viernes, 30 de mayo de 2014

Fragmentos: Con la vista hacia el cielo (IV)

¡Qué hay! Espero que aquellos que tengáis puente lo estéis pasando genial, y a los demás bueno, mañana es finde ;P (ufff qué nervios, tengo un examen de inglés D'x) Sé que no me estoy pasando mucho por aquí, pero teniendo en cuenta que tengo que estudiar OTRA VEZ porque mi cole no deja de ponerme EXÁMENES y más EXÁMENES, no es que haya mucho más que pueda hacer :S

Hoy os dejo un poco más de la continuación del libro este que estoy escribiendo, aparte del relato, espero que os guste :3


Capítulo 4
Murcia, 7 de enero de 4001

Después de dos días de viaje y con escaso descanso – tanto por su parte como por la de su recién adquirida yegua, que sin duda alguna se había esforzado –, llegó a una ciudad que, por las señales que había visto, había supuesto que era Murcia. Antes de entrar en la ciudad, se vio obligado a amarrar a su montura a un tronco, en la arboleda más cercana a la periferia que logró encontrar. Intentó dejarla en un lugar tranquilo, frondoso, por el que no parecía que pasase gente, situado al lado de un arroyo. Comprobó que, por poco, las riendas daban espacio suficiente para que el animal se acercara a beber.
Le daba un poco de lástima dejar a la yegua allí sola, pero no podía arriesgarse a llamar la atención entrando en la ciudad a caballo, por muy discreto que intentara ser. Aún así, tampoco podía arriesgarse a liberarla, pues no sabía si la volvería necesitar. Así que, hasta nuevo aviso, prefería mantener las cosas como estaban.
Guardándose la pereza y el miedo que le suponía caminar hasta el lugar, comenzó su trayecto. Era cierto también que, en los tiempos que corrían, nadie solía entrar en otras ciudades sobre sus propios pies, pero se dijo a sí mismo que lo haría a escondidas, de forma que nadie se percatara de que había un habitante más entre ellos, y nada corriente además. El gorrión, como siempre, lo acompañaba; había decidido llamarlo Líber, porque sonaba mucho mejor que Libre, que había sido su primera idea.
Salió a una explanada, demasiada abierta para su gusto, aunque vacía, en la que se veía la autopista, a unos setenta metros de distancia. El alado inspiró aire, resignado, como quien inspira valentía, y se acercó a paso rápido a la carretera, deseando camuflarse lo mejor posible.
Por suerte, cuando llegó, al cabo de unos minutos, comprobó que había, en los bordes de la autopista, unos cuantos arbustos, matojos y pequeños árboles, entre los que decidió ocultarse. Así avanzó hasta la ciudad, cuyos altos y modernos edificios se veían desde la distancia, sin llegar a internarse en la carretera, sino siguiendo las señales que en ella había.
La impresión que obtuvo al acercarse lo dejó sin aire. Edificios enormes, blancos y negros, llenos de cristales, luces y carteles. Vehículos que se movían velozmente de un lado a otro sobre vías luminosas sin tocar el suelo, y una masa de peatones apresurados e impacientes por las grandes avenidas. Mantuvo la boca abierta casi todo el trayecto, tan estupefacto como estaba.
Cuando llegó junto a los primeros edificios, se ocultó rápidamente bajo sus sombras, creyendo – acertadamente – que si se movía así no tardaría en dar con el mercado negro. En efecto, aunque le llevó unas cuantas horas, acabó encontrando un edificio aparentemente abandonado, pero que en el interior bullía de actividad. Era como un zumbido lejano, oculto tras una enorme puerta metálica, vieja y oxidada. Podría considerarse un truco de la imaginación, sin embargo ahí estaba, sin duda alguna.
Dio un par de golpes en la puerta, que hicieron que el edificio entero, irreprochablemente antiguo, vibrase. De repente, el zumbido del interior se detuvo, lo cual confirmó que no habían sido imaginaciones suyas, pues la diferencia, aunque nimia, resultaba grotesca. Confiando en que hubiera alguien tras la puerta que le oyese, susurró, en un tono lo suficientemente alto como para ser escuchado:
-Por favor, déjenme entrar.
Tuvo que recordarse a sí mismo el hablar en español, tan acostumbrado como estaba a hablar aragonés. Una voz burda y ronca le contestó desde el interior:
