viernes, 25 de abril de 2014

Historias perdidas: Cuando despiertes (I)

¡Qué hay! Hoy voy a subir otro relato breve, estoy planeando hacer una continuación, aunque de momento estoy ocupada :S Solo subiré la primera parte, la segunda la subiré más adelante, lo siento xD

Como información extra comento que este es el relato que he escrito para el concurso de Elle Raquelle, así que probablemente lo subirá ella también :3 ¡Espero que os guste!


Primera parte: Sueños
El pasado es una sombra, nada más. Siempre estará detrás de mí, pegado a mis pies, pero nunca podrá alcanzarme, nunca podrá envolverme en su fría oscuridad... No me hundiré en su vacío si no lo miro a la cara... "Vero..." Lo escucho canturrear a mis espaldas. Esa voz me hace sonreír, estoy a punto de volver la cabeza...
«¡No lo hagas!» grita una voz distinta. Resuena con un eco extraño, robótico, metálico. Una parte ajena, distinta a mí. Pero al mismo tiempo, es la que dicta mi yo, mi personalidad, en estos momentos que estoy viviendo ahora. En este infierno por el que estoy pasando.
Sé que, de no haber sido por ella, no seguiría aquí. Le debo mucho. Se lo debo todo. Así que obedezco. Me detengo... y vuelvo la vista hacia delante, olvidando lo mucho que deseaba regresar a aquel recuerdo y el dolor que lo seguiría.

Mis sueños, al contrario que mi realidad, son coloridos. Pero no es un color bonito. Es inquietante, antinatural. Las combinaciones resultan turbadoras y artificiales. Cielos de un amarillo verdoso, árboles de follaje oscuro, con ramas como serpientes, constantemente en movimiento. Muchas veces me da náuseas.
Y luego está el césped. Tienes suerte si no te encuentras con un ciempiés grande y morado cada cinco metros. Aunque quizás suene un poco preocupante, lo que me resulta más insoportable es el color rojo oscuro de la hierba. Ni siquiera es un color sólido o brillante, como el que podría tener una flor. Parece húmedo. Y denso. Si lo miro demasiado tiempo, lo confundo con sangre. Eso hace que me maree.
-Vero...
La propia voz me acaricia. Bajo un sol azul y radiante, siento unos brazos que me rodean con cariño. Un aliento cálido junto a mi oído. Cierro los ojos. El beso... Se me eriza el vello, mi corazón acelera su ritmo. De repente siento calor.
«¡Niña estúpida! Un recuerdo. El pasado te ha alcanzado. El pasado te envuelve...» Siento cómo, de repente, el calor cesa y se convierte en frío. Nubes rosas de tormenta se acercan y lanzan rayos de fuego turquesa. Lluvia verdosa comienza a caer. Desgarra mi piel a medida que el suelo rojo comienza a agitarse bajo mis pies. Comienza a dar vueltas. Se forma un bucle, como cuando mueves el café. Café...
Pero el aroma que me llega no es de café. Es un olor putrefacto, un olor a sangre, a humo.
-Verónica...
La voz adquiere un tono repulsivo, gutural y cruel. Como si vomitara las palabras. Intento escapar, pero es demasiado tarde. La oscuridad me envuelve... Los recuerdos me envuelven... El crepitar de un fuego, llantos, dolor, gritos... Sus gritos resuenan en mi cabeza, me hacen retorcerme, me hacen luchar con todas mis fuerzas para huir. Pero no puedo, no puedo, no puedo... Si tan solo pudiera hacer que se callaran...
Entonces me doy cuenta. No son ellos los que gritan, sino yo.
Agotada, dejo que la sombra me arrastre.

