No les pertenezco
Tengo que correr. Tengo
que huir. Mis pies se mueven como alas de colibrí, aunque el terreno es
irregular. Las piedras se me clavan a través de los zapatos, pero no puedo
parar. Escucho el sonido metálico, el suave chirrido a mis espaldas. Si me
detengo, estaré muerta.
No me pueden dejar viva cuando he descubierto su secreto.
Un pequeño destello dorado en la pupila. Esa es la indicación de que te han
operado. Aunque todos los jóvenes de dieciséis años deben hacérsela, claro.
Como yo. Pero he descubierto cuál es su objetivo. He descubierto que te
manipulan el cerebro hasta aniquilar toda capacidad de pensar por ti mismo. De
ese modo pretenden mantener una sociedad pacífica.
En un tablero de ajedrez, el Gran Mayor es el rey. Hasta
el momento, yo era un peón de su partida. Pero puedo convertirme en la reina
del bando contrario. Puedo demostrarle que no le pertenezco.
Se me dobla el tobillo – no puedo correr con esos zapatos
– y grito cayendo al suelo. Me pongo bocarriba rápidamente a tiempo de ver una
figura cerniéndose sobre mí. Una sombra rápida, pesada y letal entre los
árboles. Una máquina de acero con pequeños ojos dorados. No hay mucha
diferencia entre ellos y los humanos ya. Todos son autómatas.
Doy una patada al aire en un intento desesperado por
defenderme. Si muero, voy a hacerlo luchando... Luchando contra ellos, no por
ellos. No permitiré que me laven el cerebro. No mientras viva y, cuando no lo
haga, no les serviré.
La máquina alarga hacia mí una mano con forma de aguja;
comprendo que esta tiene la función de capturar, no de matar. El contenido será
una sustancia química que, inyectada en la sangre, te dejará sedado, dormido.
Al menos espero que sea eso porque, de no ser así, hay muchas más formas de
matarme.
Grito una última vez, pero el aparato mecánico me sujeta
fuertemente el brazo y ya está introduciendo la aguja en mis venas. Se escucha
un suave ruido procedente del interior de su extremidad al tiempo que libera la
sustancia. El efecto es inmediato.
Todo da vueltas a mi alrededor. Parpadeo y frunzo
débilmente el ceño. No sé... Se me ha olvidado quién soy. Se me ha olvidado qué
hago aquí. Veo destellos de luz de todos los colores entre resquicios de hojas
de árboles... No, no son hojas. Son... manos. Manos que intentan agarrarme. De
repente las altas figuras son mis padres, mostrando su sonrisa tranquilizadora.
“No te preocupes, todo saldrá bien después de la operación.” Sus palabras
resuenan una y otra vez en mi cabeza al tiempo que veo sombras... Pájaros con
cuernos. Todo se mueve, y de pronto tengo la sensación de que una especie de
animal, mitad murciélago mitad avispa, comienza a cubrirme completamente.
Solo escucho un ruido seco y una voz profunda antes de
que todo se vuelva negro.
El mundo parece abrirse
una vez más a mi alrededor. De repente escucho el suave crepitar de un fuego y
el tintineo de algo chocando contra metal. Recuerdo las criaturas mecánicas e
inmediatamente mis parpados tiemblan, aunque no puedo abrir los ojos todavía. Y
cuando recuerdo, comprendo.
No era un sedante, sino un alucinógeno.
Profiero un gemido y me revuelvo como un gusano en un
anzuelo, de esos que se usaban anteriormente. Lo aprendí en clase de historia.
También me extraña el sonido del fuego; en la ciudad solo se usa el calor de la
electricidad. Ante la horripilante posibilidad de encontrarme en medio de un
incendio, comienzo a incorporarme.
-Eh-eh-eh, vaquera- me frena una voz grave. Una voz
masculina-. Yo que tú no me levantaría con tanta prisa.
-Fuego...- consigo musitar-. ¿Dónde?
Se escucha una carcajada.
-Solo estoy haciendo un poco de sopa. No hay ningún
incendio.