-No has llamado bien. Si no hay contraseña, no hay entrada.
-¡Venga ya! Voy solo y soy inofensivo.
Alguien soltó una especie de bufido irónico desde el interior.
-¿Y cómo sabemos que no eres de la pasma?
-Primero, si lo fuera, vuestro comportamiento ya resultaría muy sospechoso e indiscreto de por sí.
-¡Como si eso importara!- se burló-. La gran mayoría de polis saben lo que se cuece por este lugar. Pero no seré yo quien les dé pruebas.
-Segundo, por eso mismo, si fuera poli como dices, traería un escuadrón y tiraría la puerta abajo. Creedme, no me interesa tener a los policías cerca.
La persona del interior del edificio pareció dudar. Entonces, con algo de reticencia contestó:
-De acuerdo, vamos a abrir. Pero levanta las manos, y si llevas armas, déjalas en el suelo.
Ángel quedó confuso ante sus palabras, aunque hizo lo que le pedían, alzando lentamente los brazos. Por suerte, no llevaba armas, pues eso le habría quitado puntos de confianza. «No necesariamente», comprendió entonces. Comenzó a pensar que quizás sí debería haber cogido algún instrumento que le sirviera para defenderse, a pesar de que eso podría llevarlo a meterse en más problemas. No obstante, el bueno del padre Javier no había tenido la idea de armarlo con nada, ni siquiera con el cuchillo que había pensado emplear para asesinarlo.
La puerta se abrió bruscamente, deslizándose hacia arriba con un molesto chirrido metálico. El joven hizo una mueca y esperó con expectación a ver lo que se encontraba detrás.
Cuando sus ojos se hicieron a la penumbra del interior, únicamente remediada por unas cuantas ventanas cubiertas de polvo y algunas luces débiles y parpadeantes, le pareció un portal a otro mundo. Mesas llenas de objetos, ocupando espacio de forma desorganizada y caótica. Gente detrás de las mismas (los vendedores) y delante (los clientes), todos ellos vueltos hacia él en ese preciso instante, observando con curiosidad, recelo y temor. El silencio reinaba en el lugar, obviando los murmullos que solían rebotar en cada esquina.
Se sentía intimidado y durante un instante de pánico, la frase del cura le vino a la mente. «No llames la atención.» Desde luego, no era así como se hacía.
Se tranquilizó, recordando que aquella gente evitaba a la policía y a los cuerpos gubernamentales tanto como él; lo cual no impidió que el corazón siguiera latiéndole a mil por hora. Intentando ignorar aquella desagradable sensación de animal acorralado, se volvió hacia el hombre que le había abierto la puerta, escrutándolo con serenidad. Alto, robusto y musculoso, con bastante vello corporal y facial, maduro, de cabello negro entrecano y ropa informal, para nada desgastada y roída, como él se esperaba. No le costó imaginar que era el guardaespaldas del lugar, sobre todo porque lo estaba apuntando con una antigua – pero seguramente eficaz – pistola.
Cuando el hombre reparó en la condición del muchacho, un adolescente perdido, desarmado y completamente inofensivo, suspiró, bajó el arma y asomó la cabeza a uno y otro lado antes de arrastrarlo al interior. Luego cerró rápidamente la puerta pulsando un botón.
Se volvió hacia él con irritación.
-Podrían haberte seguido, pequeño idiota. Últimamente van detrás de los que pasan por aquí.- Iba a replicar, aunque no se lo permitió, sino que añadió hoscamente-: Bernardo, pero aquí me llaman Bicho.
-¿Bicho?- repitió el chico, confuso, aunque el otro lo ignoró.
-Bueno, ¿me vas a decir por qué estás perdiendo mi tiempo?
La pregunta le hizo dudar, lo cual quizá demostró que no estaba preparado para comenzar una nueva vida, y menos una así, después de haberse aplicado con tanto esmero en las clases. «¿Y qué esperabas?», se dijo entonces, pellizcándose el puente de la nariz. No habría tenido otro futuro, al menos con esas alas. Si tan solo pudiera extirpárselas...
La ira agitó algo en su interior que hizo que se decidiera, y mirando a Bernardo a los ojos, con una seguridad sacada de algún lugar más allá del miedo, contestó:
-Quiero un trabajo.

