domingo, 26 de enero de 2014

Fragmentos: Con la vista hacia el cielo

Buenas, siento no haber escrito nada en los últimos días. Espero que entendáis que he estado bastante ocupada y no he tenido mucho tiempo -.-'

Hoy os traigo un fragmento del prólogo de una novela que estoy escribiendo (*subiré la portada en cuanto pueda :D). Me encantaría que me dijerais si os gusta cómo pinta (no creo que la vaya a dejar de escribir porque ya he hecho bastante, pero bueno, para saber qué tal van los tiros xD). No es que diga mucho, pero si parece que despierta interés, iré subiendo trocitos :3


Con la vista hacia el cielo

Prólogo

Ansó, Aragón, 1 de enero de 3984

La lluvia caía de forma estrepitosa, empapando la ropa de los viajeros que subían la loma de la montaña. A pesar de sus capas y de la eficaz piel sintetizada que envolvía el fardo que la mujer cargaba, todos tiritaban. Y el niño lloraba. Ella lo abrazaba contra sí, intentando consolarlo y darle calor, pero era en vano. Más que por el frío, era como si supiera lo que estaba a punto de suceder.
-Shh- susurraba la mujer, cogiendo la pequeña manita. Intentaba contener las lágrimas, aunque su compañero parecía adivinar el pesar en su rostro. Por eso evitaba mirarla a la cara.
Caminaron contra la tempestad hasta llegar a su meta. El edificio, antiguo y aparentemente abandonado, se adivinaba en la distancia. Paredes de un tono blanco sucio que parecía más apagado aún debido a la oscuridad, techo grisáceo al que le faltaban algunas tejas. Un campanario desolador, al que ya nadie subía, y sobre él una veleta con una estrella. En el extremo contrario había una estatua, representante de la antigua deidad que las grandes ciudades comenzaban a despreciar.
Aún aferrando con fuerza al pequeño, se acercó, con los ojos abiertos como platos, un poco atemorizada ante la fantasmal aparición, una sombra contra el oscuro cielo. Realmente, no quería hacerlo, no quería formar parte de lo que iba a ocurrir. Pero sentía que le debía algo a su marido por no haberle dado el hijo que él quería. Porque él tenía razón. El bebé no era normal.
Intentando mantener esa idea en la mente y, por otra parte, intentando convencerse a sí misma de que en aquel lugar tendría, por lo menos, una comida y un techo asegurados, la madre siguió al hombre hacia el edificio. La puerta, comprobó, era de madera. Madera antigua, humedecida e hinchada por tantos días fríos y lluviosos como aquel.
Levantó la mano hacia la aldaba y, justo en ese momento, el hombre la detuvo. Confusa, se volvió hacia él, pero este se limitó a negar con la cabeza como única respuesta. Antes de que pudiera evitarlo, cogió el fardo que llevaba en brazos y lo dejó en el frío suelo de piedra. La mujer contuvo el aliento, horrorizada; sin embargo, su marido golpeó brevemente la puerta y la arrastró lejos de allí.
Cuando fue capaz de reaccionar, se deshizo bruscamente de su agarre y lo miró a los ojos, estupefacta.
-¡Guillén! ¡Debemos volver! ¡No podemos dejarlo ahí, en el frío...!
-Lo recogerán enseguida- respondió su marido con voz firme-. Seguramente, ya lo habrán hecho. Y ya sabes cómo es la burocracia: habrá un montón de papeleo e información que no queremos que guarden.
-Pero...
-Gala, ya nos hemos gastado la mitad de nuestros ahorros en esa tela, un capricho tuyo para que no pase demasiado frío. Un lujo que ni siquiera nosotros nos podemos permitir. ¡Y ni siquiera sabemos cuánto tiempo de vida le queda!
-Era un niño sano- lo defendió ella.
-Era un mutante. Un engendro.- La madre se encogió, dolida-. Ya ha recibido suficiente de nosotros, Gala. Vámonos ya de aquí. Quiero cenar.
Mientras, la entrada de la antigua iglesia, convertida entonces en un orfanato, la abría el regente del lugar, que, en su patrulla nocturna, había escuchado los golpes. Al escuchar los llantos, bajó la vista hacia el diminuto cuerpo que descansaba sobre el frío suelo. A pesar de la tela que lo cubría y que, sin duda, retenía buena parte del calor, la criatura sacudía sus manitas en el aire furiosamente. Ya tenía la cara y los brazos mojados. Era suficiente para preocuparse por la condición del pequeño.
Lo cogió rápidamente, musitando un “por el amor de Dios”, para llevarlo al interior. Detestaba el poco respeto y cariño que mostraban los padres que abandonaban de aquella manera a sus hijos. No parecían tener corazón.
Se asombró al descubrir la ligereza del niño y, sobre todo, al notar algo distinto en la espalda del bebé. No era la piel lisa que acostumbraba a palpar cuando sujetaba en brazos a cualquier criatura, y estaba seguro de que no era culpa de la prenda arrugada. Había un bulto que no debería estar ahí, indudablemente.
Preocupado porque fuera una malformación, retiró rápidamente la capa, buscando la espalda. Casi soltó a la criatura por la sorpresa que se llevó cuando distinguió unas protuberancias... Protuberancias que, tal y como había supuesto, no deberían estar ahí.

