miércoles, 30 de abril de 2014

Historias perdidas: Cuando despiertes (II)

Aquí tenéis la segunda parte de la historia, tal y como os prometí :3 (sí, ya sé que mis introducciones son cada vez más breves, pero es que no se me ocurre qué más decir xD). Solo lo mismo de siempre, que espero que os guste y tal, y que los comentarios se agradecen ^-^

Segunda parte: Despertar
Abro los ojos con lentitud. Duele; es como si tuviera el corazón hecho trizas. Como si un perro rabioso lo hubiera sujetado con su fuerte y sucia mandíbula y se hubiera dedicado a desgarrarlo con crueldad. Me llevo las manos a la mejilla, no porque lo note, sino porque lo supongo: la tengo mojada. Suelto una palabrota. Esta vez, sin duda alguna, ha sido la peor.
«¿Por qué, Verónica?» susurra la vocecita cruel en mi cabeza. «¿Qué ha hecho que te acuerdes de él ahora?»
La ignoro. No sé contestar, y eso me asusta un poco. Quizá sea otro recuerdo aleatorio. A lo mejor he visto algo que asocio con él, y no me he dado cuenta. Quizá lo echo de menos. Quizá la culpabilidad...
«Demasiados "quizá". Muévete de una vez.»
Salgo del callejón en el que me he escondido y busco una panadería. Mientras tenga dinero no pueden negarme un poco de comida, ¿no? Entonces miro hacia arriba. El cielo está todavía oscuro. Maldita sea, es demasiado pronto. Y he dormido más de lo que debería, porque tenía planeado despertarme antes del anochecer.
Escucho un coche. Retrocedo rápidamente y suspiro, aliviada. No ha habido luces rojas y azules. En ese momento me fijo en el cartel, ese otro cartel que tampoco deja de perseguirme. En esta ciudad no hay tantos como cuando abandoné mi hogar, aunque sigue siendo irritante. No es por el hecho de que salga esa chica, esa que quizá se parezca a mí, porque esa ya ha salido en la tele, estoy segura. Si la tienen que encontrar deambulando por la calle, de eso se encargan los medios de comunicación, no hace falta colgar papelitos por los cristales y columnas.
El problema está en que evito los medios de comunicación. No me paro a mirar ninguna pantalla, ignoro los periódicos, me vuelvo sorda ante los pesados interlocutores de radio. Pero no puedo evitar mirar las enormes fotografías que se plantan sin aviso ante mis narices, y tampoco puedo evitar echar un vistazo a algún que otro espejo.
La comparación sigue siendo increíble. La joven de la fotografía, de unos diecisiete años, aunque sale horrible - es una foto de carné -, está limpia, tiene algo de carne en las mejillas, viste una camiseta estilosa, quizá cara, y hace el esfuerzo de sonreír. Su pelo rizado y oscuro está más o menos peinado; por lo menos se nota que se ha dado unos cuantos tirones. Y lo más importante: sus ojos no están hundidos y puede que tengan alguna clase de brillo, aunque aquel día no quisiera ir a hacerse la foto.
En cambio, la chica del espejo es un horror, una abominación. Pálida, incluso azulada, esquelética, con una postura constantemente tensa. Las comisuras de la boca se inclinan hacia abajo y sus ojos grises, anteriormente admirados, están fuertemente marcados con ojeras, llenos de miedo y desconfianza. «No te acerques,» advierten, «porque como te acerques te mato.»
Un grito grave y contenido, lejano, me saca de mi ensimismamiento; menos mal, porque mi rabia estaba comenzando a producir fuego, literalmente. Mi ropa está echando humo.
Volvamos a lo importante. Después de arrancar el papel de la pared y destrozarlo (algo inútil, absolutamente inútil), comienzo a caminar con precaución hacia la zona de donde proviene el ruido. Cuando el hombre - porque es un hombre - vuelve a soltar un grito (¿de dolor, a lo mejor?), amortiguado con un gruñido, me veo obligada a tomar una decisión. No es que me importe, realmente, pero supongo que todavía me queda algo de humanidad.
No me gusta explotar demasiado mi inhumana velocidad, porque sí, también tiene un efecto no deseado: mi corazón se ralentiza por lo menos tres pulsaciones por minuto. De todas formas, tampoco parece que haya más remedio.
«Corre rápido, Vero. Más, ¡más rápido!» Estoy ahí en unos ocho o diez segundos, a pesar de que he tenido que recorrer una manzana entera, prácticamente. Me asomo al callejón del que mis oídos percibieron el ruido. El hombre baja la pistola hacia el que está tirado en el suelo, con la cara y las manos ensangrentadas, mirando hacia arriba con terror. Su dedo se tensa sobre el gatillo, se pone blanco, y sé que no tengo tiempo ni de contemplar mis posibilidades.
Suelto un grito, de guerra a lo mejor, y siento cómo sube la temperatura de mi sangre durante unos instantes. Tengo los brazos tensos, la mirada fija en el hombre que lleva la pistola, que se ha dado rápidamente la vuelta. Su expresión serena se va deshaciendo poco a poco, deshilachándose, hasta que sus ojos son dos platos enormes y oscuros y su boca se ha convertido en una mueca desfigurada. Concentro mi energía, la dirijo hacia él, y lo próximo que sé es que las llamas que hace un segundo me envolvían ahora lo han prendido a él.
Suelta un chillido más agudo de lo esperado. Doy un brinco. «¿Qué has hecho, Vero...?» Pero tú me has apoyado... Sacudo la cabeza. Miro de reojo al hombre que resuella en el suelo, escupiendo sangre. Pero no llego a apartar completamente de mi vista al de la pistola, la antorcha humana.
«La policía va a venir, Vero. Huye ahora. Ya lo has ayudado.» No. Por primera vez, me atrevo a desobedecer a la voz que me ha mantenido con vida. Algo completamente estúpido, por supuesto. Pero no soy capaz de dejar a aquel pobre hombre a su suerte. Rodeo a la antorcha y me arrodillo a su lado. Ya empiezo a notar los efectos de lo que he hecho. Mi corazón parece esforzarse más por latir y la sangre que corre por mis venas resulta un poco más espesa, un poco más fría.
Reprimo un escalofrío. Le coloco una mano sobre la frente, otra bajo la barbilla, y le levanto la cara. Tiene los ojos demasiado pequeños, o quizás lo parece porque están hinchados, sobre todo el izquierdo. Sus labios son muy finos y están partidos, y su nariz está torcida, posiblemente rota. Lo único que parece que está intacto son sus orejas, aunque lo más probable es que tenga daños en su interior. El tío que termina de arder detrás de mí, rodando sin éxito por el suelo, no tenía pinta de ser precisamente compasivo.
Cuando le voy a volver la cabeza, le toco la mejilla sin querer y suelta un gruñido. Suelto una exclamación de sorpresa y estoy a punto de dejar que se dé de bruces contra el suelo.
-Perdón- susurro, reprimiendo la histeria.
Sus ojos se mueven bajo sus párpados hinchados, quizás queriendo buscar mi cara. «No lo intentes demasiado, campeón, no creo que puedas ver muy bien,» responde con sorna la voz de mi cabeza. Cállate. ¿Podemos ser amables por un minuto, solo por un minuto? «Ah, no, Vero. Sé lo que vas a hacer, lo estoy viendo. ¿Acaso no recuerdas el frío, la fiebre, el malestar que te dura por lo menos una semana...?»
No la escucho. Coloco mi mano sobre su frente, me concentro, ignoro lo débil que estoy. Este pobre hombre necesita ayuda, y desgraciadamente ni tengo medios para llamar a una ambulancia ni debo hacerlo. Podrían localizarme.
-No te muevas- murmuro con timidez. Es lo último que digo antes de cerrar los ojos.
Mis pestañas tiemblan mientras busco aquel puntito brillante, aquella tranquilidad que me envuelve cuando lo hago. Bueno, solo lo he hecho una vez antes, lo hice por instinto. Ahora que he madurado, que he desarrollado mi miedo y mi rabia como un escudo, resulta tremendamente más difícil.
Relájate. Olvida la tensión. Nadie va a venir. Bueno, sí van a venir, pero por eso es mejor que acabes con esto cuanto antes. Mira, ahí está. Deja que te envuelva, deja la mente en blanco... Tú puedes hacerlo.
«Verónica, eres lo más imbécil e inútil que ronda por aquí.» Pero la voz suena distante. No es algo que deba escuchar. Siento cómo la energía recorre todo mi cuerpo. Hacia afuera, toda va hacia afuera, pero por el momento no importa, por el momento disfruto de la sensación, tengo que aprovecharlo antes de que desaparezca, como siempre, dejándome más frágil todavía. Es como una caricia, como un beso...
Y entonces se va. Estoy mareada, tengo náuseas y empiezo a temblar con fuerza. Tengo frío y calor a la vez. «¿Has visto? Si yo te lo dije, te lo he dicho...»  No importa. Abro los ojos. El hombre a mis pies se está incorporando, con los ojos bien abiertos y las cejas alzadas por la sorpresa. Ya no tiene cortes, no tiene magulladuras. Tiene la piel lisa y perfecta.
Es gracioso. A pesar de que no es especialmente guapo y tiene una cicatriz en la ceja derecha, no tardo en darme cuenta de la suavidad de su piel.
Entonces me mira. Acabo de darme cuenta de que tiene unos bonitos ojos castaños, aunque sí, son muy pequeños... Me levanto rápidamente, de nuevo en tensión. «¿Qué haces? No te quedes mirándolo. Por lo menos, corre ahora.» Pero no puedo. Madre mía, estoy solísima. Debo resultar una imagen muy triste.
-Yo... lo siento.- «¿En serio? ¡Acabas de salvarle la maldita vida!» Él se pone de pie lentamente, no sé si horrorizado o simplemente estupefacto-. Sé que... Pensarás que soy un monstruo, pero por favor no llames...
-¿Estás de coña?- su voz es grave, parece reflejar las palabras de mi mente, como si me la hubiera leído; me inquieta-. ¡Me has...! ¡Joder, me has librado de una buena! Ni siquiera tengo que ir al hospital...- murmura, maravillado, mientras explora su cara y su cuerpo en busca de heridas. Cuando vuelve a levantar la vista, le brilla la mirada-. No sé qué concepción de monstruo tienes tú, pero en mi diccionario no es salvarle la vida a la gente.
-Yo... Pero...- me observo las manos con disimulo. Él parece comprenderlo, porque añade, quitándole importancia con un gesto de mano:
-Lo del truquito... Bueno, yo tampoco soy un santo, ¿sabes? Debo un pequeño favor...- señala ligeramente al cadáver carbonizado-. Además, por muy raro que sea, casi diría que mola.
Intenta ser tranquilizador, lo veo. Este hombre me confunde. Es comprensivo, amable, parece ver a través de mí. Debe tener unos veinte años, quizás, y su sonrisa es, aunque un poco torcida, encantadora. Porque no es cruel ni condescendiente, como son las que yo conozco - las que conocía -, sino que es abrumadoramente sincera. Me tiende la mano.
-Miguel. Por cierto, gracias por salvarme el culo.