Abro finalmente los ojos, alterada, y para más sorpresa
me encuentro con un joven unos tres años mayor que yo, de piel muy oscura.
Reprimo un grito. Desde el Cisma de las Razas en el año tres mil, cuando se
llegó a la conclusión de que los distintos linajes humanos no podían vivir
juntos y en paz, dos personas de distinto color y procedencia no pueden
encontrarse. Las diferencias provocan miedo, y el miedo provoca violencia. Y la
violencia genera más violencia.
Hace una mueca al ver mi expresión de terror y
reprensión.
-No estás muy acostumbrada, ¿eh? No te preocupes, lo
entiendo. Aunque teniendo en cuenta que ibas corriendo por el bosque con un
ejército de autómatas tras tus pasos, pensé que eras distinta a los demás.
-He huido- contesto lenta, cautelosamente- porque he
descubierto una cosa... sobre la operación.
-Ah, tú también- suspira-. La fantástica operación en la
que te curan todas las enfermedades. Por supuesto, no pueden dejar a alguien
vivo sin pedirle algo a cambio.
-Ese algo es horrible- siseo-. Piden que nos callemos y
acatemos órdenes como si fuéramos un rebaño de ovejas.
-¡Por supuesto que es horrible! No los estaba
defendiendo.
-Demuéstralo. Demuestra que no eres uno de ellos. Puedes
estar manipulándome para averiguar qué sé.
Con una sonrisa, se inclina sobre mí y me mira fijamente,
sin dejar de señalarse el ojo.
-¿Ves? No hay destello dorado. Solo está negro como la
boca del lobo.
-¿Como la boca de qué?
Pone los ojos en blanco.
-Déjalo. No lo entenderías. Tu sociedad está organizada
minuciosamente, de forma que todos los organismos sean simbióticos con ella. No
comprenden que lo más simbiótico que hay es la naturaleza. Y si no pueden
mantener la paz sin operar el cerebro...- se encoge de hombros-. En fin, lo
único que quieren es evitar una Revolución. Y esa no es la manera de hacer las
cosas.
Frunzo el ceño. He oído cosas sobre Revoluciones del
pasado. Siempre lo pintan como algo horrible e inhumano que hay que evitar a
toda costa. Aunque sea lavándote el cerebro, comprendo.
-¿Y por qué no es la manera de hacer las cosas?
Hace una mueca.
-Porque ya se está formando una resistencia, ¿no lo ves?-
me señala a mí y a sí mismo alternativamente-. Se empieza con dos y se termina
con un ejército.
-No quiero luchar. Eso es violento. Es malo.
-Oh, ¿en serio? Entonces vuelve a ellos como un perrito
abandonado.
Me relampaguea la mirada.
-No pienso volver- espeto-. No les pertenezco.
Se levanta con una sonrisa y se dirige a una enorme olla
que hay al fondo de la habitación; parece que es un pequeño cobertizo perdido
en alguna parte del bosque. Eso es bueno. Al Gran Mayor no le gusta meterse con
la naturaleza. De hecho, la odia.
-Bien- responde, al tiempo que me acerca un plato-.
Entonces y primero de todo, tendrás que aprender a vivir en sintonía con
nuestra Madre.
-¿Madre?- repito, frunciendo el ceño.
Resulta que con “Madre” se
refiere a la naturaleza. Me obliga a aprender todo tipo de cosas, cosas prohibidas
en la ciudad, donde todo es artificial. Me hace matar animales, algo que es
impensable. Nuestros antepasados ya estropearon demasiadas especies. Sin
embargo, no para de decir que debo hacerlo si no quiero acabar muerta de
hambre.
Me sorprende descubrir que se me da muy bien lanzar cosas
afiladas. Deko, que así es su nombre, dice que son cuchillos. Esas cosas no existen en la ciudad, son demasiado
peligrosas. Por el contrario, todo se elabora dentro de máquinas de carcasas
fuertes y sólidas, lisas, que de ningún modo pueden hacerte daño.
Entonces me estremezco cuando pienso en los autómatas.
Volvemos del tercer día de lección. En ningún momento me
pregunta mi nombre; solo me llama vaquera, aunque no sé qué es eso.