viernes, 17 de enero de 2014

Un poema, un sentimiento: Sonrisas

Como ya os mencioné una vez, no solo escribo prosa, sino también poesía, y me gustaría compartir alguna de ellas con vosotros, y así alterar un poco el estilo para no ser monótonos :)

Esta que os traigo hoy es una pieza un poco dramática, pero es una forma de expresar lo que siento muchas veces, así que espero que os guste y que lo comprendáis 3(


Sonrisas

Oculto tras sonrisas
mi pena, mi rabia, mi ira.
Me cansan los insultos,
la realidad me abruma,
pero sigo, y miro, y busco
la verdad, frágil como una pluma,
y ligera, tan ligera
que escapa de mis manos.
Un suspiro sale de mis labios:
espero que algún día vuelva.

Recuerdo cuando amé,
tan largo y tan corto fue,
que tan pronto lo olvidé
como vacía me quedé.

¿Por qué un instante amamos,
y al otro ya soñamos
con otra persona, con otro mito,
cuando el rechazo está escrito?

Me cansa la monotonía,
la sociedad me abruma,
y me embarga la melancolía
si miro a la luna;
ellas son de Venus, ellos de Marte,
yo lo olvido y viajo lejos,
allá donde no vea sus reflejos,
allá donde no puedan encontrarme.

Obediencia o rebelión,
fue lo que pude escoger;
la segunda me pareció mejor:
no quería representar mi papel.

Y ellos actúan, y yo vivo.
Y se ocultan, se ocultan
tras falsas sonrisas de cristal.
Y yo busco, y miro, y sigo,
y espero atrapar la pluma,
la ligera pluma de la verdad,
y que con ella llegue la justicia.
Mientras, me oculto tras sonrisas.

Bueno, lo dicho, espero que os haya gustado, comentad y opinad qué os parece :)

Por otra parte, me gustaría poner el blog de otra amiga más (ya paro, lo prometo xD), porque de verdad que no sé qué haría sin vosotras, sois unas personas magníficas y encima ponéis un montón de esfuerzo y tiempo en las reseñas que hacéis, aunque sea por afición :D Su apodo es Narradora de sueños y su blog está aquí.

Un beso a todos y buen fin de semana ^-^

lunes, 6 de enero de 2014

Relato en relación con Los Mutados

Esto lo escribí ya hace algún tiempo, hace un par de años, para un concurso del colegio. Me dieron el primer premio, así que espero que os guste :D De hecho, la idea de la novela surgió como una idea para el concurso, pero como tenía que ser un relato corto, hice una especie de historieta :3 De hecho, alguna vez me remitiré a él cuando escriba Los Mutados, aunque no haría falta leerlo para entenderlo, claro :)