Me dijo que todo iría bien. Dijo que cuidaría de mí, que se encargaría de que nadie me metiese en ningún psiquiátrico, en ningún laboratorio, y de que tampoco me cortaran la cabeza. Dijo que era lo menos que podía hacer por mí después de que le salvara la vida.
¿De verdad le salvé la vida? Aún me resulta imposible creérmelo. Incluso si pude evitar que aquel hombre le atravesara la cabeza con una bala, no puedo deshacerme de la sensación de que solo soy una carga para él. Y, a pesar de todo, ha insistido tanto en ayudarme...
El caso es que ninguno de los dos hace demasiadas preguntas. No hablamos demasiado de mis... dones... Y cuando lo hacemos, él los comenta de forma casual, como si fuera lo más natural del mundo. A cambio, yo muestro desinterés por aquel tío que quería asesinarlo; porque la verdad es que no me importa, solo me importa que él esté aquí, conmigo, que me esté ayudando y que, por primera vez en mucho tiempo, yo haya hecho algo que quizás consiga enmendar mis errores.
-¡Verónica!
Levanto la vista, sorprendida. Su expresión oscila entre la diversión y la irritación. Me ha hablado, lo sé por su mirada, y una vez más no le he hecho caso. En este último mes que hemos estado conviviendo, nuestra relación se ha basado mucho en eso: comentarios sin respuesta. Y él sigue siendo amable y burlón, aunque no para de repetirme que él también tiene oscuros secretos... He decidido que no quiero conocerlos.
-Perdona, ¿qué decías?
-Que si quieres comer algo.
-No, no hace falta. Gracias- respondo, agitando la copa que tengo en la mano, dándole a entender que con eso está bien-. Es la primera vez que vivo con un adulto que me deja beber alcohol.
Y le doy un largo trago a mi Baileys. Él se encoge de hombros.
-Eso es que no soy tan adulto. Solo tengo veinte años, ¿recuerdas? Aún estoy en la flor de la vida- asegura con una mueca. Yo me río.
-Ya claro, lo que eres es un viejo.
Entrecierra los ojos, juguetón.
-¿Viejo? ¡Cómo osas...! Jovencita, yo conservo casi toda mi energía.
Y se lanza a por mí. Me bajo de la silla rápidamente y corro hacia el salón, chillando y riendo como una histérica. Me pongo detrás del sofá y él se queda delante, acechante, con una sonrisa pícara. Salgo corriendo hacia la derecha, pero él me sujeta por el brazo y tira de mí hacia atrás, haciendo que caiga sobre los blandos cojines con un gritito agudo. A continuación se tira encima de mí y comienza a hacerme cosquillas, y yo no puedo parar de gritar y reír.
Por fin para - ¿por fin? - y me doy cuenta de que él también se ríe. Se incorpora con la respiración entrecortada y entonces se calla. Se ha quedado mirándome fijamente. Y, sin más preámbulos, se inclina y me besa.
Me quedo sin aliento. No me lo esperaba y, al mismo tiempo, no sabía cuánto tiempo llevaba esperándolo. Cierro los ojos inconscientemente y tiro de su camiseta para acercarlo a mí. Tanto tiempo... Un nuevo olor, una nueva sensación.
«Verónica... ¿Por qué...?» Cállate. Déjame en paz. Ya no te necesito, no os necesito a ninguno. Estoy construyendo nuevos recuerdos... ¿Para qué?