¡¡¡Ánimo que ya queda menos para el veranitooo!!! ¡¡Un besazo!!

sábado, 24 de mayo de 2014

Finalistas Concurso Abracadabrantes

¡Muy buenos días/noches/tardes bueno da igual xD! Os cuento un poco sobre los resultados del concurso de Elle Raquelle, de Abracadabrantes. Los finalistas están aquí, y tal y como he dicho ya antes, doy mil gracias por encontrarme entre ellos :3

El que reciba más comentarios positivos será el que gane, así que os invito a que os lo leáis (ni mucho menos os pido que votéis el mío eeh?? e.e Aquí a opinar con sinceridad xD)

Y bueno, ya sabéis que también están en mi blog, si queréis leerlo, tenéis los links aquí:
-Cuando la llama arda. Primera parte (esta es la segunda parte del relato, aparte del que mandé para el concurso xP)

Y síi estoy bastante harta de poner los links, pero si alguien no lo ha visto todavía, pues a veeer ¿qué queréis? xD

Un besooo y lo siento pero hoy no tengo nada más que poner, tengo mucho sueño, estoy cansada y ya subiré algo cuando tenga ganas ^-^ (Además tengo depresión porque me he acabado Leal D'x)

jueves, 22 de mayo de 2014

Historias perdidas: Cuando la llama arda (I)

¡BUENAS! Por fin he acabado los exámenes :'D Vuelvo a tener dentro de poco, pero bueno, por lo menos me merezco un descansillo, ¿no? xD

Esta vez traigo, tal y como os prometí, la segunda parte del relato que presenté al concurso de Abracadabrantes (no os lo leáis sin leeros lo demás e.e) Aquí tenéis la primera y la segunda parte de Cuando despiertes.

De momento es lo único que he escrito, pero estoy en ello :3 ¡QUÉ LO DISFRUTÉIS!

Primera parte: Chispas
Estoy muy cansada. Más cansada que antes, incluso. Es como si hubiera estado luchado contra algo durante mucho tiempo, y todavía no sé el qué. Como si hubiera estado intentando escapar de sombras que pretendían alcanzarme con sus largos dedos. No soy suya. Quiero ser libre. Quiero volver a su lado.
Es lo que me ha mantenido luchando. Es lo que me ha impedido sucumbir a las delicadas y frías manos. Esta vez no eran recuerdos. Los recuerdos, por algún motivo extraño, por alguna razón que no comprendo, han dejado de perseguirme.
Todo desde que aquella voz me habló, desde que aquella voz me dijo que ya no era la superviviente. Desde que me preguntó si había valido la pena. Me entró el pánico. Mis prioridades han cambiado drásticamente. No, no habría cambiado lo que hice por nada del mundo. Sé que le he salvado la vida, tuve que hacerlo. Porque... ¿Cómo sucedió todo? Por primera vez en demasiado tiempo, rebusco en mi memoria como si fuera un baúl desordenado y polvoriento, hasta que encuentro lo que quiero: luz, dolor, explosión.
Sí, fue bastante potente. Tuvo que acabar con todos los policías... Pero él también estaba allí. No. No puede ser. Es imposible... Tiene que haber sobrevivido, sé que lo ha hecho, si no...
«¿Ves, Verónica?» me reprocha la típica voz de mi cabeza, la voz que me mantenía con vida; pero ahora suena cansada, derrotada, quebrada. Ya no la necesito, solo necesito a mi voluntad; puedo sobrevivir tomando las decisiones correctas. Puedo hacer que nadie resulte dañado por mi culpa... ¿verdad?
No me había dado cuenta, pero mis pensamientos pierden viscosidad, pierden espesura, y de repente mi consciencia trabaja con mayor eficacia y rapidez. «Deja de autocompadecerte, Verónica», susurra una voz nueva, una voz amable, la que me animó a luchar contra las sombras. «Ahora mismo lo que tienes que hacer es ver dónde estás. Hasta que no abras los ojos, no podrás saber si él está bien.»
Abrir los ojos... Es cierto, los tengo cerrados. Lentamente, siento cómo voy recuperando mis sentidos, y la verdad es que la sensación no me gusta. ¿Cuánto tiempo llevo así? Mis brazos y mis piernas no responden, a pesar de todo. Me asusto. ¿Qué me pasa? Noto una extraña atmósfera que me envuelve, me siento segura y al mismo tiempo... incómoda. No es como si me doliese algo. Simplemente, estoy débil. Quiero abrir los ojos, eso es. Quiero ver, quiero oler, quiero tocar. Quiero volver a mirarlo a la cara. Quiero sentirme viva...