No les pertenezco

Tengo que correr. Tengo que huir. Mis pies se mueven como alas de colibrí, aunque el terreno es irregular. Las piedras se me clavan a través de los zapatos, pero no puedo parar. Escucho el sonido metálico, el suave chirrido a mis espaldas. Si me detengo, estaré muerta.
            No me pueden dejar viva cuando he descubierto su secreto. Un pequeño destello dorado en la pupila. Esa es la indicación de que te han operado. Aunque todos los jóvenes de dieciséis años deben hacérsela, claro. Como yo. Pero he descubierto cuál es su objetivo. He descubierto que te manipulan el cerebro hasta aniquilar toda capacidad de pensar por ti mismo. De ese modo pretenden mantener una sociedad pacífica.
            En un tablero de ajedrez, el Gran Mayor es el rey. Hasta el momento, yo era un peón de su partida. Pero puedo convertirme en la reina del bando contrario. Puedo demostrarle que no le pertenezco.
            Se me dobla el tobillo – no puedo correr con esos zapatos – y grito cayendo al suelo. Me pongo bocarriba rápidamente a tiempo de ver una figura cerniéndose sobre mí. Una sombra rápida, pesada y letal entre los árboles. Una máquina de acero con pequeños ojos dorados. No hay mucha diferencia entre ellos y los humanos ya. Todos son autómatas.
            Doy una patada al aire en un intento desesperado por defenderme. Si muero, voy a hacerlo luchando... Luchando contra ellos, no por ellos. No permitiré que me laven el cerebro. No mientras viva y, cuando no lo haga, no les serviré.
            La máquina alarga hacia mí una mano con forma de aguja; comprendo que esta tiene la función de capturar, no de matar. El contenido será una sustancia química que, inyectada en la sangre, te dejará sedado, dormido. Al menos espero que sea eso porque, de no ser así, hay muchas más formas de matarme.
            Grito una última vez, pero el aparato mecánico me sujeta fuertemente el brazo y ya está introduciendo la aguja en mis venas. Se escucha un suave ruido procedente del interior de su extremidad al tiempo que libera la sustancia. El efecto es inmediato.
            Todo da vueltas a mi alrededor. Parpadeo y frunzo débilmente el ceño. No sé... Se me ha olvidado quién soy. Se me ha olvidado qué hago aquí. Veo destellos de luz de todos los colores entre resquicios de hojas de árboles... No, no son hojas. Son... manos. Manos que intentan agarrarme. De repente las altas figuras son mis padres, mostrando su sonrisa tranquilizadora. “No te preocupes, todo saldrá bien después de la operación.” Sus palabras resuenan una y otra vez en mi cabeza al tiempo que veo sombras... Pájaros con cuernos. Todo se mueve, y de pronto tengo la sensación de que una especie de animal, mitad murciélago mitad avispa, comienza a cubrirme completamente.
            Solo escucho un ruido seco y una voz profunda antes de que todo se vuelva negro.