Me despierto con la mejilla pegada a la suave tela de su camiseta. Huele a él. Es cálida y reconfortante, como él. Me incorporo. Estoy en su cama. Durante un momento me asusto. Intento recordar: no, no pasó nada, aunque supongo que bebí demasiado. «¿De verdad no querías que te besase?» provoca la vocecilla de mi cabeza. Sería mentira si dijera que no.
Escucho cómo inspira profundamente y me vuelvo a tiempo de ver cómo se estira. Me dedica una sonrisa suave.
-¿Has dormido bien?
-Perfectamente.
Se incorpora, preocupado.
-Oye, lo de ayer... No quiero que te sientas presionada ni nada... Es decir, yo soy el adulto, se supone que debería ser el responsable...
-Mira, no necesito esa mierda. Ya soy suficientemente mayorcita para saber lo que quiero- contesto, exasperada, aunque la verdad es que no estoy segura-. Además, solo me faltan unos cuantos meses para ser mayor de edad.
-Vaya, ya veo que lo tienes claro- responde burlonamente. Me da otro beso, se levanta y va a la cocina. Lo imito.
Se prepara el café de todas las mañanas y se apoya en la pared, mirando por la ventana, como todas las mañanas. Todo va bien, todo es perfectamente normal. Ya he metido mi pan en la tostadora cuando noto que se tensa a mis espaldas. Lo miro por encima del hombro con el ceño fruncido.
-¿Va todo bien?
-No. Hay policías en la calle.
-¿Qué?- Dejo el cuchillo de untar que tenía sobre la encimera y me acerco rápidamente; en efecto, las luces parpadeantes, azules y rojas, me deslumbran-. ¿Crees que estarán aquí por...?
Lo miro, aterrorizada, y él responde con más seriedad de la que he visto nunca en él:
-¿Por qué otro motivo podrían estar aquí? Quizás haya otro fugitivo o criminal en estos bloques, pero...- Hace una mueca-. Lo dudo.
-Joder... ¿Qué hacemos?
Casi puedo ver la maquinaria de su cabeza, engranajes intentando funcionar con rapidez y eficacia, un puzle resolviéndose pieza a pieza. Cuando por fin toma una decisión, me coge por la muñeca y tira de mí de vuelta a la habitación.
-Da igual que no hayan venido a por nosotros. Si llegan, estamos acorralados, así que tenemos que irnos ya, antes de que no tengamos ninguna posibilidad. Lo cual es casi seguro que ocurra.- Ríe con nerviosismo. Quiero abrazarlo y consolarlo. Así es él, queriendo animar la moral en todo momento, pase lo que pase.
-Siempre puedes abandonar- le sugiero-. Al fin y al cabo, no es asunto tuyo. Si vienen a fisgonear, ya me habré ido, verán que no hay nada y te dejarán en paz. Estarás a salvo.
Me mira como si estuviera loca. Guarda ropa en una mochila. Después comida, agua y medicinas. Incluso alguna que otra pistola, junto con una navaja en el bolsillo. Cuando cree que tenemos lo necesario, me empuja hacia la puerta y me hace salir. Desde el exterior se pueden escuchar las voces de los policías, en la entrada. Me entra el pánico.
Pero Miguel no permite que me quede paralizada. Hace que camine hacia la ventana, por donde se ven unas escaleras de emergencia. Abro rápidamente el cristal y me deslizo por el hueco hasta posarme sobre la plataforma metálica. El hombre va detrás de mí. Sin dudarlo un segundo, empuja la escalera de mano que pende de un lado, haciendo que se deslice y llegue al suelo con gran estrépito. Soltamos cada uno una palabrota y nos pegamos a la pared.
Por supuesto, un policía curioso viene a husmear al callejón sobre el que nos encontramos, pistola en mano. Claro que están dispuestos a dispararme. Siempre lo estuvieron.
Por fin el agente se da la vuelta y se aleja, gritando:
-¡Nada! ¡La estúpida escalera se ha caído!
-Corre corre corre- me insta Miguel. Y yo hago lo que me pide.
Después de unos cinco horribles minutos bajando lo más silenciosamente posible los tres pisos que nos separaban del suelo, salimos corriendo hacia la calle paralela a donde están los policías y nos encontramos... con que nos han tomado el maldito pelo. Sabían que íbamos a bajar por la escalera de emergencias. Por supuesto que lo sabían. ¿Cómo hemos podido desechar esa posibilidad?
-¡Alto! ¡Manos arriba! ¡No hagáis ningún movimiento o dispararemos!
Me miran con desconfianza y un poco de inseguridad. Miguel les da igual. Es a mí a quien temen. Lástima que no comprendan el peligro que supone el hombre. Un peligro que todavía no había llegado a conocer, realmente, hasta que se saca una pistola de la cintura de los pantalones y dispara al primer policía a la cabeza con una precisión mortífera.
-¡Huye! ¡Hacia la izquierda! ¡Zigzaguéalos, esquiva, y hazlos volar por los aires si hace falta!
Es como si se hubiera adueñado de la vocecilla en mi cabeza. Y estoy tan acostumbrada a obedecerla a la primera que mi cuerpo no tarda en responder. Se inclina hacia la izquierda cogiendo impulso y comienza a correr. El tiroteo ha comenzado, y sorprendentemente - o quizás no tanto - es a mí a quien disparan principalmente. Aunque sé que posteriormente sentiré mis huesos frágiles y quebradizos, creo un escudo transparente e impenetrable alrededor de mi costado derecho.
Escapo de la asfixiante multitud de agentes amenazadores, esquivando como Miguel me ha dicho, empujando y electrocutando a aquellos que han querido acercarse a mí. Caen fritos al suelo, entre espasmos, pero la voz me dice que no mire atrás, y no lo hago.
Entonces otra voz conocida, cálida y amable, grave y suave como el terciopelo, suelta un grito desgarrador. Y de nuevo vuelven los recuerdos, acusaciones de mis huídas. Me detienen una vez más. Pero en esta ocasión son nuevos y hacen que me dé la vuelta. «No les hagas caso, Vero.» Aún así, no puedo evitarlo. Es piel contra piel, fundida en un beso acogedor.
-¡MIGUEL!
Ahora es mi voz; sin embargo, suena demasiado aguda, demasiado lejana y distante. Es paradójico, pero es como si mi conciencia se hubiera apropiado de mis instintos y los controlara. Hoy, ahora, esta es mi decisión de no huir. Mi decisión de luchar. De enfrentarme a mi pasado... y a lo que soy: una criatura imperfecta que no salió como todos esperaban que saliera.
Siento la energía bullendo en mi interior. Soy una olla en la que se cuece la materia primigenia del universo. Cada célula de mi cuerpo arde; no sé si quiero provocar una explosión, un trueno o un incendio. Solo sé que quiero salvar a la figura que está en el suelo, sangrando, luchando por ponerse en pie. La silueta que quería dar su vida por mí. Pero llega tarde: estoy harta de la gente que quiere ayudarme.
Nuestras miradas se cruzan antes de que la energía en mi interior se libere como si de una estrella moribunda se tratase. Un fogonazo. Una mezcla de dolor y euforia, eso es lo que siento. Él se salvará, y yo... Bueno, espero al menos poder librarme de los recuerdos.
Es entonces cuando me doy cuenta de que no quiero olvidar. Tarde, supongo. Voy perdiendo el sentido de mis articulaciones... Me cuesta pensar... Solo noto cómo cada átomo de mi ser vibra, entusiasmado... y se detiene lentamente. Todo está acabando muy rápido... Un mes no es tiempo suficiente... Pero, al fin y al cabo, nunca...

