «¿Y qué esperabas?», se dijo entonces, pellizcándose el puente de la nariz. No habría tenido otro futuro, al menos con esas alas. Si tan solo pudiera extirpárselas...
La ira agitó algo en su interior que hizo que se decidiera, y mirando a Bernardo a los ojos, con una seguridad sacada de algún lugar más allá del miedo, contestó:
-Quiero un trabajo.

¡¡¡Ánimo que ya queda menos para el veranitooo!!! ¡¡Un besazo!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Comentas? *oo* I shall be forever grateful

Pokemon - Vulpix