El mundo parece abrirse una vez más a mi alrededor. De repente escucho el suave crepitar de un fuego y el tintineo de algo chocando contra metal. Recuerdo las criaturas mecánicas e inmediatamente mis parpados tiemblan, aunque no puedo abrir los ojos todavía. Y cuando recuerdo, comprendo.
            No era un sedante, sino un alucinógeno.
            Profiero un gemido y me revuelvo como un gusano en un anzuelo, de esos que se usaban anteriormente. Lo aprendí en clase de historia. También me extraña el sonido del fuego; en la ciudad solo se usa el calor de la electricidad. Ante la horripilante posibilidad de encontrarme en medio de un incendio, comienzo a incorporarme.
            -Eh-eh-eh, vaquera- me frena una voz grave. Una voz masculina-. Yo que tú no me levantaría con tanta prisa.
            -Fuego...- consigo musitar-. ¿Dónde?
            Se escucha una carcajada.
            -Solo estoy haciendo un poco de sopa. No hay ningún incendio.
            Abro finalmente los ojos, alterada, y para más sorpresa me encuentro con un joven unos tres años mayor que yo, de piel muy oscura. Reprimo un grito. Desde el Cisma de las Razas en el año tres mil, cuando se llegó a la conclusión de que los distintos linajes humanos no podían vivir juntos y en paz, dos personas de distinto color y procedencia no pueden encontrarse. Las diferencias provocan miedo, y el miedo provoca violencia. Y la violencia genera más violencia.
            Hace una mueca al ver mi expresión de terror y reprensión.
            -No estás muy acostumbrada, ¿eh? No te preocupes, lo entiendo. Aunque teniendo en cuenta que ibas corriendo por el bosque con un ejército de autómatas tras tus pasos, pensé que eras distinta a los demás.
            -He huido- contesto lenta, cautelosamente- porque he descubierto una cosa... sobre la operación.
            -Ah, tú también- suspira-. La fantástica operación en la que te curan todas las enfermedades. Por supuesto, no pueden dejar a alguien vivo sin pedirle algo a cambio.
            -Ese algo es horrible- siseo-. Piden que nos callemos y acatemos órdenes como si fuéramos un rebaño de ovejas.
            -¡Por supuesto que es horrible! No los estaba defendiendo.
            -Demuéstralo. Demuestra que no eres uno de ellos. Puedes estar manipulándome para averiguar qué sé.
            Con una sonrisa, se inclina sobre mí y me mira fijamente, sin dejar de señalarse el ojo.
            -¿Ves? No hay destello dorado. Solo está negro como la boca del lobo.
            -¿Como la boca de qué?
            Pone los ojos en blanco.
            -Déjalo. No lo entenderías. Tu sociedad está organizada minuciosamente, de forma que todos los organismos sean simbióticos con ella. No comprenden que lo más simbiótico que hay es la naturaleza. Y si no pueden mantener la paz sin operar el cerebro...- se encoge de hombros-. En fin, lo único que quieren es evitar una Revolución. Y esa no es la manera de hacer las cosas.
            Frunzo el ceño. He oído cosas sobre Revoluciones del pasado. Siempre lo pintan como algo horrible e inhumano que hay que evitar a toda costa. Aunque sea lavándote el cerebro, comprendo.
            -¿Y por qué no es la manera de hacer las cosas?
            Hace una mueca.
            -Porque ya se está formando una resistencia, ¿no lo ves?- me señala a mí y a sí mismo alternativamente-. Se empieza con dos y se termina con un ejército.
            -No quiero luchar. Eso es violento. Es malo.
            -Oh, ¿en serio? Entonces vuelve a ellos como un perrito abandonado.
            Me relampaguea la mirada.
            -No pienso volver- espeto-. No les pertenezco.
            Se levanta con una sonrisa y se dirige a una enorme olla que hay al fondo de la habitación; parece que es un pequeño cobertizo perdido en alguna parte del bosque. Eso es bueno. Al Gran Mayor no le gusta meterse con la naturaleza. De hecho, la odia.
            -Bien- responde, al tiempo que me acerca un plato-. Entonces y primero de todo, tendrás que aprender a vivir en sintonía con nuestra Madre.
            -¿Madre?- repito, frunciendo el ceño.

Resulta que con “Madre” se refiere a la naturaleza. Me obliga a aprender todo tipo de cosas, cosas prohibidas en la ciudad, donde todo es artificial. Me hace matar animales, algo que es impensable. Nuestros antepasados ya estropearon demasiadas especies. Sin embargo, no para de decir que debo hacerlo si no quiero acabar muerta de hambre.
            Me sorprende descubrir que se me da muy bien lanzar cosas afiladas. Deko, que así es su nombre, dice que son cuchillos. Esas cosas no existen en la ciudad, son demasiado peligrosas. Por el contrario, todo se elabora dentro de máquinas de carcasas fuertes y sólidas, lisas, que de ningún modo pueden hacerte daño.
            Entonces me estremezco cuando pienso en los autómatas.
            Volvemos del tercer día de lección. En ningún momento me pregunta mi nombre; solo me llama vaquera, aunque no sé qué es eso.
            -Tengo un nombre, ¿sabes?- le digo finalmente, irritada. Empiezo a pensar que se mete conmigo.
            -Ah, ¿sí? ¿Y cuál es?
            -Ana- respondo, tensando la comisura de los labios. Mi padre decía que era un nombre de los antiguos, y eso no era siempre bueno-. Ana Rojasangre.
            -Bien, Ana- canturrea-. Me encanta tu pelo castaño. Es perfecto para camuflarse con las hojas de otoño.
            -Bueno, a mí me cuesta verte de noche.
            Lanza una carcajada grave, de esas de las suyas. Sonrío. Es agradable tener a alguien de buen humor incluso en situaciones peligrosas. Entonces me doy cuenta de que es de otra raza. Y que eso no cambia las cosas. Sigue siendo una persona, y sigue siendo mi amigo, mi compañero y mi confidente.
            Entro corriendo y riendo en la casa – hace algún tiempo descubrí que se trataba de un antiguo refugio – cuando hace una broma sobre mi piel, extremadamente blanca y pecosa.