Enhorabuena, Verónica. Lo has conseguido. Bueno, supongo que depende de cómo se mire.
Los que busquen a la luchadora, a la superviviente, a la que corre y no mira atrás... A esa ya no la encontrarán, no ahora. Pero no por eso eres mejor. Tampoco eres peor. Simplemente eres otra persona.
Esta vez, cuando despiertes, ya no habrá dolor, ya no habrá miedo ni recuerdos; no habrá fuego, ni los gritos de una familia que solo quería ayudar a una niña asustada. El aterrador efecto de tu don ya no deberá preocuparte.
Y no es una acusación. No te estoy culpando. Al fin has decidido dar la cara por otra persona, por alguien a quien amas, alguien que nunca te abandonó. Quizá por ello hayas dado de bruces con el fin del camino. Quizá por ello hayas desmoronado el esfuerzo de tantos años de sufrimiento, o al menos eso parece.
Ya no eres la superviviente. ¿Valió la pena? Aunque imagino que ya es demasiado tarde...
Dime, ¿lo es?

Y aquí lo dejo :D Como ya os comenté la última vez, tenía pensado hacer una continuación, lo que pasa es que me tengo que poner a ello jejeje xP Pero en cuanto escriba un poco (creo que también lo haré por partes) lo subo :3 Si me dais vuestra opinión sobre qué os parece os lo agradecería mucho :)
¡Un besazo! ¡¡Qué paséis muy buen puente!! :D <3

domingo, 27 de abril de 2014

Un poema, un sentimiento: En la ribera

La composición que traigo hoy es un poco tétrica, lo siento, es prácticamente una historia bastante triste xS También es muy extraño, pero bueno... ¡Espero que os guste!


En la ribera

Escucha. ¿Escuchas?
El niño llora, el niño llora,
el niño llora y no para.
Las flores que en su pecho moran,
las flores que el miedo espantan,
muertas en la aguja.

Cae y no para de caer.
La madre en el agua se desploma,
las gotas salpican y en el aire bailan,
"ha llegado, ha llegado la hora",
en el silencio parece que cantan.
No lo pude detener.

Fuera, sal de aquí.
Estás viva dentro de la memoria,
mas estás muerta para mi alma.
El cadáver que delante flota
mi conciencia ya no quebranta.
Ahora te tienes que ir.