«Está bien. Todo va bien. Tranquila. ¡Tranquila he dicho, imbécil!» He abierto los ojos con una exclamación ahogada y el corazón a mil. Noto mi boca espesa, mis párpados pesados e hinchados. Estoy acalorada.
Miro a mi alrededor. Te das cuenta de que eres el vagabundo del metro, el loco, el borracho, cuando no hay nadie junto a ti. Un círculo te rodea, y su circunferencia se encuentra a un metro de ti. Pero no pasa nada. Ya me he acostumbrado.
Me incorporo. Me estiro. Ignoro las miradas de desconfianza que me lanza la gente. La mano que una madre pasa por delante del pecho de su hija, atrayéndola hacia sí. La curiosidad de la niña. La mayoría tienen el ceño fruncido. Pero lo ignoro. Porque no me importa. Porque no debe importarme. Solo debe importarme la velocidad del tren, la abrumadora información que llega con todos los carteles, todas las letras, todos los colores.
Debo parecer loca ante los ojos de estas personas. Como si eso cambiara algo.
-Señores pasajeros, estamos llegando a la estación- informa una voz femenina, afable y monótona-. Les rogamos revisen sus posesiones y no dejen nada en sus asientos.
Me levanto y cojo rápidamente mi bolsa y mi ajada manta. Tengo frío. Pero últimamente lo tengo, así que he aprendido a vivir con ello.
-Mamá, ¿qué le pasa a esa niña?
-¡Chist! ¡Calla, Marina!
Me vuelvo y miro a la pequeña familia; la mujer me mira de forma casi amenazadora. Es curioso cómo se parecen. Recuerdo que yo también me parecía a mi madre. «No debes recordar.»
El tren frena. Me vuelvo hacia la puerta. Se abre al mismo tiempo que suena una musiquita. Salto al exterior. Un andén plagado de gente que no tarda en apartarse de mi camino. Ya no es como antes. No me molesto en mirar mi ropa sucia, rota y pegajosa por el sudor. No reviso los enredos de mi pelo - hace dos semanas que parece un estropajo -, ni me froto los ojos para que no se me cierren, para que parezca que estoy menos cansada.
El hecho es que estoy muy cansada y tengo mucho sueño. No logro dormir en condiciones. Mis sueños son pesadillas en las que un extraño mundo lleno de extraños colores intenta engullirme, hundirme, humillarme. Les tengo miedo. A ellos, a mis sueños. Porque la mayoría de las veces, con ellos llegan los recuerdos.
Salgo rápidamente de la estación. Al menos todo lo rápido que puedo. Odio los controles. Por favor, los controles son horribles. Me miran mal; como si ellos no tuvieran de lo que arrepentirse.
Llega un punto en que la desconfianza me irrita. No porque me importe lo que piensen; no, a ellos que les den. Pero me enlentecen. Hacen que cada segundo que pasa sea un suplicio. Bullo con impaciencia. No puedo permitirme tardar tanto, tengo que avanzar, tengo que huir... «¿De qué, Vero?» Del pasado. El pasado no debe alcanzarme.
¿Por qué? ¿Qué he hecho? Bueno, es simple. Al principio no hice nada. Luego me asusté y lo hice todo. Me arrepiento, por supuesto que sí, pero no retrocedería en el tiempo. Porque hay cosas que podrían haber salido mejor, pero hay otras que podrían haber salido mucho peor. ¿Merece la pena? Quién sabe. Es más, ¿quién marca lo que merece la pena y lo que no? Ahora mismo echo de menos a mi familia; mucho menos que al principio, sin embargo. Mis prioridades se han transformado de una manera drástica. Al fin y al cabo, sigo viva. Eso es lo que somos, egoístas. Pura supervivencia.
No paro de acariciar las monedas de mi bolsillo cuando por fin me dejan pasar. Casi tres euros. Ahora mismo es lo único que tengo. Hasta ahora he sobrevivido bien, no he tenido que hacer nada de lo que arrepentirme; la gente no da mucha limosna, pero por suerte el pan no es demasiado caro.
Adónde voy, eso no lo sabe nadie. Ni siquiera yo. Simplemente camino, porque sé que detenerme será mi perdición.