Pasan los meses. Mi puntería se afina aún más, y descubro que puedo darle a un pájaro en pleno vuelo. He descubierto qué bayas y setas son comestibles y cuáles me pueden matar, o provocar alucinaciones; también cuáles las curan. Una pequeña seta de color pardusco fue la que usó Deko en la sopa. En aquel momento me demostró que la naturaleza puede ser tan compasiva como las ciudades, o incluso más. O puede ser tan letal como las mismas, o incluso más. Lo vi una noche de tormenta, en el que un tronco de unos cien años fue derribado por un rayo. Hubo un incendio que nos apresuramos en extinguir y, aún así, muchas plantas y animales no sobrevivieron.
            Pero me acostumbro a vivir en el bosque. Ahora me recojo el pelo en moños hechos a partir de una trenza reliada que mi compañero me enseñó a hacer. Mi ropa marrón y verde se camufla perfectamente con el follaje, y soy tan sigilosa como un lobo acechando un conejo.
            Sí, sé lo que es un lobo.
            A mitad del tercer mes, Deko me despierta antes del amanecer. Cuando soy capaz de abrir los ojos, su mirada muestra abiertamente el pánico que siente, haciendo que me incorpore como un rayo.
            -¿Qué ocurre?
            -Nos han encontrado- contesta, con voz fúnebre.
            Me levanto de un salto y me dirijo a la ventana. La sombra de docenas de autómatas se distingue entre los árboles, y el cielo lo sobrevuelan enormes aparatos mecánicos basados en las antiguas creencias. Creo que se llaman dragones.
            Salimos rápidamente de la cabaña, cogiendo una bolsa de cuero y rellenándola con lo básico, como comida, ropa y algunas medicinas. Justo cuando iba a adentrarme en el bosque, dispuesta a correr como aquella primera vez – solo que con calzado y ropa más apropiada –, Deko se dirige a la parte trasera de la construcción, en el lado contrario a donde está la puerta.
            -¿Pero qué haces?
            Antes de contestarme, vuelve con un extraño artilugio. Parece una estructura con barras y dos grandes circunferencias para empujarla por el suelo, que tiene una pequeña almohadilla de forma triangular. Mi amigo comienza a subirse en ella mientras explica:
            -Se llama bicicleta, y pertenecía a la Era Antigua. Conseguí salvarla hace un par de años y es especial; parece que está adaptada para este terreno. Me costó arreglarla, pero ahora me alegro. Nos ayudará a ir más rápido.
            Subo rápidamente detrás de él y, pese a que la postura es muy incómoda, no me permito protestar. Entonces Deko comienza a pedalear desesperadamente, y agradezco silenciosamente que su entrenamiento en la naturaleza lo haya hecho más fuerte y resistente.
            El primitivo vehículo se desliza veloz como el viento entre la maleza a medida que coge carrerilla. El irregular terreno hace que no paremos de dar botes en el asiento, pero por lo general va bien. Es mucho más rápido que yo cuando entré corriendo aquella vez en el bosque, aunque no tanto como los autómatas. Los siento cada vez más cerca, sus ojos dorados clavándose en nosotros desde la distancia, espesa y oscura. No quiero meterle más prisa a mi compañero, porque sé que no va a servir de nada, solo lo voy a presionar.
            Se escucha un chillido, como un rechinar metálico, y la sombra de un dragón mecánico pasa rauda sobre nuestras cabezas mientras lanza una llamarada en nuestra dirección. Intentando evitar el fuego que ha aparecido delante de nosotros, Deko vira bruscamente, dirigiendo el vehículo hacia un árbol.
            -¡Salta!- me grita.
Y obedezco. Tomo impulso y caigo en el suelo con un crujido de hojas bajo mi peso. Levanto rápidamente la mirada para ver la bicicleta estrellándose. Mi amigo ha caído a unos metros y se está levantando, buscando algo en su bolsa. Me mira un instante mientras las sombras se acercan.