Escucha. ¿Escuchas?
Por fin se acerca el momento,
las sirenas mi nombre reclaman.
"¿Cómo, has luchado contra el viento?"
"Perdí, pero solo cuando olvidaba."
Me clavan sus uñas.

Brilla la oscuridad
en la noche venidera.
"¿Algo quieres cambiar?"
Niego con la cabeza.
"Ya dejé el monstruo atrás,
ya alcancé mi meta."
Ella tuvo un funeral,
yo descanso en la ribera.

¡Buen fin de semana! :D

viernes, 25 de abril de 2014

Historias perdidas: Cuando despiertes (I)

¡Qué hay! Hoy voy a subir otro relato breve, estoy planeando hacer una continuación, aunque de momento estoy ocupada :S Solo subiré la primera parte, la segunda la subiré más adelante, lo siento xD

Como información extra comento que este es el relato que he escrito para el concurso de Elle Raquelle, así que probablemente lo subirá ella también :3 ¡Espero que os guste!


Primera parte: Sueños
El pasado es una sombra, nada más. Siempre estará detrás de mí, pegado a mis pies, pero nunca podrá alcanzarme, nunca podrá envolverme en su fría oscuridad... No me hundiré en su vacío si no lo miro a la cara... "Vero..." Lo escucho canturrear a mis espaldas. Esa voz me hace sonreír, estoy a punto de volver la cabeza...
«¡No lo hagas!» grita una voz distinta. Resuena con un eco extraño, robótico, metálico. Una parte ajena, distinta a mí. Pero al mismo tiempo, es la que dicta mi yo, mi personalidad, en estos momentos que estoy viviendo ahora. En este infierno por el que estoy pasando.
Sé que, de no haber sido por ella, no seguiría aquí. Le debo mucho. Se lo debo todo. Así que obedezco. Me detengo... y vuelvo la vista hacia delante, olvidando lo mucho que deseaba regresar a aquel recuerdo y el dolor que lo seguiría.

Mis sueños, al contrario que mi realidad, son coloridos. Pero no es un color bonito. Es inquietante, antinatural. Las combinaciones resultan turbadoras y artificiales. Cielos de un amarillo verdoso, árboles de follaje oscuro, con ramas como serpientes, constantemente en movimiento. Muchas veces me da náuseas.
Y luego está el césped. Tienes suerte si no te encuentras con un ciempiés grande y morado cada cinco metros. Aunque quizás suene un poco preocupante, lo que me resulta más insoportable es el color rojo oscuro de la hierba. Ni siquiera es un color sólido o brillante, como el que podría tener una flor. Parece húmedo. Y denso. Si lo miro demasiado tiempo, lo confundo con sangre. Eso hace que me maree.
-Vero...
La propia voz me acaricia. Bajo un sol azul y radiante, siento unos brazos que me rodean con cariño. Un aliento cálido junto a mi oído. Cierro los ojos. El beso... Se me eriza el vello, mi corazón acelera su ritmo. De repente siento calor.
«¡Niña estúpida! Un recuerdo. El pasado te ha alcanzado. El pasado te envuelve...» Siento cómo, de repente, el calor cesa y se convierte en frío. Nubes rosas de tormenta se acercan y lanzan rayos de fuego turquesa. Lluvia verdosa comienza a caer. Desgarra mi piel a medida que el suelo rojo comienza a agitarse bajo mis pies. Comienza a dar vueltas. Se forma un bucle, como cuando mueves el café. Café...
Pero el aroma que me llega no es de café. Es un olor putrefacto, un olor a sangre, a humo.
-Verónica...
La voz adquiere un tono repulsivo, gutural y cruel. Como si vomitara las palabras. Intento escapar, pero es demasiado tarde. La oscuridad me envuelve... Los recuerdos me envuelven... El crepitar de un fuego, llantos, dolor, gritos... Sus gritos resuenan en mi cabeza, me hacen retorcerme, me hacen luchar con todas mis fuerzas para huir. Pero no puedo, no puedo, no puedo... Si tan solo pudiera hacer que se callaran...
Entonces me doy cuenta. No son ellos los que gritan, sino yo.
Agotada, dejo que la sombra me arrastre.