Por fin. Es un cosquilleo extraño, pero sé lo que siento: la punta de mis dedos. Algo cálido y suave presiona las yemas. En un instante es como si notara los impulsos recorriendo cada neurona y, un segundo después, de alguna forma que no llego a comprender del todo, mi dedo índice se sacude ligeramente.
Un cambio en la presión de las yemas, pero todavía no puedo identificarlo con claridad. Murmullos lejanos... ¿Qué es esto? ¿Estoy acompañada? ¿Quiénes son? ¿Acaso son ellos, me han cogido después de todo? ¿Son los responsables de que, contra todo pronóstico, siga con vida, para así poder diseccionarme cuando cada célula de mi cuerpo esté aún viva? O si no... Es posible que sea él. Por supuesto que está esa posibilidad. Probablemente la onda de expansión no fuera lo suficientemente fuerte como para que me saliera el tiro por la culata. Al menos eso espero.
Odio estar sola en mi cabeza. Me obliga a pensar demasiadas cosas.
-Verónica...- la voz adquiere fuerza; es grave y amable, y parece desesperada-. ¿Me escuchas? Si me escuchas mueve la mano, ¿vale?
Como si fuera fácil... Qué se le va a hacer, al menos tengo que evitar que piensen que soy un caso perdido. Me concentro. Con todas mis fuerzas. De verdad, lo prometo. Y lo único que consigo es que mis dedos se contraigan, apenas medio centímetro.
-¡Ves!
Suficiente, parece.
-Vale, vale. Tranquilo.
-Si ya te lo he dicho, y tú venga a decir que me estaba imaginando cosas...
-Solo quería que no te hicieras demasiadas ilusiones, M. A veces el cerebro nos juega malas pasadas.
-Ya, ya. ¿Vas a hacer algo o no?
-No puedo hacer nada. Si consigue despertar, tiene que hacerlo sola.
-Oh, venga ya.
-Mm... En todo caso, puedo intentar ayudarla a beber. Así quizá comience a movilizarse... Pero también es peligroso. ¿Y si se le va hacia los pulmones y no puede toser?- Aj-. No, no puedo hacerlo.
Gracias.
-Imbécil- le espeta la primera voz. Claramente, no está pensando con frialdad. El otro parece pensar lo mismo, porque lo ignora completamente.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que por fin puedo tomar una bocanada de aire, torpe y entrecortada. Deslizo ligeramente un brazo sobre una superficie suave. Cierro la otra mano. Cuando lo siguiente que hago es abrir los ojos, su cara ya está a escasos centímetros de la mía, como si creyese que observar cada átomo de mi cuerpo lo ayudará a comprender qué me está pasando. Sus ojos demasiado pequeños están exageradamente abiertos. Con admiración, incredulidad... No sabría qué decir.
Frunzo el ceño lo mejor que puedo, aunque parece que se me ha olvidado cómo se hace, e intento musitar algo, pero lo único que sale de mi garganta seca es un triste gruñido.
Lo siguiente que sé es que me besa con fiereza. Supongo que no podía evitarlo, que había estado esperando demasiado tiempo. Que había estado temiendo que, tarde o temprano, en vez de poder besar a su joven amante no tendría más remedio que besar un cadáver.
Ni siquiera me da tiempo de disfrutar del beso antes de que se aparte de mí y me lance una mirada llena de ira.
-Bendita seas, pedazo de idiota.- Se vuelve hacia la puerta y grita a todo pulmón, con un tono repentinamente eufórico-: ¡RAFA!
No tardo en comprender: era una bomba de relojería, es una bomba de relojería, y ahora ha estallado. Está soltando todos los sentimientos reprimidos, así, de golpe. Y yo soy el objetivo que tiene más cerca. No lo culpo por llamarme pedazo de idiota, porque lo soy. Pero si tan solo volviera a besarme...
En este momento, sin embargo, entra cojeando un hombre en la habitación. No parece demasiado mayor, unos treinta y pocos, pero es como si llevara toda una eternidad vivo. Antes incluso de que empiece a hablar, sé que es el que estaba hablando antes con Miguel. Su expresión serena encaja a la perfección con su voz gentil, suave y tranquilizadora.
Cuando me ve, alza las cejas, ligeramente sorprendido.
-Vaya. No esperaba que te despertaras tan pronto.
-Te dije que se estaba moviendo.
-¿Acaso yo lo negué?- le responde con una sonrisa, y después se pone serio-. Igualmente, el proceso de despertar suele ser más lento. Puedo deducir que estaba bastante impaciente, ¿señorita?- pregunta con una ceja alzada. Me encojo de hombros, aunque creo que solo se han movido tres milímetros.
-Supongo que tengo experiencia en despertar de sueños infinitos.- Hablar es demasiado difícil.
Hago una mueca cuando intento reincorporarme y no lo consigo. Miguel me ayuda al momento, y me doy cuenta de que aprieta la mandíbula cuando se mueve. Recuerdo que él también resultó herido y me fijo en que le cuesta inclinarse hacia delante. Se le corta la respiración. Me tenso. La herida es en el costado, lo sé al instante. Una vez, mientras huía, tuve un accidente y me clavé un trozo de metal.
Dirijo la mano - aunque todavía la noto como un débil cosquilleo - hacia su cálido cuerpo sin apenas pensarlo, pero él la detiene.
-Verónica, no.
-Pero... puedo ayudarte.
-No. Rotundamente no. Una vez es más que suficiente. Además, estás demasiado débil.
-Descansa- murmura Rafa, empujándome contra la almohada. Es una orden suave, pero sigue siendo una orden.
-Ya he descansado suficiente- resoplo-. ¿Cuánto tiempo llevo así?
Los dos hombres cruzan una mirada, y veo que la de Miguel refleja dolor. O, más bien, el recuerdo del dolor y la ansiedad que ha estado sintiendo hasta ahora, hasta que he despertado.
-Entraste en coma- responde por fin el médico; sé que lo es, se le nota en el tono, en la postura, en su profesionalidad a la hora de explicar lo que me ha pasado-. Tu estado se ha mantenido prácticamente constante, con escasas fluctuaciones, desde hace poco más de dos meses.