-Tengo un nombre, ¿sabes?- le digo finalmente, irritada.
Empiezo a pensar que se mete conmigo.
-Ah, ¿sí? ¿Y cuál es?
-Ana- respondo, tensando la comisura de los labios. Mi
padre decía que era un nombre de los antiguos, y eso no era siempre bueno-. Ana
Rojasangre.
-Bien, Ana- canturrea-. Me encanta tu pelo castaño. Es
perfecto para camuflarse con las hojas de otoño.
-Bueno, a mí me cuesta verte de noche.
Lanza una carcajada grave, de esas de las suyas. Sonrío.
Es agradable tener a alguien de buen humor incluso en situaciones peligrosas.
Entonces me doy cuenta de que es de otra raza. Y que eso no cambia las cosas.
Sigue siendo una persona, y sigue siendo mi amigo, mi compañero y mi
confidente.
Entro corriendo y riendo en la casa – hace algún tiempo
descubrí que se trataba de un antiguo refugio – cuando hace una broma sobre mi
piel, extremadamente blanca y pecosa.
Pasan los meses. Mi
puntería se afina aún más, y descubro que puedo darle a un pájaro en pleno
vuelo. He descubierto qué bayas y setas son comestibles y cuáles me pueden matar,
o provocar alucinaciones; también cuáles las curan. Una pequeña seta de color
pardusco fue la que usó Deko en la sopa. En aquel momento me demostró que la
naturaleza puede ser tan compasiva como las ciudades, o incluso más. O puede
ser tan letal como las mismas, o incluso más. Lo vi una noche de tormenta, en
el que un tronco de unos cien años fue derribado por un rayo. Hubo un incendio
que nos apresuramos en extinguir y, aún así, muchas plantas y animales no
sobrevivieron.
Pero me acostumbro a vivir en el bosque. Ahora me recojo
el pelo en moños hechos a partir de una trenza reliada que mi compañero me
enseñó a hacer. Mi ropa marrón y verde se camufla perfectamente con el follaje,
y soy tan sigilosa como un lobo acechando un conejo.
Sí, sé lo que es un lobo.
A mitad del tercer mes, Deko me despierta antes del
amanecer. Cuando soy capaz de abrir los ojos, su mirada muestra abiertamente el
pánico que siente, haciendo que me incorpore como un rayo.
-¿Qué ocurre?
-Nos han encontrado- contesta, con voz fúnebre.
Me levanto de un salto y me dirijo a la ventana. La
sombra de docenas de autómatas se distingue entre los árboles, y el cielo lo
sobrevuelan enormes aparatos mecánicos basados en las antiguas creencias. Creo
que se llaman dragones.
Salimos rápidamente de la cabaña, cogiendo una bolsa de
cuero y rellenándola con lo básico, como comida, ropa y algunas medicinas.
Justo cuando iba a adentrarme en el bosque, dispuesta a correr como aquella
primera vez – solo que con calzado y ropa más apropiada –, Deko se dirige a la
parte trasera de la construcción, en el lado contrario a donde está la puerta.
-¿Pero qué haces?
Antes de contestarme, vuelve con un extraño artilugio.
Parece una estructura con barras y dos grandes circunferencias para empujarla
por el suelo, que tiene una pequeña almohadilla de forma triangular. Mi amigo
comienza a subirse en ella mientras explica:
-Se llama bicicleta, y pertenecía a la
Era Antigua. Conseguí salvarla hace un par
de años y es especial; parece que está adaptada para este terreno. Me costó
arreglarla, pero ahora me alegro. Nos ayudará a ir más rápido.
Subo rápidamente detrás de él y, pese a que la postura es
muy incómoda, no me permito protestar. Entonces Deko comienza a pedalear
desesperadamente, y agradezco silenciosamente que su entrenamiento en la
naturaleza lo haya hecho más fuerte y resistente.