            -¡Corre, Ana! Yo los detengo.
            No me paro a preguntar, ni a protestar, ni a decirle que no lo haga. Solo doy media vuelta y echo a correr. Corro como aquel primer día, como el momento en el que me encontró, solo que con una mochila a cuestas y, pese a eso, a mucha más velocidad. Cuando llevo treinta metros, escucho una explosión a mis espaldas y una onda me empuja hacia delante, haciendo que caiga bocabajo en un lecho de hierba. Entonces sé que ha utilizado la pólvora que encontró una vez, una de las armas más letales de la Era Antigua. Y sé que ya no hay vuelta atrás.
            Conteniendo las lágrimas, me levanto y sigo corriendo, pese a que hay un pitido insistente en mi oído. Mis pies son alas, casi no tocan el suelo. Yo tengo que alejarme de allí, porque no les pertenezco. No le pertenezco. El Gran Mayor cree que tiene el mundo a sus pies, pero eso no es cierto.
            Deko nunca fue el rey. Yo no soy la reina. Éramos un alfil y un peón. Él se ha sacrificado para permitirme jugar mi partida y juro que, aunque muera en el intento, me llevaré una buena parte de la sociedad tecnológica conmigo.
            Tengo que encontrarlos. Tengo que encontrar la resistencia. Mi amigo y yo hemos contemplado la idea de que quizás existan. Hay indicios. Solo tengo que correr y, con un poco de suerte, los encontraré. Quizás me lleve días, o semanas, o años. Pero tengo que encontrarlos y unirme a ellos.
            Empecé sola mi viaje, y voy a acabarlo sola.
            Creo que corro durante un día entero. Tras caer rodando por una ladera del territorio, cojo un camino estrecho y casi impenetrable, oculto, y espero poder despistarlos. Paro y descanso por una noche para continuar a la mañana siguiente. Ya no veo a los autómatas, pero no me detengo.
            Dos semanas después, me detengo entre la espesura. El bosque termina en un barranco no demasiado empinado. Al pie hay otra arboleda, mucho menos espesa, y he distinguido algo en uno de los árboles. Me acerco lenta y dificultosamente cuesta abajo y palpo la corteza del tronco. Parece tener un resquicio.
            Escucho un silbido en la copa. Levanto la cabeza y un destello de luz cae sobre mis ojos. Lanzo una exclamación sorprendida y retrocedo, tropezando y cayendo de espaldas. Entonces una figura, anteriormente invisible, salta de una rama alta y cae al suelo. Es una chica pequeña, no mucho mayor que yo, que muestra una sonrisa de disculpa.
            -Lo siento, pero tenía que comprobarlo. Kristen- se presenta, tendiéndome una mano. Tras mirarla con recelo, la acepto. Me levanta del suelto con una fuerza insospechada.
            -Ana.
            -Bueno, Ana- repite, sonriendo de oreja a oreja-. Bienvenida a la Resistencia.

sábado, 4 de enero de 2014

Portada para Los Mutados

¡FELIZ AÑO NUEVO! Aunque vaya con un poco de retraso xD Y que los reyes os traigan muchos, muchos regalos :3

Veréis, he tardado bastante porque, como prometí, estaba haciendo la portada para el próximo libro. Dentro de poco os pondré algo de información sobre el que estoy escribiendo actualmente, para que me deis vuestra opinión :D

Bueno, aquí os dejo una foto del dibujo, espero que os guste, porque me ha llevado tres días completarlo >.<:



No es profesional, ni digital, pero es así como me gustaría que fuera el diseño. ¿Vosotros qué opináis? ¡Un beso!

Y por cierto, ya que tengo una pedazo de amiga que ha puesto mi dirección en su blog, voy a hacer lo mismo por ella. Su apodo es Valquiria, su blog se llama Un libro tras otro y aguanta todas nuestras tonterías, ¡y además sus reseñas son muy buenas! Aquí os dejo el link.

PD: Si no sabéis qué leer este año, de verdad os recomiendo que leáis Cazadores de Sombra: Los orígenes, de Cassandra Clare; Valquiria os dirá lo mismo :3
Pokemon - Vulpix