Todavía me cuesta respirar cuando lo pienso. Dos meses. Y once días. Por lo visto, cuando Miguel me sacó de allí mi corazón apenas latía - no me extraña, para nada -. Rafa me examinó y comprobó que el metabolismo de mis células estaba prácticamente paralizado, como criogenizado... Sin energía. Aún así, seguían vivas. Ninguno de nosotros lo entiende.
No sé cómo no salí ardiendo. Aunque bueno, nunca he llegado a quemarme ni electrocutarme a mí misma.
Miguel ha tenido problemas a la hora de recuperarse de la herida de bala, pero por fin lo está superando. Por otro lado, no me deja ayudarlo. El muy cabezota dice que mi estado me lo impide, que afecta a mis capacidades sobrenaturales. Me niego a creerlo, sé que soy lo suficientemente fuerte para ayudarlo.
O al menos eso me gustaría pensar, porque en cuanto intento usar mi asombrosa telequinesis para acercarme el mando que tiene a su lado - está en una silla viendo en una tele antigua un programa aburridísimo - no lo consigo. Me concentro con todas mis fuerzas en aquella extraña energía que hacía que las cosas se movieran a mi antojo con solo pensarlo. Pero ya no está. Es más, casi diría que el esfuerzo me deja mareada.
El dolor de cabeza llega de repente, dejándome sin respiración. Antes de que pueda darme cuenta, me he desplomado en la cama con un gruñido. El hombre se vuelve hacia mí, sorprendido y preocupado, y se levanta rápidamente.
-Vero...- Intento tranquilizarlo, decirle que estoy perfectamente, pero el simple hecho de pensar hace que suelte un jadeo. Vuelve la vista hacia la puerta-. ¡Rafa!- A continuación, se acerca a mí, hablando con suavidad-. ¿Qué sucede, Verónica?
Es como si cada impulso que recorriera mi cerebro se convirtiera en fuego, que lo hace cenizas; a pesar de todo, hago un esfuerzo por señalarme la cabeza con la mano derecha, un gesto débil, apenas perceptible, pero él enseguida lo entiende.
-¿Te duele la cabeza?- Rafa entra cojeando en la habitación; Miguel frunce los labios-. Has vuelto a hacerlo, ¿verdad? Has intentado usar tus poderes.
-Cállate- consigo espetar. No quería ser borde, pero qué queréis que os diga, sus palabras son como navajazos. O quizá sea que tenía razón y no le hice caso.
Qué más da. Quiero que pare.
-Voy a buscar ibuprofeno- susurra el médico, considerado. El otro asiente y se sienta en la cama, a mi lado, sujetando mis manos entre las suyas.
-Tranquila. Pasará.
Tengo la impresión de que me ha estado hablando con ese tono suave y al mismo tiempo ansioso durante todo este tiempo. Aunque ha intentado sonar tranquilizador, comienzo a notar, por primera vez en mucho tiempo, lágrimas en mis mejillas. Tengo miedo. Me duele la cabeza más que nunca. Acabo de despertar de un coma y todavía no me hago a la idea de que llevo dos meses en cama, incluso si Rafa dice que es extraño que no haya durado más o, peor aún, que no haya sido permanente. Su visión "optimista", la verdad, no ayuda.
-Verónica- murmura asombrado Miguel, alzando las cejas. Se aproxima y me envuelve en sus brazos. Seguidamente me da un beso en la frente y me mira a los ojos-. No sé cómo te sientes, pero puedo imaginarlo. Estás cansada, llevas demasiado tiempo huyendo y esto es nuevo. Nunca habías esperado encontrarte en una situación como esta y, de repente, lo estás. Por mi culpa.- Niego débilmente con la cabeza, pero él me ignora y sigue hablando-: Sé que fue tu decisión. Si nunca me hubieras conocido, esto no habría pasado. No puede saberse con seguridad, pero probablemente habrías huido, habrías conseguido escapar y estarías segura en algún rincón del mundo, escondida de esos psicópatas que quieren diseccionarte.