El primitivo vehículo se desliza veloz como el viento
entre la maleza a medida que coge carrerilla. El irregular terreno hace que no
paremos de dar botes en el asiento, pero por lo general va bien. Es mucho más
rápido que yo cuando entré corriendo aquella vez en el bosque, aunque no tanto
como los autómatas. Los siento cada vez más cerca, sus ojos dorados clavándose
en nosotros desde la distancia, espesa y oscura. No quiero meterle más prisa a
mi compañero, porque sé que no va a servir de nada, solo lo voy a presionar.
Se escucha un chillido, como un rechinar metálico, y la
sombra de un dragón mecánico pasa rauda sobre nuestras cabezas mientras lanza
una llamarada en nuestra dirección. Intentando evitar el fuego que ha aparecido
delante de nosotros, Deko vira bruscamente, dirigiendo el vehículo hacia un
árbol.
-¡Salta!- me grita.
Y
obedezco. Tomo impulso y caigo en el suelo con un crujido de hojas bajo mi
peso. Levanto rápidamente la mirada para ver la bicicleta estrellándose. Mi
amigo ha caído a unos metros y se está levantando, buscando algo en su bolsa.
Me mira un instante mientras las sombras se acercan.
-¡Corre, Ana! Yo los detengo.
No me paro a preguntar, ni a protestar, ni a decirle que
no lo haga. Solo doy media vuelta y echo a correr. Corro como aquel primer día,
como el momento en el que me encontró, solo que con una mochila a cuestas y,
pese a eso, a mucha más velocidad. Cuando llevo treinta metros, escucho una
explosión a mis espaldas y una onda me empuja hacia delante, haciendo que caiga
bocabajo en un lecho de hierba. Entonces sé que ha utilizado la pólvora que
encontró una vez, una de las armas más letales de la
Era Antigua. Y sé que ya no hay vuelta
atrás.
Conteniendo las lágrimas, me levanto y sigo corriendo,
pese a que hay un pitido insistente en mi oído. Mis pies son alas, casi no
tocan el suelo. Yo tengo que alejarme de allí, porque no les pertenezco. No le
pertenezco. El Gran Mayor cree que tiene el mundo a sus pies, pero eso no es
cierto.
Deko nunca fue el rey. Yo no soy la reina. Éramos un
alfil y un peón. Él se ha sacrificado para permitirme jugar mi partida y juro
que, aunque muera en el intento, me llevaré una buena parte de la sociedad
tecnológica conmigo.
Tengo que encontrarlos. Tengo que encontrar la
resistencia. Mi amigo y yo hemos contemplado la idea de que quizás existan. Hay
indicios. Solo tengo que correr y, con un poco de suerte, los encontraré.
Quizás me lleve días, o semanas, o años. Pero tengo que encontrarlos y unirme a
ellos.
Empecé sola mi viaje, y voy a acabarlo sola.
Creo que corro durante un día entero. Tras caer rodando
por una ladera del territorio, cojo un camino estrecho y casi impenetrable,
oculto, y espero poder despistarlos. Paro y descanso por una noche para
continuar a la mañana siguiente. Ya no veo a los autómatas, pero no me detengo.
Dos semanas después, me detengo entre la espesura. El
bosque termina en un barranco no demasiado empinado. Al pie hay otra arboleda,
mucho menos espesa, y he distinguido algo en uno de los árboles. Me acerco
lenta y dificultosamente cuesta abajo y palpo la corteza del tronco. Parece
tener un resquicio.
Escucho un silbido en la copa. Levanto la cabeza y un
destello de luz cae sobre mis ojos. Lanzo una exclamación sorprendida y
retrocedo, tropezando y cayendo de espaldas. Entonces una figura, anteriormente
invisible, salta de una rama alta y cae al suelo. Es una chica pequeña, no
mucho mayor que yo, que muestra una sonrisa de disculpa.
-Lo siento, pero tenía que comprobarlo. Kristen- se presenta, tendiéndome una
mano. Tras mirarla con recelo, la
acepto. Me levanta del suelto con una fuerza insospechada.
-Ana.
-Bueno, Ana- repite, sonriendo de oreja a oreja-.
Bienvenida a la
Resistencia.
Vaya, pinta muy bien. Cada vez me entra más curiosidad :)
ResponderEliminarwiii jajajaja x3
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