«Está bien. Todo va bien. Tranquila. ¡Tranquila he dicho, imbécil!» He abierto los ojos con una exclamación ahogada y el corazón a mil. Noto mi boca espesa, mis párpados pesados e hinchados. Estoy acalorada.
Miro a mi alrededor. Te das cuenta de que eres el vagabundo del metro, el loco, el borracho, cuando no hay nadie junto a ti. Un círculo te rodea, y su circunferencia se encuentra a un metro de ti. Pero no pasa nada. Ya me he acostumbrado.
Me incorporo. Me estiro. Ignoro las miradas de desconfianza que me lanza la gente. La mano que una madre pasa por delante del pecho de su hija, atrayéndola hacia sí. La curiosidad de la niña. La mayoría tienen el ceño fruncido. Pero lo ignoro. Porque no me importa. Porque no debe importarme. Solo debe importarme la velocidad del tren, la abrumadora información que llega con todos los carteles, todas las letras, todos los colores.
Debo parecer loca ante los ojos de estas personas. Como si eso cambiara algo.
-Señores pasajeros, estamos llegando a la estación- informa una voz femenina, afable y monótona-. Les rogamos revisen sus posesiones y no dejen nada en sus asientos.
Me levanto y cojo rápidamente mi bolsa y mi ajada manta. Tengo frío. Pero últimamente lo tengo, así que he aprendido a vivir con ello.
-Mamá, ¿qué le pasa a esa niña?
-¡Chist! ¡Calla, Marina!
Me vuelvo y miro a la pequeña familia; la mujer me mira de forma casi amenazadora. Es curioso cómo se parecen. Recuerdo que yo también me parecía a mi madre. «No debes recordar.»
El tren frena. Me vuelvo hacia la puerta. Se abre al mismo tiempo que suena una musiquita. Salto al exterior. Un andén plagado de gente que no tarda en apartarse de mi camino. Ya no es como antes. No me molesto en mirar mi ropa sucia, rota y pegajosa por el sudor. No reviso los enredos de mi pelo - hace dos semanas que parece un estropajo -, ni me froto los ojos para que no se me cierren, para que parezca que estoy menos cansada.
El hecho es que estoy muy cansada y tengo mucho sueño. No logro dormir en condiciones. Mis sueños son pesadillas en las que un extraño mundo lleno de extraños colores intenta engullirme, hundirme, humillarme. Les tengo miedo. A ellos, a mis sueños. Porque la mayoría de las veces, con ellos llegan los recuerdos.
Salgo rápidamente de la estación. Al menos todo lo rápido que puedo. Odio los controles. Por favor, los controles son horribles. Me miran mal; como si ellos no tuvieran de lo que arrepentirse.
Llega un punto en que la desconfianza me irrita. No porque me importe lo que piensen; no, a ellos que les den. Pero me enlentecen. Hacen que cada segundo que pasa sea un suplicio. Bullo con impaciencia. No puedo permitirme tardar tanto, tengo que avanzar, tengo que huir... «¿De qué, Vero?» Del pasado. El pasado no debe alcanzarme.
¿Por qué? ¿Qué he hecho? Bueno, es simple. Al principio no hice nada. Luego me asusté y lo hice todo. Me arrepiento, por supuesto que sí, pero no retrocedería en el tiempo. Porque hay cosas que podrían haber salido mejor, pero hay otras que podrían haber salido mucho peor. ¿Merece la pena? Quién sabe. Es más, ¿quién marca lo que merece la pena y lo que no? Ahora mismo echo de menos a mi familia; mucho menos que al principio, sin embargo. Mis prioridades se han transformado de una manera drástica. Al fin y al cabo, sigo viva. Eso es lo que somos, egoístas. Pura supervivencia.
No paro de acariciar las monedas de mi bolsillo cuando por fin me dejan pasar. Casi tres euros. Ahora mismo es lo único que tengo. Hasta ahora he sobrevivido bien, no he tenido que hacer nada de lo que arrepentirme; la gente no da mucha limosna, pero por suerte el pan no es demasiado caro.
Adónde voy, eso no lo sabe nadie. Ni siquiera yo. Simplemente camino, porque sé que detenerme será mi perdición.

Estoy muy cansada, tengo mucho sueño. Ya lo he dicho y nada ha cambiado. Y, aún así, me aterroriza dormirme, porque sé lo que me voy a encontrar. Lo que siempre me encuentro. Y estoy harta de esos malditos sueños que me devuelven recuerdos.
En fin, el sueño siempre nos vence, ¿no? Incluso a la fiera más implacable. Si estamos vivos, dormimos. Otro de los motivos por los que a veces me arrepiento de seguir viva.
Anarquía no tarda en invadir mi mente cuando cierro los ojos. Lo he llamado Anarquía porque eso es lo que es: caos, desorden. Y si las cosas fueran como deben ser, si mi mente no estuviera tan jodida, probablemente sería una anarquía lógica, estructurada, y mis recuerdos no intentarían asesinarme. Lo sé, no espero que lo comprendáis.
Aterrizo a la orilla del lago. El único lago que hay. Se me encoge el corazón. El agua es negra y mi reflejo transparente. Ya, no soy estúpida; pero es transparente, cristalino como el agua, y aún así se ve. Como si no tuviera un fondo negro. Como si no tuviera fondo.
No miro mi reflejo. Es que hace tiempo que no quiero verlo. Cada vez que me acerco a un espejo o a una ventana, vuelvo la cabeza. No puedo soportarlo.
Una flecha de cristal sale disparada del agua. La esquivo. Ya me lo esperaba, me ha pasado antes. Caigo de bruces al suelo con un gruñido. Mi vestido, de un brillante verde oscuro, está manchado de sangre morada. Culpabilidad. Qué difícil es deshacerse de ti, pequeña sanguijuela.
Cada vez que provoco fuego, la sangre se me hiela un poco. Cuando hago que las cosas se muevan, me entra una jaqueca horrible. Si quiero explotar algo, es como si con cada inspiración me costara más coger aire. Hace mucho tiempo que no me teletransporto; no me gusta, porque siento que dejo una parte de mí, de lo que me hace humana - o algo parecido -, atrás. Además, fue desde la primera vez que lo hice cuando aparecieron mis pesadillas; Anarquía.
-Vero, ¿estás bien?
-Será mejor que te llevemos al médico...
-¡Por qué no lo ves, lo que te pasa no es normal!
-¡Ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé...!
«Tienes que ignorarlos.» Ya lo sé...
Tampoco quiero generar luz, ni dar chispazos. Como consecuencia, mi visión empeora y mis reflejos se enlentecen. Lástima que a veces no quede más remedio... Lo realmente importante es que puedo sobrevivir, o al menos eso me digo. No, lo sé, es un hecho. He llegado lejos sin la ayuda de nadie, y es mejor así: al final, la lealtad se convierte en una carga.
Camino. Me encuentro con unas cinco lombrices gigantes. Me aparto siempre, porque son peligrosas. No sé si la sangre de mi ropa es de mi primer encuentro con una de ellas o... si simplemente es producto de mi mente.
Me detengo junto a un árbol. Pájaros con cabezas de vaca, de cerdo, de cabra, de oveja, de caballo... Soy perfectamente consciente de que mis sueños son perturbadores. Sin embargo, son una realidad paralela, y para seguir viviendo tengo que adaptarme a ello. No sé qué pasará si muero en ellos, pero no tengo la intención de descubrirlo. Lo que sí sé es que, por muy aterrador que me resulte, tengo que permitir que los recuerdos me engullan durante un segundo. Un segundo de miedo y sufrimiento que me permitirá volver al otro mundo, no mucho mejor que este, para así seguir moviéndome.
Lo malo es que a veces la memoria no me golpea con fuerza. Eso puede significar quedarme encerrada en Anarquía durante demasiado tiempo, más del que puedo permitirme. Lo comprobé una vez. Me quedé atrapada, huyendo de estas criaturas mutantes, durante un maldito día. Por suerte, el tiempo en mi pesadilla pasó mucho más despacio y mi persecución no duró veinticuatro horas.
Por fin llegué a este lugar. Tenía hambre. Sí, aquí también paso hambre. Lo malo es que no hay nada que se pueda comer, al menos no en condiciones. En resumen: si escapé, fue por suerte. Fresas - sí, fresas - cuelgan de las ramas de esta planta con forma de guadaña. Son azules y marrones, no demasiado apetecibles, pero qué queréis que os diga. Hasta ahora es lo único que he encontrado.
Y su efecto, como pronto pude comprobar, era y no era el esperado. No me sentó bien, aunque no de la forma que yo esperaba. Estaban amargas, pero no las vomité. En cambio, la cabeza me comenzó a dar vueltas y ochenta mil voces gritando ochenta mil palabras invadieron mi mente. Grité... y desperté. No es una experiencia que me guste repetir, pero no tengo más remedio.
-Verónica.- Me doy la vuelta, despacio, como si el hecho de tardar más fuera a conseguir que se marche. Sus ojos me miran con tristeza-. ¿Por qué?
-Porque fui estúpida e ingenua. Porque no tenía ni idea. Porque no tomé las decisiones correctas. Puedo darte cien razones, pero ninguna de ellas es suficiente. Ahora vete.
-No puedes hacerme desaparecer.
-Sí que puedo. No eres más que un sueño.
-Precisamente por eso. Soy una parte más de tu mente, Verónica. Puedes dejar a mi yo físico atrás, pero no puedes deshacerte de mi recuerdo.
Un tatuaje, una quemadura, llamadlo como queráis. Las primeras veces dolía. Ya me he acostumbrado - sí, a esto también -. Solo puedo hacer una cosa, en realidad, y es lo que siempre he hecho: darle la espalda y huir. Siempre estará detrás de mí; aún así, puedo intentar mantenerme lo más alejada posible.
Le doy un mordisco a la extraña fruta. Amarga. Asquerosamente amarga. La tiro al suelo al tiempo que el típico mareo comienza a adueñarse de mí, y un grito lejano comienza a rebotar en mi cabeza... "¡Verónica!" ¿Cuántas veces lo he reproducido en mi memoria? Más de las que pueda contar.
Sus brazos me abrazan como tantas otras veces. Delgados, no demasiado fuertes. Pero su expresión amable y su mirada sincera siempre son suficientes para mí. Siempre lo eran...
«¡Verónica! ¿Dónde vas?»
«Suéltame, ya solo eres una parte de mi pasado. Suéltame, suéltame, déjame ir...»