»Quizá por eso debería sentirme mal. Y créeme, en gran medida lo hago. Pero esa parte egoísta de mí, esa parte tan irritante, me dice que no te cambiaría por nada del mundo. A pesar de que he conseguido que casi mueras. Porque mi mundo se había convertido en una sombra densa, espesa y pegajosa, hasta que llegaste tú. Con esos ojos como chispas, seguros, decididos, haciendo lo correcto, diciéndote a ti misma que eras un monstruo después de salvarle la vida a un desconocido, a un tipo al que no le debías nada.
Trago saliva. Entonces consigo decir con sorna, antes de que continúe:
-Vaya, si hubiera sabido que tocaba discursito, habría huido antes.
Incrédulo, suelta una carcajada y sacude la cabeza.
-Eres imbécil. Lo sabes, ¿verdad?
-Y con mucho orgullo- sonrío, y él me imita.
Quiero verlo así. Quiero verlo feliz, como lo estaba antes de que toda esta mierda pasase, como estaba antes de que yo llegara. No tiene razón. Yo no soy su salvadora, solo soy un incordio. Desde los polis, desde la explosión, desde el coma... No ha vuelto a sonreír, hasta ahora. Lo veo en su expresión, en su mirada derrotada, en cómo las comisuras de su boca tiran inevitablemente hacia abajo. No siento que le haya salvado la vida, sino más bien que se la he arruinado.
-M.- La voz de Rafa cuando entra en la habitación es tensa, preocupada, así como su postura mientras camina hacia nosotros, con un vaso de agua turbia y blanquecina en la mano-. Hay un pequeño problema. Acabo de recibir una carta...
-¿Una carta?- El hombre se incorpora. Noto que intenta mostrarse tranquilo, pero lo conozco lo suficiente para saber que en el fondo está temblando.- ¿Te refieres a...?
El médico me lanza una breve mirada antes de darme el vaso. Frunzo el ceño. ¿Qué se supone que significa eso? Cruzan una mirada, y entonces Miguel se levanta y acompaña al primero a la puerta. Allí mantienen una conversación tensa, en la que a mi compañero se le salta una vena del cuello. Tiene la mandíbula apretada y no para de lanzarme miradas de reojo al tiempo que bebo el contenido del recipiente.
Empiezo a ponerme nerviosa. No me gusta no saber lo que pasa.
Por fin, Rafa desaparece por el pasillo (no sin antes lanzarme una última mirada consternada) y el otro vuelve a acercarse a mí. Se sienta a mi lado. Inspira hondo, se pasa una mano por la cara y se cubre la boca con ella. No dice nada.
-¿Qué pasa?- pregunto por fin. Nota la angustia en mi voz e intenta sonreírme, pero no lo consigue. Entonces me da un beso, suave, cálido y tranquilizador. Desearía que no se separara nunca pero, por supuesto, se separa.
-No te preocupes, por favor. En serio. No es nada de lo que preocuparse...
-No jodas...- La amarga ironía en mi voz hace que suspire.
-¿Recuerdas lo que te dije hace tiempo? Tengo mis defectos... y una deuda.- Estoy a punto de pedirle detalles, pero sé que no le gusta, así que no lo hago-. No sé cómo, han sabido dónde estoy. Me han enviado una carta. No tengo dinero, pero es hora de que pague el favor...
-No me digas que tienes algo que ver con la mafia...- suspiro. Se encoge de hombros, incómodo.
-No exactamente. Aunque supongo que por ahí van los tiros. Debo... hacer un encargo. Es un trabajillo más bien gordo. Y no quiero que te involucres.
-Olvídalo. Pase lo que pase, somos un equipo. Porque supongo que no te puedes negar.- Silencio. No hace falta que diga nada-. ¿Qué tienes que hacer?
Me mira fijamente. Veo que ha palidecido un poco.
-Han sido bastante considerados, dadas las circunstancias. Me han dado tres semanas, tiempo suficiente para que te recuperes. Si de verdad quieres venir.
-Pues claro que sí. Suéltalo de una vez. ¿Qué hay que hacer?
-Básicamente, asaltar una comisaría.