Estoy muy cansada, tengo mucho sueño. Ya lo he dicho y nada ha cambiado. Y, aún así, me aterroriza dormirme, porque sé lo que me voy a encontrar. Lo que siempre me encuentro. Y estoy harta de esos malditos sueños que me devuelven recuerdos.
En fin, el sueño siempre nos vence, ¿no? Incluso a la fiera más implacable. Si estamos vivos, dormimos. Otro de los motivos por los que a veces me arrepiento de seguir viva.
Anarquía no tarda en invadir mi mente cuando cierro los ojos. Lo he llamado Anarquía porque eso es lo que es: caos, desorden. Y si las cosas fueran como deben ser, si mi mente no estuviera tan jodida, probablemente sería una anarquía lógica, estructurada, y mis recuerdos no intentarían asesinarme. Lo sé, no espero que lo comprendáis.
Aterrizo a la orilla del lago. El único lago que hay. Se me encoge el corazón. El agua es negra y mi reflejo transparente. Ya, no soy estúpida; pero es transparente, cristalino como el agua, y aún así se ve. Como si no tuviera un fondo negro. Como si no tuviera fondo.
No miro mi reflejo. Es que hace tiempo que no quiero verlo. Cada vez que me acerco a un espejo o a una ventana, vuelvo la cabeza. No puedo soportarlo.
Una flecha de cristal sale disparada del agua. La esquivo. Ya me lo esperaba, me ha pasado antes. Caigo de bruces al suelo con un gruñido. Mi vestido, de un brillante verde oscuro, está manchado de sangre morada. Culpabilidad. Qué difícil es deshacerse de ti, pequeña sanguijuela.
Cada vez que provoco fuego, la sangre se me hiela un poco. Cuando hago que las cosas se muevan, me entra una jaqueca horrible. Si quiero explotar algo, es como si con cada inspiración me costara más coger aire. Hace mucho tiempo que no me teletransporto; no me gusta, porque siento que dejo una parte de mí, de lo que me hace humana - o algo parecido -, atrás. Además, fue desde la primera vez que lo hice cuando aparecieron mis pesadillas; Anarquía.
-Vero, ¿estás bien?
-Será mejor que te llevemos al médico...
-¡Por qué no lo ves, lo que te pasa no es normal!
-¡Ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé...!
«Tienes que ignorarlos.» Ya lo sé...
Tampoco quiero generar luz, ni dar chispazos. Como consecuencia, mi visión empeora y mis reflejos se enlentecen. Lástima que a veces no quede más remedio... Lo realmente importante es que puedo sobrevivir, o al menos eso me digo. No, lo sé, es un hecho. He llegado lejos sin la ayuda de nadie, y es mejor así: al final, la lealtad se convierte en una carga.
Camino. Me encuentro con unas cinco lombrices gigantes. Me aparto siempre, porque son peligrosas. No sé si la sangre de mi ropa es de mi primer encuentro con una de ellas o... si simplemente es producto de mi mente.
Me detengo junto a un árbol. Pájaros con cabezas de vaca, de cerdo, de cabra, de oveja, de caballo... Soy perfectamente consciente de que mis sueños son perturbadores. Sin embargo, son una realidad paralela, y para seguir viviendo tengo que adaptarme a ello. No sé qué pasará si muero en ellos, pero no tengo la intención de descubrirlo. Lo que sí sé es que, por muy aterrador que me resulte, tengo que permitir que los recuerdos me engullan durante un segundo. Un segundo de miedo y sufrimiento que me permitirá volver al otro mundo, no mucho mejor que este, para así seguir moviéndome.
Lo malo es que a veces la memoria no me golpea con fuerza. Eso puede significar quedarme encerrada en Anarquía durante demasiado tiempo, más del que puedo permitirme. Lo comprobé una vez. Me quedé atrapada, huyendo de estas criaturas mutantes, durante un maldito día. Por suerte, el tiempo en mi pesadilla pasó mucho más despacio y mi persecución no duró veinticuatro horas.
Por fin llegué a este lugar. Tenía hambre. Sí, aquí también paso hambre. Lo malo es que no hay nada que se pueda comer, al menos no en condiciones. En resumen: si escapé, fue por suerte. Fresas - sí, fresas - cuelgan de las ramas de esta planta con forma de guadaña. Son azules y marrones, no demasiado apetecibles, pero qué queréis que os diga. Hasta ahora es lo único que he encontrado.
Y su efecto, como pronto pude comprobar, era y no era el esperado. No me sentó bien, aunque no de la forma que yo esperaba. Estaban amargas, pero no las vomité. En cambio, la cabeza me comenzó a dar vueltas y ochenta mil voces gritando ochenta mil palabras invadieron mi mente. Grité... y desperté. No es una experiencia que me guste repetir, pero no tengo más remedio.
-Verónica.- Me doy la vuelta, despacio, como si el hecho de tardar más fuera a conseguir que se marche. Sus ojos me miran con tristeza-. ¿Por qué?
-Porque fui estúpida e ingenua. Porque no tenía ni idea. Porque no tomé las decisiones correctas. Puedo darte cien razones, pero ninguna de ellas es suficiente. Ahora vete.
-No puedes hacerme desaparecer.
-Sí que puedo. No eres más que un sueño.
-Precisamente por eso. Soy una parte más de tu mente, Verónica. Puedes dejar a mi yo físico atrás, pero no puedes deshacerte de mi recuerdo.
Un tatuaje, una quemadura, llamadlo como queráis. Las primeras veces dolía. Ya me he acostumbrado - sí, a esto también -. Solo puedo hacer una cosa, en realidad, y es lo que siempre he hecho: darle la espalda y huir. Siempre estará detrás de mí; aún así, puedo intentar mantenerme lo más alejada posible.
Le doy un mordisco a la extraña fruta. Amarga. Asquerosamente amarga. La tiro al suelo al tiempo que el típico mareo comienza a adueñarse de mí, y un grito lejano comienza a rebotar en mi cabeza... "¡Verónica!" ¿Cuántas veces lo he reproducido en mi memoria? Más de las que pueda contar.
Sus brazos me abrazan como tantas otras veces. Delgados, no demasiado fuertes. Pero su expresión amable y su mirada sincera siempre son suficientes para mí. Siempre lo eran...
«¡Verónica! ¿Dónde vas?»
«Suéltame, ya solo eres una parte de mi pasado. Suéltame, suéltame, déjame ir...»

4 comentarios:

  1. Es un texto buenísimo, seguro que tienes suerte con él. Un beso enorme :D

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    1. Muchas gracias María!!! Seguro que el tuyo también está genial :D Mucha suerte a ti también!
      Un beso enorme!! ^.^

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  2. Ya lo sabes pero gran relato. Supongo que tendrás que subirlo en gran cantidad de trocitos, ¿no? Bueno, ¡mucha suerte Irene! ¡A ver si tienes suerte y ganas!
    Un beso :)

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    Respuestas
    1. Gracias a vosotros hombre! Iba a subir una parte y luego la otra, y después me pondré a escribir la continuación :) Suerte a ti también :D
      Un besooo ^-^

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