martes, 15 de abril de 2014

Fragmentos: Con la vista hacia el cielo (III)

Pues nada, a continuar con la novelilla, como os prometí :) (siento no haber publicado nada de esta historia en mucho tiempo jeje xP) En esta parte ya empieza un poco la acción, así que espero que os guste. (Aquí tenéis la primera parte y la segunda).

(Capítulo 3)

-Padre Javier... ¿qué hace aquí? ¿Ha visto a Ben?
-Lo he visto escabullirse por los pasillos. Y, antes de que digas nada, debes saber que recibirá su castigo- añadió con serenidad y tristeza-. Mayormente, por ponérmelo más fácil.
-¿Qué...?- Sin saber por qué, su corazón volvió a latir con fuerza-. Padre, ¿ocurre algo?
-Perdóname, Ángel, perdóname por mi pecado mortal... Es lo único que puedo hacer- gimió el cura con voz penosa.
Entonces el hombre avanzó, y la escasa luz de luna que entraba por la ventana se reflejó en algo metálico. El muchacho palideció y se tensó como la cuerda de un arco. Luchó ferozmente contra las sábanas para librarse de su abrazo y se levantó. A medida que el intruso se acercaba, el alado se pegó a la pared y buscó a tientas el interruptor de la luz. Cuando lo encontró lo pulsó, frenético, y la estancia se iluminó.
Su mirada se deslizó rápidamente hacia su mano. Sujetaba un cuchillo limpio, plateado y reluciente. Recordaba haberlo visto en la cocina, la hermana Celena lo usaba para cortar los trozos más duros de carne. Luego volvió la vista hacia el director, pálido y confuso, sintiendo que la náusea se apoderaba de él. La expresión de este era profundamente arrepentida y culpable, desoladora, absolutamente transparente. No le quedó duda alguna de sus intenciones, pero tuvo que preguntarlo:
-¿Qué pretende hacer, padre?
-Solo quiero proporcionarte una muerte rápida y apaciguada, hijo- sollozó-. Ellos quieren torturarte, quieren quemarte vivo. ¡No puedo permitirlo!
-¿Cómo...?- Se estaba mareando por momentos-. ¿Quiénes quieren quemarme vivo?
-¡Todos los demás! Mis hermanos pecadores... Consideran que eres un demonio.
-¿Un... demonio?- repitió, anonadado.
-Quizás tengan razón, ¿qué más da? No permitiré que te sometan a las brasas. Querría...- Se le quebró la voz antes de continuar-: Querría haberlo hecho mientras dormías, para ahorrarte esta traición y esta decepción...
El cura se abalanzó sobre él, cuchillo en alto, y el joven se apartó justo a tiempo. Aún así, la afilada hoja se hundió en la emplumada musculatura, y la sangre comenzó a manar. El hombre se retiró y observó la herida junto al chico, desazonado. Ángel, por su parte, no tardó en sentir la oleada de dolor viajando a través del ala izquierda.
-Por favor, hijo, no lo hagas más difícil... Solo quiero protegerte de ellos...
-Una forma curiosa de hacerlo, sin ofender- musitó amargamente el chaval, apretando los dientes para soportar el ardor de la herida.
-Sé que estás enfadado, ¿pero qué pretendes que haga?
-¿Avisarme para que huya, quizás?
-¡No tienes forma de huir, Ángel!- exclamó desesperado-. Son más rápidos y conocen la montaña mejor que tú. No dejarán de buscarte. ¡Creen que tu lugar es el Infierno!
Javier dio un paso hacia él, que retrocedió, escrutando la daga que le había dañado tan ajena y extraña articulación.
-Si me mata, entonces, iré igualmente- susurró a media voz.
-Pero te conozco, Ángel, y sé que tu lugar es el Cielo. Has cometido errores, pero todos los cometemos. Tú no eres peor que los demás. Solo quiero ahorrarte el sufrimiento antes de una vida de plena dicha. Antes de que puedas regresar al lugar del que procedes.
Parecía hablar con tanta esperanza y sinceridad que se le encogió el corazón. ¿Tan fúnebre y lóbrega encontraba aquella vida que esperaba poder encontrarse con algo mejor después de la misma?
-¿Y que pasa si no regreso a ninguna parte? ¿Qué pasa... si solo hay... nada?
La palabra resultaba extraña y vacía. Enseguida supo por la expresión del padre que aquella posibilidad le aterrorizaba, y que escucharla de sus labios le provocaba un inmenso dolor. Se preguntó qué significaba su falta de fe para el cura. ¿Que era un demonio? ¿Que, al menos, no era un ángel? ¿Que iría al Infierno si lo mataba? Decidió aprovechar aquella perspectiva; pues aunque sabía que aquel hombre no renunciaría a sus creencias, sí temería por su destino en la otra vida.
-No se arriesgue.
-Por favor...- suplicó.
«Como si fuera él quien estuviera siendo amenazado con un cuchillo», se dijo, aunque se deshizo rápidamente del desprecio. Aquel era el hombre que lo había criado, que no lo había abandonado en ningún momento. De forma desesperada o no, lo único que estaba intentando hacer era salvarlo; no la vida, quizás, pero sí del dolor.
-Soy yo quien debería rogarle piedad. Comprendo sus intenciones. En serio. Pero es mi vida, y debe permitirme elegir. Quizás me cojan. Quién sabe, quizás no.
-Pero lo harán...
-O no- reiteró el joven, sintiéndose más y más angustiado por momentos. Los minutos pasaban y, si no había interpretado mal al director, no tardarían en ir a por él-. Por favor. Considérelo. Si tanta fe pone en Dios, debería saber que él querría que hiciese lo correcto, que todos lo hiciesen. Y ayudarme a escapar es mejor que darme muerte, aunque la empresa no comprenda éxito.
El hombre se quedó mirándolo con sus apesadumbrados ojos castaños, portadores de tanta tristeza y desesperación que sobrecogían. Sin embargo, las palabras del joven parecían haber aportado algo de esperanza a su expresión.
-Sabía que traerías la paz, hijo. Y espero que la lleves al resto del mundo.
Frunció ligeramente el ceño. ¿La paz? No, había hecho lo que había podido por sobrevivir. Había rogado y había persuadido de una forma de la que no se había creído capaz. Solo esperaba poder huir de aquella masa de paranoicos de la misma forma.