¡Buen fin de semana, que ya llega el veranito! ¡ÁNIMO!

martes, 13 de mayo de 2014

Un poema, un sentimiento: Quisiera

¡Muy buenas y espero que hayáis pasado una feliz Feria y un feliz puente! Y a los que no los habéis disfrutado, ánimo que ya queda menos xD
Primero quería avisar que no voy a pasarme en mucho tiempo (exámenes jeje y sí, sé que igualmente no me he pasado en muuuucho tiempo...), así que lo siento, esta entrada va a ser cortita (tengo que hacer resúmenes) x'(


Quisiera

Quisiera contarte un secreto.
Quisiera abrirte mi ánima,
quisiera borrar tus miedos,
quisiera aliviar tus lágrimas.

Quisiera que olvidaras,
quisiera olvidar,
quisiera que me perdonaras,
quisiera perdonar.

Quisiera que este sentimiento
lejos de mí se marchara,
y al mismo tiempo quiero
que recuerdes mis miradas.

Quisiera abandonar el nido,
quisiera abrir mis alas,
quisiera cuidar del pajarillo
que nació entre las llamas.

Pero antes un último deseo
quisiera que me concedieras:
pues no quisiera un beso,
solo quisiera curar tu pena.

Quisiera con estos versos
que al fin me comprendieras,
quisiera ignorar el miedo
de pensar que no los leas.

Quisiera que con el tiempo
tu tristeza no me hiriera,
quisiera que ese momento
un fin no tuviera.
Pokemon - Vulpix