Y hasta aquí la entrada de hoy. Espero que entendáis que la evolución del ambiente y de los personajes va a ser bastante importante, lo comprenderéis a medida que vaya subiendo partes :) De nuevo, me encantaría que me dierais vuestra opinión :D ¡Feliz Semana Santa una vez más! ¡Descansad!

domingo, 13 de abril de 2014

Reto: Un objeto, un libro

¡Buenas a todos y feliz Semana Santa! A mí, como no me gusta demasiado, solo me queda disfrutar de estos "días libres" que no podría considerarse como tal con todo el trabajo que hay que hacer xP
Hoy no os traigo ningún texto, sino un reto que he visto en el blog de Narradora de sueños (enlace aquí). Se llama Un objeto, un libro y consiste en encontrar la siguiente serie de objetos o elementos en el título o en la portada de algún libro que nos hallamos leído (no podré contestar a todos ahora, tendré que hacerlo con el tiempo xS). Nunca he hecho ninguno y tengo bastantes ganas de hacer este, a ver si puedo completarlo :D

1) Ciudad: Cazadores de Sombras. Ciudad de Hueso, de Cassandra Clare (y todos los demás de esta saga realmente)

2) Música: La música del silencio, Patrick Rothfuss

3) Zapato/s:

4) Estrella/s: Despierta, de Beth Revis (en la portada) 


5) Animal/es: El valle de los lobos, de Laura Gallego

6) Agua: Leal, de Veronica Roth (en la portada)

7) Vestido/s: Alera, de Cayla Kluver, segunda parte de Legacy (en la portada)


8) Personaje femenino: Vampire Academy, de Richelle Mead (en la portada)


9) Árbol/es: Donde los árboles cantan, de Laura Gallego

10) Personaje masculino: Cazadores de Sombras: Los Orígenes. Ángel Mecánico, de Cassandra Clare (en la portada)

11) Lluvia: Crescendo, de Becca Fitzpatrick (en la portada)

12) Nieve: La emperatriz de los Etéreos, de Laura Gallego (en la portada)

    



Y eso, iré añadiendo a medida que voy leyendo cositas :) ¡Qué os lo paséis muy bien, y disfrutad del tiempo! Carpe diem jejeje xD

viernes, 4 de abril de 2014

Premio Dardos

Bueno hoy vengo con otra entrada especial. Me llevé una sorpresa cuando entré en el blog de María, Notas para un domingo aburrido (genial, tiene un montón de secciones :3) y me encontré con que me había nominado para el Premio Dardos. Ante todo, ¡muchas gracias! :D Las normas dicen que hay que poner la imagen del premio y que hay que nominar quince blogs. Lo que pasa es que yo no suelo ver muchos blogs y no conozco demasiados, voy a poner los que me sé, que me gustan y que sigo. Aún así, si me dejáis vuestros links abajo, yo los miraré encantada (quién sabe qué sorpresa me puedo llevar, jeje) y si veo que os lo curráis no tendré ningún problema en añadiros :)



Pues mis blogs nominados son:



Y eso, que me encantaría conocer cualquier blog que tuvieseis, que yo no estoy muy puesta en esto xP Espero traeros algo interesante muy prontito, a ver si puedo hacer algo este fin de semana :) Lo siento si esta entrada es corta, pero no tengo más que decir, aparte de agradecer una vez más a María por la nominación y darle la enhorabuena a los blogs que he puesto ahí arriba, me encantan vuestras entradas (aunque llevéis muuucho tiempo sin escribir nada xD)
Pokemon - Vulpix